De una
carta escrita por Don Orione a sus exalumnos, bienhechores y amigos para la
Navidad de 1935.
El Ángel se les apareció a los pastores porque
eran pobres, sencillos y piadosos; y llamados a la gruta de Belén, su corazón
se enterneció ante el Niño Dios. El Señor se manifiesta a los humildes, a los
puros, a los sencillos. Eran hombres de buena voluntad, y los ángeles
proclamaron sobre ellos la paz.
¡Apareció el nuestro Dios y Salvador, el
Mesías! Nace para salvar a todos los hombres; y su resplandor divino brilla hoy
sobre nosotros, renovados por su gracia, e inundados por su luz y su paz. ¡Sólo
su vida llena los corazones!
El que nace es Jesús, que perdona a los
enemigos, vence al mal con el bien y establece el mandato de amar a todos los
hombres: Jesús, el autor de la vida, el redentor del mundo, el que da la
inmortalidad.
Oh Dios grande y bondadoso, Dios omnipotente y
eterno, que por nosotros te hiciste niño, y nos alegras todos los años con la
fiesta de Navidad, purifica nuestra vida mediante los misterios celestiales de
los sacramentos; edifica en nosotros el Reino de tu santo amor y de tu paz suavísima;
dirige nuestra voluntad hacia el bien y nuestras acciones según tu voluntad;
Haz, oh Señor,
que caminemos siempre por el camino recto,
bajo tu mirada:
siempre a los pies de tu Iglesia,
con gran humildad, sencillez y alegría.
¡Oh Jesús bondadoso, Jesús amor!
nosotros te queremos amar y servir
con gran caridad y santa alegría,
jubilosos siempre por la feliz esperanza,
amando y viviendo en humildad y pobreza,
como tú , Jesús, nos enseñaste,
con tu nacimiento, tu vida y tu muerte.
¡Hacer siempre el bien a todos,
oh Jesús,
siempre bendiciendo y jamás maldiciendo!
¡Colmados con las delicias celestiales de tu
santa Navidad,
sólo
pedimos amarte, amarte, amarte!
Y que el consuelo de la paz
se difunda por toda la tierra
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