En agosto de 1927, Don Orione le enviaba a todos los párrocos de
Italia una carta circular conocida como “colecta de las vocaciones”. En la
misma expresaba su amor y preocupación por las vocaciones sacerdotales,
religiosas y misioneras.
La colecta dio sus frutos y muchos jóvenes fueron enviados por sus párrocos.
Tortona, 15 de
agosto de 1927.
Muy Reverendo
Señor:
¡Que la paz de
Nuestro Señor Jesucristo esté siempre con nosotros!
Quisiera ir al
encuentro de su Señoría en persona, pero, como no me es posible, confiado en su
bondad, le ruego escucharme benévolamente aunque de lejos.
Le estaré
agradecido, si me ayuda en la obra de búsqueda de santas vocaciones, pues de
esto deseo justamente interesarlo en el Señor: vengo a hacer limosna de
vocaciones. Y busco especialmente a jovencitos que manifiesten el deseo de
hacerse sacerdotes o hermanos, y estén dispuestos, con el consenso de las
familias, a formar parte de esta naciente Congregación de los Hijos de la
Divina Providencia, la cual, por estar bendecida por el Vicario de Jesucristo y
por los Obispos, puedo en breve tiempo extender sus tiendas también fuera de
Italia: en Rodas, en Palestina, en Polonia, en Uruguay, en Brasil y en
Argentina.
Ella está
dispuesta a aceptar a niños pobres, con la condición de que den una buena
esperanza para la Iglesia. Y los educará, con la ayuda de Dios, en la doctrina
de Jesucristo, como sólida e ignita piedad eucarística, con ferviente espíritu
de caridad y de apostolado, asistiéndolos con cuidado particular en los
estudios y en la formación religiosa.
“La cosecha es
mucha, pero los operarios son pocos”.
¡Hermano, demos
operarios y buenos operarios a los
vastos campos de la fe y de la caridad!
El ojo experto
de Su Señoría habrá seguramente reconocido en algún humilde niño un rayo de
vocación celeste: con los pequeños Samueles que la Providencia Divina va
suscitando para el servicio de la Iglesia y para la dilatación del Reino de
Dios en el mundo.
Yo no vengo a
cosechar, no: dejo que cosechen los Obispos para sus Seminarios, luego como
cuando era pequeño iba con mi pobre madre a recoger espigas en los surcos
solitarios, vengo también yo, en el Nombre del Señor, a recoger las
espigas dejadas atrás, aquellas humildes espigas que podrían perderse. Y, con
la gracia divina, trataré de extraer también de ella alimento y pan para las
almas.
“Muchos son los
llamados al servicio del altar”, escribía ese gran Siervo de Dios que fue Don
Rua, pero muchos se pierden, porque no siempre pueden ser ayudados.
Si, entonces,
Su Señoría descubre, entre los buenos niños que asisten a la Iglesia, algún
jovencito pobre, tal ven un poco olvidado, pero con el candor de la inocencia y
las señales de la vocación al servicio de Dios, permítame que, humildemente le
ruegue que me lo mande.
Tenemos cursos
preparatorios para aquellos aspirantes que no sean suficientemente maduros para
la escuela secundaria. ¡Trataré de facilitarles el camino a todos, la Santa
Virgen me ayudará!
Las vocaciones
al sacerdocio de los niños pobres son, después del amor al Papa y a la Iglesia,
mi más caro ideal, el sagrado amor de mi vida. Misericordiosamente conducida
por la Divina Providencia, para ellos comenzó esta “Pequeña Obra”; para ellos
se abrió nuestra primera Casa en Tortona, o sea para aquellos que, a su pesar,
el Obispo no había podido aceptar en el Seminario. Y Dios le ha dado
incremento: ¡cuántos buenos Sacerdotes se han formado y también Obispos!
¡Cuánto caminar
por las vocaciones de los niños pobres! He subido tantas escaleras, he golpeado
a tantas puertas! Y Dios me llevaba adelante como su harapo.
¡He sufrido
hambre, sed y humillaciones las más dolorosas, y aún así parecían bizcochitos
de Dios! Me he llenado de deudas, pero la Divina Providencia no me ha dejado
quebrar nunca. Y consideraría una gran gracia, el hecho que Jesús, por las
vocaciones, me hiciera ir mendigando el pan hasta el último día de mi vida.
Entonces por el
carácter propio de esta naciente Congregación, me ocupo de la limosna de
vocaciones y también de vocaciones tardías, ya sea para el Sacerdocio como para
hermanos laicos, de los cuales tenemos una gran necesidad, ya sea en Italia
como en el Exterior, en las Misiones y en las Escuelas para los hijos de los
italianos emigrados.
