Almas de pequeños,
almas de pobres,
almas de pecadores,
almas de justos,
almas de extraviados,
almas de penitentes,
almas de rebeldes a la voluntad de Dios,
almas de rebeldes a la Santa Iglesia de Dios,
almas de hijos degenerados,
almas de sacerdotes desgraciados y pérfidos,
almas sometidas al dolor,
almas blancas como palomas,
almas simples, puras y angélicas de vírgenes,
almas caídas en las tinieblas de los sentidos y en la baja bestialidad de la carne,
almas orgullosas del mal,
almas ávidas de poder y de oro,
almas llenas de sí, que solamente se ven a sí mismas,
almas perdidas que buscan un camino,
almas dolientes que buscan un refugio o una palabra piadosa,
almas aullantes en la desesperación de la condena,
o almas embriagadas del éxtasis de las verdades vividas:
todas son amadas por Cristo,
por todas Cristo ha muerto,
a todas Cristo las quiere salvar
entre sus brazos y sobre su Corazón traspasado.
Nuestra vida y toda nuestra Congregación debe ser un cántico juntamente y un holocausto de fraternidad universal en Cristo.
Ver y sentir a Cristo en el hombre. Debemos tener en nosotros la música profundísima y altísima de la caridad. Para nosotros el punto central del universo es la Iglesia de Cristo y el escenario del drama cristiano es el alma.
Yo no siento más que una infinita, divina sinfonía de espíritus, palpitantes en torno a la Cruz, y la Cruz destila para nosotros gota a gota, a través de los siglos, la sangre divina esparcida por cada alma humana.
Desde la Cruz Cristo grita: «¡Tengo sed!». Terrible grito de sed ardiente, que no es de la carne, sino que es grito de sed de almas, y es por esta sed de nuestras almas que Cristo muere.
Yo no veo más que un cielo; un cielo verdaderamente divino, porque es el cielo de la salvación y de la paz verdadera; yo no veo más que el reino de Dios, el reino de la caridad y del perdón donde toda la multitud de las gentes es herencia de Cristo y reino de Cristo.
La perfecta alegría no puede existir sino la perfecta dedicación de sí a Dios y a los hombres, a los más miserables como a los más físicamente, moralmente deformes, a los más alejados, a los más conscientes, a los más adversos.
Ponme, oh Señor, sobre la boca del infierno para que yo, por tu misericordia, la cierre.
Que mi secreto martirio por la salvación de las almas, de todas las almas sea mi paraíso y mi suprema felicidad.
Amor a las almas, ¡almas y almas! Escribiré mi vida con las lágrimas y con la sangre. La injusticia de los hombres no debilite en nosotros la confianza plena en la bondad de Dios.
Soy alimentado y conducido por el soplo de esperanzas inmortales y renovadoras. Nuestra caridad es un dulcísimo y loco amor a Dios y a los hombres que no es de la tierra.
La caridad de Cristo es de tanta dulzura y tan inefable que el corazón no lo puede pensar, ni decir, ni el ojo ver, ni el oído oír.
Palabras siempre encendidas.
Sufrir, callar, rezar, amar, crucificarse y adorar.
Luz y paz en el corazón.
Subiré a mi Calvario como manso cordero.
Apostolado y martirio: martirio y apostolado.
Nuestras almas y nuestras palabras deben ser blancas, castas, casi infantiles, y deben llevar a todos un soplo de fe, de bondad, de consuelo que se eleve hacia el cielo.
Tengamos firme la mirada y el corazón en la divina bondad.
¡Edificar a Cristo! ¡Edificar siempre! «Petra autem est Christus!»
De unos escritos del 25-II-1939
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