sábado, 29 de julio de 2017

“… en la Argentina he hallado para siempre mi segunda patria…”


Discurso de despedida de Don Orione al dejar Argentina


            El 30 de julio de 1937, una semana antes de su partida, Don Orione se despedía del pueblo argentino desde el micrófono de “Radio Ultra”. En su discurso, expresaba todo su cariño y admiración por nuestra tierra, y decía, con palabras proféticas: “… Dios mediante, volveré a ella vivo o muerto”. Algunos extractos del texto:



Amados Argentinos

Ha llegado para mí la hora de las despedidas, esa hora que suele ser melancólica, pero que no es triste para el cristiano que se siente sometido, en todo momento, a una voluntad amorosa como es la de Dios a quien amamos.

Voy a partir de la Argentina después de una permanencia que debía ser breve y que Dios Nuestro Señor, con señales visibles de su Providencia, ha querido prolongar por tres, años, desde su milagroso Congreso Eucarístico.

 Y, en esta hora propicia para la efusión del corazón, quiero aprovechar el amable ofrecimiento de “RADIO ULTRA” para hablar una vez más a todos ustedes, amados Argentinos: aunque invisibles corporalmente, siento desde aquí que sus almas y la mía palpitan en una misma fraternidad cristiana, y que con muchas de ellas se ha establecido una muy honda comunión de ideales sobrenaturales, de esas uniones que forman una amistad superior a todas las contingencias, una amistad que Dios confirmará eternamente en el Cielo.

Pues bien, a todos quiero decirles y confirmarles que en la Argentina he hallado para siempre mi segunda patria, y que, Dios mediante, volveré a ella vivo o muerto, pues quiero que mis cenizas descansen en el Pequeño Cottolengo Argentino de Claypole, regadas por las oraciones de tantas almas que, gracias a su inagotable caridad, encontrarán allí, en los brazos humildes pero afectuosos de mis amados Hijos, los Religiosos de la Divina Providencia, el asilo de su orfandad, el remedio de su dolencia, el consuelo de su aflicción, el alimento de su indigencia, y, sobre todo, la dignificación cristiana y el amor Evangélico, único capaz de arrancar de la desesperación a los náufragos de la vida, que se sienten objeto de desprecios por parte de la sociedad paganizada de nuestros días.

Trae esta obra todo su espíritu de la Caridad de Cristo; y nunca la hubiera comenzado, sin el deseo y la plena bendición de su Eminencia Revma. el Sr. Cardenal Arzobispo, del Excmo. Sr. Nuncio Apostólico y del Excmo. Sr. Arzobispo de la Plata. Por esto Dios ha estado siempre conmigo, no obstante mis grandes miserias. Yo no tengo otro deseo que vivir y morir humildemente a los pies de la Santa Iglesia de Cristo: Ella es mi gran amor.

El Señor ama a todas sus criaturas sin excepción, pero su Providencia no pudo dejar de amar especialmente a los que sufren tribulaciones de alguna manera, después que Jesús se presentó como su modelo y su Capitán, sometiéndose El mismo a la pobreza, al abandono, al dolor y hasta al martirio de la Cruz.

Por lo cual el ojo de la Divina Providencia mira con predilección una obra de este género, y el Pequeño Cottolengo Argentino tendrá siempre abierta su puerta a toda clase de miseria moral y material.

Separados luego en tantas otras familias, acogerá en su seno como hermanos, a los ciegos, a los sordomudos, a los retardados, a los incapaces: cojos, epilépticos, ancianos e inválidos para el trabajo, enfermos crónicos, niños y niñas de corta edad; jovencitas en la edad de peligros morales; a todos aquellos, en una palabra, que por una u otra causa necesiten de asistencia o de auxilio, y no puedan ser recibidos en hospitales o asilos, y que verdaderamente se hallen abandonados; sean de cualquier nacionalidad o religión, sean también sin religión alguna: ¡Dios es Padre de todos!



En el “Cottolengo” no deberá quedar sitio vacío; y en su puerta no se preguntará a quien la cruce si tiene un nombre, sino si tiene algún dolor (…) El Cottolengo es una familia construida sobre la Fe y que vive de los frutos de una caridad inextinguible.

