Después de tres meses en
Brasil, Don Orione le escribió al seminarista Domenico Sparpaglione, animándolo
a estudiar, rezar y hacer un santo sacerdote. Y junto con esto, le compartió su
experiencia en Brasil, mostrándonos su corazón de pastor.
Mi querido Sparpaglione:
…Desde el 8 de setiembre predico en portugués; ayer domingo, prediqué varias veces; celebré dos Misas, una aquí y otra a 16 Km. de aquí, en un pueblo donde no hay sacerdote.
Mar de España (Brasil), 17 de octubre de 1921.
Mi querido Sparpaglione:
…Desde el 8 de setiembre predico en portugués; ayer domingo, prediqué varias veces; celebré dos Misas, una aquí y otra a 16 Km. de aquí, en un pueblo donde no hay sacerdote.
El que era párroco ahora es ya de edad y fue a Río por
un tratamiento y no volverá.
Estaba toda la gente esperándome y cuando me vieron
aparecer, empezaron a agitar los pañuelos de la alegría. ¡Pobre gente! Estaban
esperando toda la mañana. La iglesia es una desolación; me dieron ganas de
llorar y sobre el altar juré una vez más al Señor ser un buen sacerdote, viendo
la fe grande de ese pueblo abandonado.
La iglesia estaba llena (“cheia”); cantaron, y yo, al
oír esos cantos lloré de amor a Dios y a las almas y de dolor al ver ese pueblo
sin sacerdotes que bautizara a sus niños, que consolara a sus enfermos, que
bendijera la tumba de sus muertos. Explique el Evangelio, bauticé, hice las
proclamas matrimoniales, estuve con sus niños, visité a sus enfermos. Me
preguntaron si podrán tener Misa al menos para Todos los Santos y para los
difuntos. Espero que podamos ir, yo o alguno de nosotros.
Tenemos seis u ocho caballos y los montamos; los
caballos, como los bueyes, no tienen pesebre y andan sueltos por el campo día y
noche; pastan por los terrenos de nuestra “chacra”, que son vastísimos.
(...) Estuve en San Pablo y el Arzobispo me pidió que
me ocupara de los italianos emigrados a Braz, una parte de la ciudad formada
por italianos. Los italianos de San Pablo serán al menos 200.000; es la colonia
más numerosa de italianos fuera de nuestra Patria. En Braz los italianos nacen
y mueren sin el consuelo de nuestra fe. Espero que la Divina Providencia nos
ayude; yo acepté: no podía, no debía decir que no. Sé que también el Santo
Padre desea mucho que los italianos de San Pablo, asechados por los protestantes
y los espiritistas, no pierdan la fe, y que le escribió al Arzobispo en este
sentido.
(...) Queridos hijos míos, aquí, la mies de espigas
doradas abunda cada día más y el campo del trabajo, el campo de la caridad, de
las almas, se amplía, pero los brazos son pocos. Apúrense a formarse, apúrense a
crecer, vengan pronto. Necesito nuevos refuerzos, además de los cuatro que ya
pedí al P. Sterpi; necesito al menos dos buenos sacerdotes más para San Pablo y
otros dos clérigos ya aptos y seguros. Pido a la Virgen que los mande, pero que
sean buenos, piadosos, trabajadores, sacrificados.
Animo, querido Domingo; ánimo, querido Cayetano;
ánimo, ustedes los que vinieron de San Remo, a quienes deseo que esta carta les
sea enviada como una voz de afecto paterno y de confortación en la perseverancia
y a la santidad; ayúdenme al menos con sus oraciones, con su vida santa; sirvan
de consolación para el P. Sterpi y de ayuda para los sacerdotes y de ejemplo
para los más pequeños de sus hermanos.
Los bendigo a todos con amor de padre en Jesucristo y en su corazón, espiritualmente, los abrazo y los pongo a cada uno en las manos de la Virgen Ssma. Retribuyo los saludos de Pagella; verdaderamente, esperaba que me escribiera, como así también Del Rosso, Di Pietro y Piccardo. Hasta el día de hoy he recibido pocas, muy pocas cartas y ninguna noticia, aunque ya hace tres meses que salí de allí. ¡Todo sea por mis pecados! Espero que todos estén bien (...).
Dios esté siempre con ustedes, queridos hijos míos. Les pongo la mano sobre la cabeza, a ti y a Piccinini, y los bendigo con mucho afecto.
Los bendigo a todos con amor de padre en Jesucristo y en su corazón, espiritualmente, los abrazo y los pongo a cada uno en las manos de la Virgen Ssma. Retribuyo los saludos de Pagella; verdaderamente, esperaba que me escribiera, como así también Del Rosso, Di Pietro y Piccardo. Hasta el día de hoy he recibido pocas, muy pocas cartas y ninguna noticia, aunque ya hace tres meses que salí de allí. ¡Todo sea por mis pecados! Espero que todos estén bien (...).
Dios esté siempre con ustedes, queridos hijos míos. Les pongo la mano sobre la cabeza, a ti y a Piccinini, y los bendigo con mucho afecto.
Sac. Luis
Orione
de la Divina Providencia
de la Divina Providencia
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