Recibo también
a hombres hechos, libres: campesinos, artesanos, viudas, basta que tengan buena
salud y buena voluntad. Todos aquellos que se sienten llamados de darme una
mano para ejercitar el Apostolado de la Caridad en los Colegios, Oratorios
festivos, Colonias agrícolas, Escuelas profesionales -Tipografías, Talleres
mecánicos, Carpinterías, Talleres de artes y oficios-, como así también
Hospicios, Asilos, que la mano de la Providencia va abriendo para la salvación
de la juventud y el consuelo de los humildes: todos pueden encontrar su hogar,
su lugar de trabajo, pues en estas Instituciones de Caridad hay muchas
habitaciones (Juan 14,2).
Quien persevera
permanece con nosotros, como en su casa, como enfermo o sano, durante toda la
vida.
Para los
desengañados del mundo, que desean darse a Dios en una vida de recogimiento, de
oración y de olvido, tenemos a los Ermitaños. Los Ermitaños de la Divina
Providencia viven en la paz de la soledad, rezando y trabajando, y se admiten
aspirantes también de joven edad, como ya lo hacía San Benito.
¿Y luego? No he
terminado porque tengo también a las Hermanas, denominadas las Misioneras de la
Caridad. Y ya se han esparcido en Piamonte, Lombardía, Véneto, Emilia, Marcas,
Roma, Calabria y hasta en Polonia.
No sé cuántas
son. Sé que, en general, las Hermanas son un poco como las hormigas: trabajan,
crecen, se multiplican como las hormigas. Pero, en el momento de necesitarlas,
son siempre pocas porque las solicitan de todas partes para asilos, escuelas
maternales, hospitales, internados, etc.
Por lo tanto,
si su Señoría me manda buenas vocaciones para Hermanas, se lo agradecería
mucho. Hay también una sección de Hermanas para las viudas. Tengo también
hermanas ciegas, son Sacramentinas.
Y después... y
después, si la Divina Providencia sigue jugando, verán, dentro de pocos años,
qué surgirá de las manos del Señor.
Todo lo hace
Nuestro Señor, yo diría que es él quien juega. Aquél que habló por boca de la
borrica de Balaam, no ha encontrado sobre la tierra a una criatura más
miserable que yo, para que se conozca que todo bien es de Él.
No busco dote,
no pongo límites de edad para nadie, sólo busco que tengan buen espíritu, buena
salud, buena voluntad de amar y servir a Jesucristo, de trabajar en humilde
obediencia, de sacrificarse en la caridad, de hacer el bien a los pobres,
sirviendo a Jesús en ellos. Porque nosotros somos para los pobres, mejor dicho
para los más pobres y abandonados.
Mire un poco,
amado Señor y Hermano mío en el Señor, cuántos problemas vengo a darle, cuántas
personas viene a solicitarle este Fray Galdino de la Divina Providencia.
Como Fray Galdino
del Manzoni se contentaba de ir en
busca, en pedir nueces de limosna, yo, en cambio -¡será culpa de los tiempos
que progresan!- si su Señoría no está en guardia, terminaré por buscarlo y
llevarlo también a Ud... ¿Y quién sabe?... ¡Quizás un día... Dios quiera! ¡Por
ahora me contento de solicitarle humildemente que me mande vocaciones, buenas
vocaciones, muchas vocaciones!
¡Almas y almas!
¡Busco almas! Busco, con la divina ayuda y la de Su Señoría hacer una obra que
suscite buenos Religiosos, Santos Sacerdotes, Apóstoles.
¿Quién no
querrá ayudarme? ¡Hágame este favor por el amor del bendito Dios! Me confío en
Nuestro Señor y en la inteligencia bondad y fervor de Su Señoría. Por lo que
hará, ¡que Dios lo bendiga mucho! Rezaré siempre por Ud. y le prometo agradecerle,
particularmente en el Altar.
Permítame
abrazarlo fraternalmente con el beso de Cristo, y considéreme Su humilde
y seguro servidor y hermano en Jesucristo y en la Santa Virgen.
Sac. Luis
Orione
de la Divina
Providencia
* * *
P.D.- Con la
ayuda del Señor, educaremos a los jovencitos, que nos sean enviados, el
espíritu de humildad y de piedad, a la vida de sacrificio y de apostolado,
instruyéndolos bien en el Catecismo y en la Historia Sacra asistiéndolos con
cuidado particular en los estudios, para dar obreros y buenos obreros a los
vastos campos de la Fe y de la Caridad.
Y, con la
ayuda de Dios y la Santa Virgen, confiamos en que un día muchos de los
jóvenes que nos envían, sean de ayuda también a los Revdos. Párrocos, y siempre
de consuelo al corazón de los Obispos y de la Santa Iglesia.
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