Por eso en él se vive alegremente: se ora, se trabaja en la medida de las fuerzas de cada uno, se ama a Dios y se ama y se sirve a Cristo en los pobres, en santa y perfecta alegría, porque ellos no son huéspedes, no son asilados: son los patrones, y nosotros somos sus servidores. Por eso ellos están contentos, y el Señor también, y continuamente brota de allá y se eleva al Cielo una sinfonía de oraciones, de gratitud por los bienhechores, de trabajo, de cánticos y de caridad (…)

Nada es más agradable al Señor que la confianza en El. Y nosotros querríamos poseer una Fe, un ánimo intrépido, una confianza tan grande como el Corazón de Jesús.

Antes de embarcarme de regreso a mi dilecta e inolvidable Italia, hoy desde este micrófono, desde el cual tengo el honor de dirigir mi palabra al gran Pueblo Argentino, pongo en sus manos, después de Dios, esta su obra, este Cottolengo que, como todas las obras argentinas, ha de llegar a ser grande, grande como vuestro corazón. Y todo sea a honor y gloria de Dios, y siempre Deo Gratias! (…)

Nobilísimos Argentinos, que forman esta gran Nación, admirable por sus bríos, sus riquezas, sus progresos y más aún por sus obras sociales de caridad y de educación, yo guardaré imborrables recuerdos de gratitud, de admiración por ustedes, por sus Autoridades Eclesiásticas y Civiles, todos en mi corazón ante Dios en el Altar... ¡Rogad por mí!



Rueguen que pueda pronto regresar a esta mi segunda Patria como lo deseo ardientemente y, con esta esperanza, no les digo “adiós”, sino “hasta pronto”, si Dios quiere.

Amados Argentinos ¡Gracias por todo! Jamás los olvidaré. ¡Dios sabrá recompensar la caridad de ustedes! ¡Dios bendiga a todos, todos, todos!

Y la Virgen de Luján os proteja siempre: defienda y haga potente, grande y gloriosa la Nación Argentina.



Fuente: Revista Don Orione, noviembre-diciembre 1937, p. 6.


miércoles, 5 de julio de 2017

La Parábola Orionita del Grano de Mostaza



            El pasado 3 de julio celebramos los 125 años de la apertura del Oratorio San Luis en el jardín del Palacio Episcopal de Tortona. Esa fecha quedo grabada en el corazón de Don Orione. Recordándola con gran emoción, escribía a sus hijos.



Buenos Aires, 3 de julio de 1936

Mis amados Hijos en Jesucristo



¡Qué la gracia del Señor y Su paz estén siempre con nosotros!

¡Hoy es 3 de julio! - ¡Qué hermosa fecha! ¡Es una gran fecha esta de hoy para mí, oh mis amados! Cuántos años han pasado desde ese 3 de julio; mas el recuerdo se me hace vivo, como si fuese ayer.

Era clérigo y custodio de la catedral: el obispo de Tortona era Mons. Bandi, aún al principio de su episcopado. Los muchachos y jovencitos que estaban a mi alrededor eran tantos, algunos centenares, los había de las escuelas primarias, técnicas, secundarias y un hermoso grupo que ya trabajaba. No se los podía contener más, no cabían más en mi pequeña habitación, allá arriba, en la bóveda de la catedral, la última, no se los podía tener en la catedral, porque corrían por arriba y por abajo, por todas partes, no cabían más.




            Ese día el joven Luis Orione daba inicio a una nueva actividad pastoral, al primer oratorio de su diócesis natal. Pero con los años, ese hecho cobro una trascendencia mayor. Ese oratorio fue el germen de su Familia Religiosa:



La Pequeña Obra de la Divina Providencia, nacida de ese primer Oratorio Festivo, y la primicia de esos niños, ya habían sido ofrecida y, diría, consagrada al Señor, a los pies del crucifijo que ahora está en el santuario, durante la semana precedente.



            Ese entusiasta seminarista comenzaba un oratorio festivo, como había aprendido de Don Bosco; su padre y maestro; pero no sabía que allí estaba sembrando una semilla que crecería como un gran árbol y que extendería sus ramas hasta otros continentes.



