Extracto de la carta del P. Tarcisio Vieira “Volver
a despertar el corazón”
Un corazón sin fronteras
Al icono evangélico de Naín podría corresponder, para nosotros, el icono orionita del episodio de la
confesión del que había envenenado a su madre. Cierto, no es fácil seleccionar
en la vida de Don Orione - vista la abundancia - un único hecho para demostrar su
“corazón
siempre despierto”, “siempre inclinado”
hacia las necesidades del prójimo, o para identificar “la serena ternura de su mirada”, como escribía Ignazio Silone. Sin
embargo, el encuentro con el matricida arrepentido en la carretera, que va de
Castelnuovo a Tortona, se ha vuelto el símbolo clásico.
La historia, contada varias
veces por Don Orione, es bien conocida y sucedió después de la ardiente
predicación de una misión en Castelnuovo. “Una
tarde hablé de la confesión”, cuenta Don Orione. “Entonces - nunca lo había pensado antes - el Señor me puso en los
labios este pensamiento: Mire - dije
- la misericordia de Dios es tan grande que aunque alguno de ustedes hubiera
puesto veneno en la taza de su madre, si está arrepentido, hay misericordia también para él. Confesé hasta
la una de la madrugada. Estaba muy cansado (...) Salí de Castelnuovo para volver
a pie a Tortona (…) A cierto punto del camino vi una sombra negra, un hombre
envuelto en una capa, parado, mirando hacia mí (...) Cuando estaba cerca de él:
Buenas noches, buen hombre; ¿Viene a Tortona? - No, lo esperaba a usted... -
Diga... - Escuche bien: ¿usted predicó que si uno hubiese puesto veneno en la
taza de su madre, hay misericordia también para él? - Sí - ¿Usted cree
realmente lo que dijo? Sí, hijo mío, lo dije y lo creo - Escuche, soy yo,
¿sabe? Ese soy yo" (Parola XI, 234-235). “Se arrodilló y después se confesó llorando y le di la absolución; luego
se levantó y me abrazaba y me apretaba, siempre llorando, y no conseguía
separarse de mí, tanto era el consuelo que lo inundaba. Yo también lloré y lo
besé en la frente y mis lágrimas se confundieron con las suyas. Quiso acompañarme
casi hasta Tortona y, sólo por mi insistencia, finalmente, regresó, y continué
mi camino con un gran consuelo, con una alegría en el corazón como jamás había
experimentado en mi vida (...) Llegué a Tortona todo mojado; esa noche me quité
los zapatos y me tiré en la cama, y soñé... ¿Qué cosa soñé? Soñé el Corazón de
Jesucristo; sentí el
Corazón de
Dios, ¡qué grande es la misericordia de Dios!” (Don Luigi Orione e la Piccola Opera della Divina
Provvidenza V. III, 124).
Siguiendo el ejemplo de Cristo,
la “calle” es también para Don Orione, el lugar de las “sorpresas de Dios”, el
lugar de los “encuentros” y de la “salvación” reencontrada, el lugar donde el “corazón
muerto” de un pecador revive a causa de la acogida de un “corazón lleno de
Dios”.
¡Es totalmente “providencial”
este encuentro, divinamente providencial! De hecho, es la Divina Providencia que
le da cita al santo y al pecador al borde del camino. Y así, en Don Orione, se
realizó “la unidad de los extremos”,
un milagro que sólo la misericordia divina podría cumplir: “la persona [de Don Orione] era
el 'lugar' del encuentro entre Dios misericordioso y el alma de un pecador” (Paolo
Clerici, Don Orione un rostro misericordioso de la Misericordia de Dios).
Parece casi obvio -dada la
evidente coincidencia- decir que Don Orione reunía en sí el dinamismo y el
estilo que el Papa Francisco nos pide hoy. Pero fue el mismo Papa Francisco
quien recientemente se acercó a nuestro Fundador, citando su nombre en un
discurso al clero y a los consagrados de la Diócesis de Génova durante la
Visita Pastoral. Era el 27 de mayo de 2017. Al presentar los criterios “para vivir una intensa vida espiritual” (era la pregunta de un sacerdote diocesano),
el Papa culminó la conversación con una expresión de nuestro Fundador que marca
el estilo de vida, el dinamismo que mantiene el corazón constantemente
despierto. Casi como una “exégesis” del episodio del matricida.
La respuesta del Papa Francisco
es larga, al ritmo de sus pausas de silencio, en la que subraya conceptos y
palabras claves, utilizando imágenes y ejemplos de la vida cotidiana. El
criterio fundamental para “vivir una intensa
vida espiritual” -dice ya de partida con claridad- es “imitar el estilo de Jesús”. ¿Y cómo era ese estilo? - se pregunta
el Papa - “La mayor parte del tiempo,
Jesús lo pasaba por la calle. Esto significa cercanía a la gente, cercanía a
los problemas. No se escondía. Después,
al anochecer, muchas veces se escondía para rezar, para estar con el Padre”.
