También la morada del Santa Chiara debía ser
abandonada. Vencía el contrato de locación con la comuna y no había posibilidad
de renovarlo. Don Orione había puesto los ojos en un edificio que estaba
precisamente frente al colegio Santa Chiara, en la calle Emilia. Era de
propiedad de la curia episcopal y el obispo había hecho allí la sede de
los oblatos diocesanos. Se llamaba
precisamente casa para los oblatos.
Por otra parte, desde febrero de 1901 monseñor Bandi
le había propuesto a Don Orione comprar la casa para los oblatos. Al Obispo le
venía bien el dinero para saldar las deudas de la curia. Ahora, al aproximarse
el vencimiento decenal del contrato con la comuna, Don Orione sintió el fuerte
deseo de que la casa para los oblatos pasara a él para colocar allí a sus
jóvenes.
Ya desde hacía tiempo había puesto los ojos en esa
casa, más aún, según su costumbre, le había confiado el cumplimiento de tal
deseo a la Virgen Santísima.
He aquí como hizo, según lo que él mismo le narró a un
sacerdote amigo de la Obra, que lo refiere.
“Todas las veces que él
atravesaba el patio de dicha casa para los oblatos
y el huerto -jardín adyacente, que va hacia la calle Carlo Mirabello, le
parecía sentir como un gran deseo en el corazón, que expresaba con esta
exclamación: “¡Oh! ¡si esta casa fuese mía!...” Y luego no deponía el pensamiento
como una tentación de tener algo de los demás, mas transformaba la exclamación
en una invocación a la Virgen: “¡Oh si la Virgen me concediera esta casa para
mis hijos!”
Un día en que sentía más viva esta voz en el corazón,
tuvo un pensamiento: tomó la estatuilla de la Virgen, la cerró entre dos tejas
y, textuales palabras de Don Orione: “sembró
a la Virgen en un rincón del huerto”.
Pasó un tiempo. El Obispo se sintió movido a cederle
la casa que fue centro de la Obra. Un día, cuando Don Orione había ya olvidado
todas esas travesías, un fraile suyo ermitaño, zapando en el jardín, descubrió
ese... tesoro. Lleno de estupor corrió a llamar al director que estaba en el
estudio, diciendo: “Encontré a la Virgen
sepultada en el huerto!”. “Yo,
verdaderamente -concluía Don Orione- había
olvidado el hecho, mientras la casa había pasado a nuestra propiedad. Era la
Virgen la que se había adueñado de la casa y la había pasado de las manos del
obispo a mis manos, de un modo que yo no habría pensado nunca. ¡Ves qué buena
es la Virgen! ¡Ella es la verdadera madre y patrona de esta casa!”
Como se sabe, esto de “sembrar a la Virgen” será el
modo característico y luego habitual de Don Orione, para empeñar a la Virgen
santísima a conceder determinados lugares considerados necesarios para el
cumplimiento de sus iniciativas de bien” (DOLM. 96 - 98).
Fuente: “Florecillas de Don Orione” de Mons. Gemma.
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