            En agosto de 1929, el P. Dutto, invitado por un paisano, fue a otro barrio de Mar del Plata a dar catequesis y comenzar un oratorio. Al poquito tiempo, se comenzó a celebrar la misa en un casa con un altar improvisado (ver al foto abajo).



            Estos fueron los inicios de Parroquia “San José”, los colegios “Don Orione” y “Pablo Tavelli”, el Hogarcito “Don Orione”. Comienzos pequeños y simples, pero que fueron las bases de una gran obra de pastoral, educación y caridad.



            A fines de febrero de 1937, el P. Enrique Contardi llegaba el Presidencia Roque Sáenz Peña, en el entonces Territorio Nacional del Chaco. Un lugar cuasi inhóspito, con problemas de agua y una inabarcable radio parroquial. Como dice Luis Landriscina: “En esa época había que ser valiente para ir al Chaco”. Los primeros tiempos estuvieron signados por la dureza, la pobreza y el calor abrasador:



Sáenz Peña es una ciudad de cerca de 20 mil habitantes, con otros 10 mil esparcidos en los campos, a distancias enormes; se necesitan horas y horas de automóvil para llegar a ellos (…) la iglesia católica funciona en una habitación y el altar consiste en tres tablas sobre dos caballetes; además hay una pequeña pieza para dormir. La mayor parte de los niños son hijos naturales, la mayor parte de las familias no se fundan en la Iglesia; hay muchísimos sin bautizar; cuando se logra casar a las hijas se trata de casar también a las madres. La corrupción de costumbres, acentuada por el clima, es espantosa. Envié un sacerdote lombardo [el P. Contardi] de 50 años, que siempre fue un ángel y que creció desde muchacho con nosotros en la Divina Providencia. La gente vive mal y muere sin ninguna asistencia religiosa: ¿se puede dejar morir a la gente como perros? (Carta de Don Orione al conde Ravano. 13 de marzo de 1937. Scritti 47, 223).




            El P. Contardi pese a las adversidades, no se acobardo. Con un celo apostólico excepcional recorrió su inmensa parroquia como hizo el Cura Brochero en Traslasierra. Con los años la Parroquia creció, vino la Escuela, las capillas urbanas y rurales, el Cottolengo, el Hogar de Niñas; y muchas generaciones se formaron en los ideales de Don Orione. ¿Cómo comenzó todo? Con un pobre cura, “tres tablas sobre dos caballetes” y una piecita para dormir.



            Esta misma historia, pero con detalles distintos, se repitió en otras geografías. Muchas casas y obras nacieron en lugares de periferia, signados por la falta de medios, la pobreza, el anticlericalismo y el abandono.

            Pero esto no fue impedimento para que los primeros misioneros comenzaran obras de caridad y evangelización. Muchos sacerdotes, hermanos, religiosas y laicos en Argentina y otras partes del mundo trabajaron sin descanso por Dios y por los pobres.



            Estas historias son la parábola del grano de mostaza que nos cuenta el evangelio:



“El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas”. (Mt 13,31-32).




            Pequeñas semillas de Reino sembradas con sacrificios que crecieron de modo impredecible dando cientos y cientos de frutos.

No sé si Don Orione, el P. Dutto, el P. Contardi y tantos otros tendrían conciencia hasta donde llegaría lo que comenzaban; pero su generosidad los llevó a sembrar, a jugarse por los jóvenes, por los pobres, por el Pueblo de Dios, por sus ideales evangélicos.



            Los años transcurridos tal vez nos han hecho perder el contacto con los inicios, nacimos con los arboles crecidos, ya dando frutos. Por ello, debemos mirar nuestra rica historia con memoria agradecida; redescubrir esos primeros pasos y dar gracias a Dios por  la entrega generosa de nuestros hermanos y hermanas mayores.  



Pidamos al Señor nos dé el ardor apostólico de Don Orione y los primeros misioneros quienes sembraron el Reino con generosidad y confianza en la Providencia.

P. Facundo Mela fdp