viernes, 15 de julio de 2016

El recuerdo del P. Bussolini sobre Don Orione

Reportaje del P. Enzo Giustozzi al P. Pablo Bussolini efectuada el 25 de septiembre de 1998.



¿Padre Bussolini cuándo conoció usted a Don Orione?

            Fue en los años 1931, 1932 y 1933. Mis padres me acompañaron. Fui con ellos desde el pueblito donde nací, Monte Martino, hasta Tortona para asistir a las fiestas de Nuestra Señora de la Guardia, el día 29 de agosto. Había muchísima gente. Muchos feligreses que deseaban asistir a las celebraciones que se hacía todos los años.

Bueno, yo me entusiasmé con Don Orione. No sólo por su condición de sacerdote. Sino porque además un hermano mío ya estaba con él. Mi hermano  se ordenó después de sacerdote. Ya ha muerto. Fue en 1976, cuando ya residía aquí  en la Argentina. Entonces, como lo veía a él contento (a su hermano), y yo veía a Don Orione siempre sereno rodeado de tantos jóvenes, quise también entrar junto a esos jóvenes, y así lo hice en 1932. Yo me quedé junto a Don Orione desde ese año de 1932, hasta 1940 cuando murió Don Orione.

             Yo tuve  varios encuentros con Don Orione, especialmente cuando volvió de la Argentina en 1937. Justamente los primeros votos religiosos, yo los profesé de las manos de Don Orione. Fue el primero de julio de 1937. Nosotros –porque éramos varios hermanos- debíamos haber profesado el 15 de agosto, pero quisimos  o quisieron los superiores, esperar a Don Orione que estaba por llegar desde la Argentina, antes del 29 de agosto que era la fiesta de Nuestra Señora de la Guardia. Llegó Don Orione y después de las fiestas  fue al Noviciado para hablar con nosotros y nos recibió a todos uno por uno. Era una cantidad muy grade los religiosos que haríamos nuestros primeros votos ese año. Creo que éramos ciento treinta y dos novicios, pero los que profesaron fueron ciento veintinueve. Luego renové los votos una segunda vez y una tercera. Yo conservo el documento de la segunda y tercera renovación por la bondad y gentileza  del Secretario Don Antonio lanza. Yo le  pedí una copia y él fue al Archivo y vio que había dos originales y fue muy bueno y me dio uno, que conservo como una reliquia y recuerdo de mi primera profesión, y de la segunda y de la tercera.

            Durante los estudios de Filosofía tuve varios encuentros con Don Orione, porque íbamos a visitarle con esa facilidad con que cualquier chico va visitar hoy día al director. En ese tiempo en las casas, en cuanto a Director, siempre había uno solo. Cuando llegábamos a la casa, nos decían si estaba o no estaba en la casa, y si estaba era fácil ver a Don Orione. El nos leía las notas semanales y se hacía lo que él decía. Practicaba lo que se llamaba “la corrección fraterna”. En ese tiempo nos daban las notas una vez a la semana y nos decían como estábamos. Cuando Don Orione no estaba  nos la leía otro sacerdote, pero la mayor parte  de las veces estaba Don Orione. Cuando nos quedaba un 10 (diez) menos. La primera vez que esto ocurría no nos decía nada, pero un diez menos, una segunda vez ya era motivo para llamar la atención, y una tercera vez, ya nos miraba un poco serio, y peor era aún cuando las cosas continuaban más tiempo  así. Un 10 menos, no era una mala nota, pero no era linda tampoco. El solía decirnos “cambia aria” “cambia aria”. Esta palabra para él quería decir “volvé a tu casa”. Era muy bueno pero también era exigente.

            Don Orione tenía lo que podía decirse una “bondad paterna”. Quería vernos con frecuencia. Nos decía pocas palabras. Aceptaba y comprendía nuestra juventud. Pero quería vernos armados de fuerte voluntad.

            Recuerdo una vez que fui a visitarlo. No tenía cosas serias que contarle.

-          Entra –me dijo- Tienes algo importante que contarme?

-          No, era nada más para visitarlo y para que me dieran la bendición.

Se ve que debía estar apurado porque entonces me dijo: que estaba bien. Pero yo tenía otra finalidad juvenil. Yo quería que me firmara una estampita de la Virgen de la Guardia que yo llevaba  en el bolsillo de la sotana. Entonces me dio la bendición y yo saqué la estampita del bolsillo de mi sotana y le dije que quería  tener un recuerdo suyo y que por favor me la firmara. Y él me dio otra bendición, me puso las manos sobre los hombros y me dijo: “También ustedes... y dándome una palmada en el hombre hizo el gesto de que me fuera. Pero más tarde yo supe como poder conversar con Don Orione gracias a Dios, encontrando los momentos más oportunos.

