A
casi un año de su estadía en Argentina, Don Orione les escribe a sus hijos invitándolos
a leer, conocer y vivir los evangelios. Algo tan común en nuestra época, pero
no muy frecuente antes del Concilio Vaticano II.
¡Almas
y almas!
Buenos
Aires, 10 de agosto de 1935.
A
mis queridos Hermanos e Hijos en Jesucristo
y
Sacerdotes de la Pequeña Obra de la Divina Providencia:
¡Que
la gracia del Señor y su paz estén siempre con nosotros!
Para que el campito de la mística viña de Nuestro Señor Jesucristo, que
es la humilde Congregación nuestra, sea siempre mejor cultivado, pueda
conservarse y rendir cada día más, dar buenos frutos de santificación y de vida
eterna, voy, una vez más amados míos, siempre en el vivísimo deseo que, una vez
alejada de cada uno de nosotros toda negligencia, si la hubiese, y reanimados
en todas nuestras reglas, desde estos santos Ejercicios en adelante se ame y
sirva a Jesucristo y a la Santa Iglesia, Madre nuestra, con ardor ferviente y
perfección de santos religiosos.
Que nuestra primera Regla y vida sea, mis amados hermanos e hijos en
Jesucristo, observar, en gran humildad y amor dulcísimo y abrasado de Dios, el
Santo Evangelio, siguiendo los consejos de la perfección, que nos ha dado el
Señor, con el hecho de vivir en humilde obediencia, sincera pobreza y perfecta
castidad; con el aniquilamiento de nosotros mismos por el amor de Cristo y su
imitación, renunciando a todo para tener sólo a Jesús y su santo espíritu, como
nuestro único bien.
En el amor de Dios, tendremos caridad sin límites hacia el prójimo,
particularmente hacia los más pequeños y nuestros hermanos más abandonados. Y,
porque es el fin principal de nuestra Congregación amar y servir a Jesús en su
Vicario en la tierra, el Papa, y hacerlo amar, difundiremos en el pueblo y en
los pequeños el más santo y dulce amor al Papa, conduciendo al pueblo a vivir
más estrechamente unidas al Pontífice Romano, a escuchar su palabra, a seguir
sus enseñanzas. E igualmente trataremos de aumentar en nosotros y en los otros
la Fe purísima de la Iglesia, que es el primer paso al amor de la Iglesia y del
Papa.
A tal efecto practicaremos siempre la oración, para que Dios desee acrecentar
en nosotros la Fe, para que nos haga vivir de fe, como corresponde a los Hijos
de la Divina Providencia, y engrandezca en nuestros corazones el amor al Papa y
a la caridad con Fe grande. Y le rogaremos a Nuestro Señor que nos dé gracia no
sólo para conservarla pura e incontaminada en nosotros, como base de todo
nuestro edificio religioso, sino para defenderla, en el pueblo cristiano, de
los asaltos de los enemigos, trabajando para salvar a las poblaciones del
peligro de los protestantes y luego, a las márgenes de la Iglesia, ocupándonos
de reconducir a la unidad de la Fe y de Roma a las Iglesias separadas, como se
ha dicho desde el primer decreto de aprobación.
Repito que nuestra primera regla sea entonces la observancia del Santo
Evangelio. Mas, para cumplir el Evangelio, es necesario, ante todo, conocerlo;
conocerlo bien y luego, con la ayuda de Dios, vivirlo, vivirlo en el espíritu y
en la forma. Sólo así seremos verdaderos cristianos y luego seremos verdaderos
religiosos, si seguimos a Jesús también en sus consejos evangélicos de la
perfección. Nosotros somos cristianos en cuanto imitamos la vida y vivimos la
doctrina de Cristo y seremos verdaderos religiosos, si vivimos la vida
perfecta, consagrada enteramente al Señor y a la Iglesia, con los santos votos,
renunciando generosamente a nosotros mismos y a las cosas del mundo,
abandonados en las manos de Dios y de nuestros Superiores.
Y para que el Evangelio se pueda conocer mejor y cumplir, está bien que
se imprima en nuestras mentes, pero no sólo en trozos o bocados. Por eso les
recomiendo, amados míos, la lectura frecuente y el estudio del Santo Evangelio.
Es por eso que la Imitación de Cristo nos dice, desde el primer capítulo: “que
sea nuestro supremo estudio meditar en la vida de Jesús”. Y no dice meditar la
vida, sino en la vida de Jesús, o sea entrar en lo íntimo y vivir de Jesús, de
la vida de Jesús. Nosotros debemos entonces, tener el Evangelio siempre delante
de los ojos, de la mente y llevarlo en el corazón, vivirlo.
Las reglas y las constituciones de los religiosos son como el jugo y el
meollo del Evangelio, ellas nos enseñan precisamente el modo práctico de
vivirlo, nos enseñan el camino correcto para caminar detrás del Señor, y llegar
a la más alta perfección religiosa. Y, como en el noviciado se estudian y se
explican las reglas, así deseo, et quidem, mejor dicho, dispongo in Domino que
se estudie de memoria y se explique bien el Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo.
