Reflexión de Don Orione sobre Mt 25,31-46, leído en
clave de Cottolengo:
Y cuando el Señor diga que deberán ser separados los
buenos de los malos, aquellos desdichados que fueron despreciados, sentirán que
su lugar es a la derecha. Cuando Jesús diga: “Vengan, oh benditos, a tomar el
premio que les fue preparado desde el inicio de la constitución del mundo”-
esto escucharan por ser los benditos. El mundo los consideraba, no digo
maldito; pero casi no los creía dignos de formar parte de la humanidad.
Y escucharan a Jesús que dirá: “Tuve hambre y me
dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, estaba desnudo y me vistieron,
era forastero, estuve enfermo, preso y viniste a visitarme”.
Estos, los del Cottolengo, se miraran alrededor. Pero
cuando Cristo diga: “Vengan, benditos, reciban el premio”, los elegidos, los
benefactores de los pobres, los que ejercieron la caridad, los que tuvieron
entrañas de misericordia con los desdichados, responderán: “Pero, ¿Cuándo te
vimos hambriento y te dimos de comer? ¿Sediento y te dimos de beber? ¿Huérfano,
enfermo y te consolamos?
Los del Cottolengo callaran. Cuando Jesús diga: “Todo
lo que hicieron a estos pobres, a estos desdichados me lo hicieron a mi”.
Entonces los repudiados del mundo, los descartados, los desechados se alegraran
con un gozo inmenso de beatitud porque entenderán que se asemejaron a
Jesucristo.
Buscaran entonces entre el esplendor de los Santos la
figura de un cura, un pobre cura, “el Ángel”, el “Canónico Bueno”, un cura que
rezaba el Oficio y se confundía la palabra caridad: todas las palabras y las
oraciones que decía se compendiaban en un expresión sola: “Caridad”; todos sus
pasos eran sobre un único sendero, el de la caridad, todas las acciones que
hacía, eran un canto a la Caridad.
¡Oh! Entonces todos aquellos que sufren de alguna
discapacidad, física o mental, cantaran el cantico de la Caridad, el cantico más
alto y más bello que los hombres cantar en la tierra y los santos ángeles
cantan en el cielo.
Palabras pronunciadas
en el 4 de junio de 1939, durante la misa solemne de la Fiesta Patronal de San José
Benito Cottolengo en Restocco (Milán). La Parola X, 223-224.
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