Testimonio del P. José Dutto para el proceso de beatificación de Don Orione.
Puedo decir
que Don Orione fue un enamorado de la pobreza como San Francisco de Asís. La
practicó desde niño, porque nació en una familia pobre, pero la amó santamente
durante toda su vida. Cuando hubiera podido obtener o gozar, si hubiera
querido, de ciertos comodidades, continuo en su vida de pobreza. Se dispuso a
abrir su primero colegio sin tener una moneda y ya de viejo contaba que en los
primeros años de la Congregación muchas veces no dispuso ni del dinero necesario
para la sal de la cocina.
No tenía más que un par de
zapatos, a menudo remendados y rotos. Su ropa, si bien siempre limpia, estaba
casi descocida y vieja. No llevaba reloj, no quería siquiera las llaves de la
casa, ni cuando estaba en Buenos Aires. Casi nunca tenía dinero en los
bolsillos, y cuando tenía, no sabía cuánto tenía, no le prestaba atención,
cuando un pobre le pedía, daba y daba sin mirar cuanto dio. En Buenos Aires me
contó varias veces el Sr. Antonio Solari, hoy Siervo de Dios, que un día Don
Orione, a quien ya conocía, le pregunto dónde podía encontrar un barbero, pero
luego añadió: “pero no tengo dinero para pagarle”.
No es que
fuese imprudente o presuntuoso: sabía también valorar oportunamente la
importancia del dinero, pero santamente, como un medio para hacer el bien y
para la gloria de Dios. Pocas horas antes de embarcarse para volver a Italia,
el 6 de agosto de 1937, me llamo a su habitación con el P. Zanocchi y el P. Di
Salvatore. Sobre el piso, entre papeles para tirar, había una cierta cantidad
de dinero. Nos dijo: “En sus manos dejo la Congregación en Argentina”.
Luego, indicó el dinero que estaba en el piso con los papeles para tirar, y
agrego: “Aquí les dejo también un poco de dinero. Si fuese solamente por el
dinero, le diría una patada; pero el dinero es necesario para hacer el bien,
por tanto lo bendigo para que el Señor lo multiplique y podamos hacer mucho bien”.
El Papa Pablo VI, el P. José Dutto y el P. Humberto Zanatta |
Verdaderamente pobre quería que
su Congregación fuese para los pobres más pobres, porque en ello veía y quería
serviré a Jesucristo. La quería así o nada. Preocupado porque que Congregación
permaneciese fiel al espíritu de pobreza querido por él, dispuso que sus
miembros hicieran un juramento, con el cual se comprometían a ser fieles a la
pobreza propia de la Congregación. Un día, siempre insistiendo sobre su
voluntad de la observancia de la pobreza, le escuche decir a dos obispos
argentinos: Mons. Barrére y Mons. Devoto: “Se tuviese que disminuir este
espíritu de la Congregación, rogare al Señor que la destruya y, si el Señor no
la destruye, le pediré permiso de venir yo mismo personalmente a destruirla”.
Tal era el espíritu de pobreza en Don Orione, en su persona y en las casas que
no es posible tener la mínima duda sobre la practica heroica de tal virtud.
Fuente: Summarium, 584-585.
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