Durante su
visita al Santuario de Itatí (Corrientes, Argentina), el 27 de junio de 1937, Don
Orione expresa su amor a María, la gran madre.
¡María!
María Santísima!
¿No eres tú
"el segundo nombre"?
¿Hay algún
nombre más suave y más invocado
después del
nombre del Señor?
¿Hay alguna
creatura humana,
alguna
mujer, alguna madre más grande,
más santa,
más piadosa?
Nuestras
madres pasan, mueren;
María,
Madre de nuestras madres,
es la gran
Madre que no muere.
Han pasado
veinte siglos,
y está hoy
más viva
que cuando
cantó el Magnificat
y profetizó
que todas las generaciones
la
llamarían bienaventurada.
María
perdura, vive y permanece,
porque Dios
quiere que todas las generaciones
la sientan
y tengan como Madre.
María es la
gran Madre
que
resplandece de gloria y de amor
en el
horizonte del cristianismo;
es guía y
consuelo para cada uno de nosotros:
es Madre
poderosa y misericordiosísima
para todos
los que la llaman e invocan.
Es la Madre
misericordiosa y santísima
que siempre
escucha los gemidos del que sufre,
siempre
dispuesta a escuchar nuestras súplicas.
Es Dios
quien la hizo tan grande:
“el
Todopoderoso he hecho en mí grandes cosas” [Luc 1, 49]
y la hizo
grande porque la vio tan humilde,
“El miró
con bondad la pequeñez de tu servidora” [Luc 1, 48]
y la hizo
grande,
llena de
gracia,
bendita
entre todas las mujeres,
toda pura e
inmaculada,
porque la
eligió por Madre,
y, como
tal, quiere que sea honrada
por sobre
toda la creación.
Y el honor
rendido a Ella
sube hasta
su Hijo, el hombre-Dios,
Jesús, nuestro Señor.
Esta es
nuestra fe en María, nuestro culto
y nuestro
dulcísimo amor
a la Virgen
Santa, a la Madre de Dios
Nosotros
vamos a Jesús por María.
Los
pastores buscaron a Jesús,
y lo
encontraron en los brazos de María.
Los Reyes
Magos vinieron desde una región lejana
buscando al
Mesías,
y lo
adoraron en los brazos de María.
Y nosotros,
pobres pecadores,
¿dónde
podremos encontrar ahora y siempre a Jesús?
¡Hijos míos, lo encontraremos y adoraremos
en los
brazos y en el corazón de María!
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