Este es el dinamismo equilibrado del “corazón
siempre despierto”: Mantener la armonía entre el “no esconderse de la gente” y “el
esconderse para la oración”. Estar “siempre
en camino”, como Jesús, supone el riesgo de estar “expuesto a la dispersión, a quedar quebrantado”. Pero, advierte el
Papa: “No hemos de temer el movimiento y
la dispersión de nuestro tiempo. El miedo más grande en el que tenemos que
pensar es el de una vida estática (...) Yo
tengo miedo del [religioso] estático.
Tengo miedo (...) El [religioso] que tiene todo planificado, todo
estructurado, generalmente está cerrado a las sorpresas de Dios y pierde esa
alegría de la sorpresa del encuentro. El Señor te toma cuando no te lo esperas”. Por tanto, “El primer criterio es no tenerle miedo a esta tensión que nos toca vivir:
nosotros estamos en la calle, el mundo es así (...) Un corazón que ama, que se entrega, siempre va a vivir así”.
Otro criterio, siempre según el
Papa, es plantear la vida bajo la perspectiva del encuentro: “Tú, [religioso], te encuentras con Dios, con el Padre, con Jesús en la Eucaristía, con los
fieles: te encuentras (...) Estás en
silencio [delante del Señor], escuchas
lo que dice, lo que te hace sentir... Encuentro. Y con la gente lo mismo
(...) dejar que la gente te canse; no defender
demasiado tu propia tranquilidad” concluye mencionando a nuestro Fundador: “el [religioso] que lleva una vida de encuentro con el Señor en la oración y con la
gente hasta el final del día, es 'desgastado', San Luis Orione decía ‘como un trapo’.”
Justamente así, “como un trapo”
en las manos de la Divina Providencia. Don Orione es, para nosotros y para la
Iglesia, para el Papa Francisco, modelo de hombre de encuentro (“vio a un hombre... Cuando estaba cerca de él”),
hombre del sagrario (“el Señor me puso en
los labios este pensamiento”), hombre de la calle (“partí... A cierto punto del camino...”), hombre de “oreja”, que sabe
escuchar (“confesé hasta la una de la
madrugada. Estaba muy cansado”).
Todo concentrado en el episodio del matricida que, sin embargo, revela otro
detalle al que el Papa Francisco está muy atento. Don Orione es también “el
hombre de las lágrimas” (“luego se
levantó y me abrazaba y apretaba, siempre llorando... Yo también lloré y lo
besé en la frente y mis lágrimas se confundieron con las suyas”).
Puede parecer raro y, para
algunos, también un poco inusual, darse cuenta de que el Papa Francisco insiste
en el tema del llanto y de las lágrimas: “Jesús
en el Evangelio, lloró (...) Lloró en su corazón cuando vio a aquella pobre madre
viuda que llevaba al cementerio a su hijo (...) Si ustedes no aprenden a
llorar, no son buenos cristianos”. (Discurso a los Jóvenes, Manila, 18 de
enero de 2015).
Son varias las referencias en
este sentido, que se dan especialmente cuando está hablando al clero y a los religiosos.
“Cuando a un religioso se le secan las
lágrimas, hay algo que no funciona”, le dijo al clero y a los religiosos en
Nairobi (26/11/2015). Quiere decir que el religioso perdió “los sentimientos de Jesús” (cfr. Fil 2,5) y su corazón, “con el paso del tiempo” se endureció y
se volvió “incapaz de amar
incondicionalmente el Padre y al prójimo”. Y advierte: “Es peligroso perder la sensibilidad humana necesaria para llorar con
los que lloran y alegrarse con los que se alegran” (cfr. Discurso a la
Curia Romana, 22/12/2014). Por lo tanto viene la pregunta: “Dime: ¿tu lloras? ¿O hemos perdido las lágrimas? (...) ¿cuántos de nosotros lloran delante del sufrimiento de un niño, delante de la
destrucción de una familia, delante de tanta gente que no encuentra el camino?...
El llanto del [religioso]... ¿Tu lloras?
¿O en [esta Congregación] hemos
perdido las lágrimas?” (Cfr. Discurso a los párrocos, 06/03/2014)
.
Don Orione, con su vida, dio
una respuesta a esta pregunta: “¡Amor a
las almas, almas, almas! ¡Escribiré mi vida con las lágrimas y la sangre!” (25/02/1939).
Nos toca a nosotros “Ser hoy Don Orione”.
Si queres leer la carta entera,
visita: http://www.donorione.org/Public/ContentPage/content.asp
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