miércoles, 13 de febrero de 2013

“¡Hay que decirle todos los pecados al confesor!”



Pío X es el Papa de Don Orione. La fama del humilde cura de Tortona había llegado al cardenal Sarto desde cuando era patriarca en Venecia. Fue Pío X el que llamó al Vaticano a los Hijos de la Divina Providencia en 1904. Es comprensible, entonces, que Don Orione fuese admitido con facilidad en el Vaticano, en los aposentos pontificios.

 El tercer número de la revista “La Madonna”, auspiciada por Don Orione, el 15 de marzo de 1904 salía con esta noticia en primera página: “Audiencia pontificia. El 1º de marzo nuestro Don Orione tenía el gran consuelo de ser admitido a la presencia del santo Padre en audiencia privada. Al augusto Pontífice, tan grande en su humildad y dulzura, lo recibió como un buen padre con mucha benevolencia y dijo para la Obra de la Divina Providencia palabras de estímulo y gran afecto. Luego quiso ser informado del estado y la conducta de los jovencitos recogidos en nuestra colonia agrícola de Santa María en Monte Mario y mostró vivo el deseo de verlos. Confirmó en el modo más afectuoso la bendición ya dada a Don Orione y a las obras emprendidas por él en el nombre de la Providencia divina”.
Fue en esta audiencia que sucedió el hecho que Don Orione amaba narrar luego con gusto. Escuchémoslo:

 “Me había afeitado y luego fui a confesarme para hacer también un poco de limpieza del alma. Me fui a confesar con los carmelitas  (en la iglesia Traspontina) cerca de San Pedro. Vino un padre viejo y comencé la confesión. A cada cosa que decía me hacía la prédica: cuando le hablaba de la soberbia me hacía la prédica de la humildad y adelante así... Yo miraba el reloj y veía que se acercaba la hora de ir a la audiencia: el otro en cambio la hacía larga. Yo entonces me decidí a no decirle más nada para poder irme; no le dije más pecados. Pero él continuaba; visto que yo no tenía más nada que decirle hizo como un largo resumen de todas las prédicas que me hizo y yo no esperaba más que el momento de librarme.
Finalmente cuando concluyó, yo apenas confesado, sin hacer la penitencia corrí a lo del Papa. Llegué todo sudado; me dicen: “¡Ud. ya fue llamado!”. Menos mal que estaba dentro el Cardenal vicario que habitualmente está mucho tiempo. Estaba todo jadeante.. Entre tanto esperaba, y me iba secando el sudor y componiendo un poco para presentarme al Papa. “¡Por fortuna está el Vicario que prolonga siempre su tiempo de audiencia!”, me dijeron.
Estaba secándome todavía y tenía el rostro encendido, cuando suena el timbre y me anuncian que había llegado mi turno. Me presenté, hice la genuflexión de rigor, le besé los sagrados pies y el Papa calmo me dijo: “¿Eh, necesitabas irte a confesar para venir a ver al Papa, eh? Pero cuando se va a confesarse es preciso decirle todos los pecados al confesor”. Respondí: “¡Santidad fui  a confesarme para recibir mejor su bendición!”.


Le hablé al Santo Padre de aquello por lo cual había sido  admitido a la audiencia. Cuando, una vez recibida la bendición, me despedí, al irme el santo Padre me dijo: “¡Entonces, recuerda bien que es necesario decirlos todos!”. El fraile no podía por cierto haber estado en audiencia antes que yo, ni yo lo conocía al fraile, ni el fraile me conocía a mí. Yo depuse este hecho bajo juramento (en el proceso canónico de Pío X).

 Fuente: "Florecillas de Don Orione" de Mons. Gemma

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