Publicado en la revista "L'Opera della Divina
Provvidenza"; en este escrito de
juventud -tenía 26 años- Don Orione se refiere con entusiasmo al anuncio
de la verdad cristiana y al testimonio de la caridad.
La Obra de la
Divina Providencia [la congregación] comenzó hace siete años, un día de
cuaresma en que yo me puse a enseñarle un poco de Catecismo a un niño que se
había escapado de la iglesia y estaba llorando.
Así, ese niño
fue más bueno y más cristiano, y hoy que está en el servicio militar, sigue
recordando con gusto aquel día tormentoso y feliz al mismo tiempo.
Y
detrás de ése, ¡cuántos otros niños fueron más buenos y más cristianos, por el
Catecismo y la gracia de Dios!
Ah,
la eficacia del Catecismo. Hijos míos ¿saben ustedes qué es y qué importancia
tiene el Catecismo? Jesús transformó totalmente la sociedad: en las ideas, las
costumbres, las leyes, en todo.
¿Con
qué medio visible? Con uno muy sencillo. Escuchen. Un día llamó en su
seguimiento a doce pobres pescadores y, después de haber escrito durante tres
años el Catecismo en sus mentes y corazones, les dijo: "Vayan e instruyan
a todos los pueblos; y enséñenles lo que yo les he enseñado a ustedes, y que
sus sucesores hagan lo mismo hasta el fin de los tiempos".
Y
ellos lo hicieron, y el mundo se convirtió al cristianismo.
¿Y
qué es lo que hace la Iglesia, hoy? Le entrega a los misioneros una Cruz y un pequeño libro, el Catecismo, y
los envía en medio de los bárbaros y salvajes, y éstos entran de a miles en las
pacíficas carpas de la Iglesia.
Así,
con la gracia de Dios y con el Catecismo el mundo se convirtió, y se sigue
convirtiendo.
Así
como el Cristianismo nació y se arraigó gracias a la predicación simple y pura
del evangelio, o sea con el catecismo, así ahora lo tenemos que conservar y
reavivar entre los pueblos.
¡Oren,
hijos míos! Con la oración de ustedes la doctrina de Jesús volverá a entrar en
las familias y las escuelas, como primer
elemento de educación moral, como la enseñanza más necesaria y la base de todo
lo demás.
¡Padres
y madres, recen! Nuestra juventud, principalmente en las ciudades, se está
desviando de manera preocupante, ¡pero Dios escuchará la voz de ustedes y
tendrá piedad de tantos pobres ilusos! ¡Tendrá piedad de las lágrimas de la
Iglesia que, como una nueva Raquel, llora desconsolada la masacre de tantos
hijos desviados y miserablemente arrastrados por la impiedad! Hijos de la Providencia, esparcidos en tantos pueblos,
¿no podrían durante las vacaciones ayudar a los párrocos en la tarea
catequística?
¿Quieren
atraer a la Iglesia el mayor número posible de niños, entusiasmarlos y hacer
todo lo posible por instruir en la suavísima doctrina de Jesús las almas de sus
compañeros?
¿Quieren
conocer el secreto para ganarse el afecto de los niños y lograr que los sigan
en masa?
El gran secreto
es éste: ¡revístanse de la caridad de Jesucristo!
Para
implantar y mantener viva la obra del Catecismo basta una sola cosa: la caridad
viviente de Jesucristo.
Si los eligen
para el alto privilegio de ayudar al párroco en la enseñanza del Catecismo,
pidan al Señor que les dé una gran caridad. Esa caridad paciente y benigna,
humilde, amable, que todo lo sufre, todo lo espera, todo lo soporta, y nunca
desfallece. [1 Cor 13, 7]
Llenos
de esta caridad, salgan a buscar a los niños que, especialmente los domingos,
andan por calles y plazas, y con esa caridad conquistenlos. No se cansen jamás,
pasen por alto los defectos, sepan soportarlo y comprenderlo todo.
Sonrían,
tengan una palabra afectuosa y amable para con todos, sin hacer diferencias;
hijos míos, háganse todo para todos [1Cor 9,22] para llevar todas las almas a
Jesús. Estén dispuestos a dar la vida por un alma ¡mil vidas por una sola alma!
Queridos hijos, con la dulzura de Jesús ganarán y conquistarán todos los niños
de su pueblo.
La
caridad de Nuestro Señor Crucificado: ¡éste es el secreto, oh almas de mis
hijos y de mis hermanos, el arte de atraer y tocar los corazones, y de
convertir, iluminar y educar a los niños, esperanza del mañana y delicia del
Corazón de Dios!
¡Caridad
viviente! ¡caridad grande! ¡caridad, siempre! ¡Con caridad lo lograremos todo;
sin caridad, nada!
¡Ven,
caridad santa e inefable de Jesús, triunfa y conquista los corazones de todos, y enciende ardientemente mi pobre alma!
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