El Señor, con obras y con palabras, predicó el Evangelio, y la Iglesia
nos lo dio a nosotros, para que, con las palabras y con los hechos, o sea con
las obras buenas y santas, lo practiquemos. Por eso, mientras les recomiendo el
estudio y la práctica del Evangelio, mis amados sacerdotes, ordeno que se hagan
estudiar de memoria los Santos Evangelios a nuestros clérigos. En tercer año
básico el de San Marcos -que es el de San Pedro, jefe de los Apóstoles-; en
cuarto, todo San Mateo, de memoria, en quinto, todo San Lucas. En el noviciado,
debe mandarse de memoria todo el Evangelio de San Juan y repetir los otros
tres. Así en tercero, cuarto y quinto superior, se repasan los cuatro
Evangelios y se estudia el libro IV de la Imitación de Cristo, tal como serán
señalados a su tiempo.
En primero, segundo y tercero se harán ciertos capítulos determinados
del libro III. Durante la teología, se repasan los cuatro Evangelios y se
estudia el libro IV de la Imitación de Cristo. El Evangelio y la Imitación de
Cristo se estudian en latín.
Antes del almuerzo y de la cena, estando todos de pie, deberán leerse
algunos versículos del santo Evangelio, no más de diez, siempre en latín.
En las solemnidades más grandes, debe leerse el fragmento evangélico que
se refiere al ministerio que se celebre. Después de la lectura del Evangelio,
debe leerse siempre un pequeño artículo de las Constituciones, como ya se hace.
La lectura del Evangelio debe ser en este orden: San Mateo, San Marcos,
San Lucas, San Juan; y, este año, se comienza por San Mateo. Una vez terminados
los cuatro Evangelios, se vuelven a empezar, no se leen ni las Epístolas, ni
las Actas de los Apóstoles, ni el Apocalipsis de San Juan, sino sólo y siempre
los Evangelios.
En cada casa debe haber, por lo menos, dos copias en latín de la Sagrada
Biblia, la Suma Filosófica y Teológica de Santo Tomás, la Imitación de Cristo
en latín y Dante.
De los Evangelios y de la Imitación de Cristo debe haber varias copias,
así pueden estar en las manos de todos.
Y que cada religioso tenga copias de las Constituciones. Deseo vivamente
en el Señor poder retocar las constituciones para que digan de modo más claro
nuestro fin particular y nuestro amor y apego al Papa, así y como me parecía
que estaba mejor dicho en las primeras, que eran mucho más breves y más, me
parece, de acuerdo al espíritu de nuestra humilde, pobre y papal Congregación.
Para esto recomiendo oraciones especiales.
Respecto al Papa, más que estar sujetos y obedientes como a un Superior
supremo, deseo que estemos a su lado y unidos inseparablemente como a un Padre,
y que nuestra obediencia no sea sumisión, sino amor de hijos. Así con los
Obispos se debe tener gran veneración y hacer de todo para secundarlos y
ponerlos en el amor del Clero y del pueblo. Por todos los Sacerdotes, et in
primis, los párrocos, sintamos el debido respeto y mantengamos su buena imagen,
callando siempre cualquier defecto de ellos y haciendo notar lo que hay de
ellos de virtud y de bien.
No nos enredemos nunca en el
gobierno, o en las cosas o partidos de las diócesis, y no hagamos nunca ligas
con aquellos que hablan mal de los Obispos o del Clero. Estemos en nuestra
casa; lo repito; estemos en nuestra casa y no frecuentemos las casas de los
sacerdotes seculares, ni de personas seculares. Con los seculares nos hacemos
fácilmente de ideas y de vida seculares, se pierde siempre y de todas las
maneras.
Seamos siempre cautelosos y mantengámonos alejados de personas, de
grupos, de conversaciones que terminen en la crítica, en la murmuración o en la
hostilidad a los superiores, sean eclesiásticos o de la Congregación.
Manifiesten amor y respeto por todos los superiores, sean superiores
altos o bajos, teniendo por seguro que, diría, cuanto menor es el valor de la
persona a la cual se obedece por amor de Dios bendito, más meritoria es la
obediencia y más grato le es a Dios.
Y, actuando así, la Congregación florecerá de santidad y se dilatará.
Porque, cuando se observen el Santo Evangelio y las Reglas y se vive en
humildad, píos, en sinceridad, rectitud y caridad fraterna, el Señor estará
siempre con nosotros, y nos colmará de su espíritu y sus bendiciones.
Y así, caminemos bajo su mirada
todos los días de la vida, como tanto nos recomendó Pío X en aquel último
discurso suyo inolvidable.
Los conforto y bendigo de corazón
en Jesús y María Santísima.
Rueguen por mí. Vuestro
afectuosísimo.
Don
Orione d. D. P.
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