P. Bussolini, P. Lorenzetti, P. Iwertowski y P. Longo

            En otra oportunidad le di un gran disgusto, sin yo quererlo, ya que por el contrario yo pensé que le iba a dar una grata sorpresa y una gran alegría. Lo que ocurrió fue lo siguiente:

            Un compañero mío que se llamaba Fuso Roque, que luego no siguió  el noviciado y no llegó a sacerdote al no renovar los votos. Creo que estuvo con nosotros solos dos o tres años, decidió ir conmigo a ver los restos del beato Bernardino Da Feltre. Don Orione nos había ya preparado para hacer esa peregrinación a la casa y a la iglesia de San Agustín.

            Fuimos y entonces un compañero mío me dijo que le había sacado un dedo meñique del pie izquierdo del beato, que se conservaba y aún se conserva seco. El padre abad no se había dado cuenta, pues no estaba cerca, ya que  en esos momentos explicaba detalles de la vida del beato. Después cuando mi compañero fue a Don Orione a mostrarle la reliquia pensamos que le agradaría, pues sabíamos que él amaba la memoria del beato, pensamos que se pondría contento.

            Antes de llegar a su pieza, Don Orione ya venía hacia nosotros y nos preguntó cómo podíamos haber hecho una cosa así. Se acercó con las manos juntas y nos dijo: “Pero hijos cómo podéis haber hecho una cosa así. Quién os he enseñado estas cosas... Hijos, hijos.” Luego agregó: “Por la mañana iréis rápido a devolver la reliquia al padre abad del convento y le pediréis disculpas. Nosotros estábamos de rodillas y no sabíamos cómo podía haberse enterado Don Orione de lo que habíamos hecho, y yo todavía no lo sé. También recuerdo que Don Orione, mientras nos hablaba estaba blanco como una sábana recién lavada.

            Yo no recuerdo haberle visto ninguna otra vez enojado, y la cosa terminó ahí. Lo que sí quiero agregar es que nosotros éramos muy jóvenes y no nos habíamos dado cuenta de la gravedad del hecho. 

            Pero recuerdo también que otra oportunidad participé, quizá cuando aún era más chico, en un pesebre viviente que se hizo en Tortona, y en otros dos más, uno que se hizo en Voghera y otro en Novi Ligure. Nosotros hacíamos  de angelitos y los más grandes hacían de pastores. Hacía en aquella época mucho frío, un frío que todavía siento cuando pienso en él. Recuerdo cuánta gente iba a verlo y la enorme devoción que sentían. ¡Qué lindo era! ¡Qué sencillez! Era como un retorno a la vida franciscana. ¡Cómo se vivía la vida de Jesús! La gente se emocionaba cuando besaba la imagen del niño Dios. Creo que aquella imagen se conservaba y quizá aún se conserve en la casa de Sette Sale en Roma. Pero ahora no sé donde estará. No sé donde habrá terminado, si todavía sigue allí o no. 



            Una vez nos llamó Don Orione. Éramos varios tirocinantes allí en la Dante Aleghieri. El quiso que yo fuera a estudiar juntamente con Carlo, que era un compañero mío. Carlo tenía un hermano sacerdote, que creo que todavía vive, pero no estoy seguro. El padre Don Orione nos encontró a los dos un día en la galería del Paterno cuando íbamos a ver a Don Sterpi. Don orione me dijo:  “Bussolini –en ese tiempo nos llamaba por el apellido, porque éramos muchos- vas a ir a estudiar Filosofía a la Gregoriana. Te mandaré con Carlo Pietro. Te tomarán un examen de Filosofía”. A mí me agradaba ir a Roma a la Gregoriana, pero no me gustaba tener que estar tanto tiempo lejos. Pero bien sabía que si me lo decía Don Orione, eso no se discutía pues él sabía lo que era mejor para cada uno, así que iríamos a la Gregoriana. Después pasaron unos quince días y Don Orione nos volvió a encontrar en la misma galería  y en el mismo lugar. Entonces nos dijo que probablemente no se abriría la Gregoriana aquel año “porque había olor a pólvora”. Estábamos en 1939,  y con eso de olor a pólvora nos quería decir que íbamos a entrar en guerra. Esa guerra que todavía me hace perder el apetito cuando pienso en todo lo que en ella pasó.

            Y así fue como fue imposible ir a Roma estudiar. Yo no fui, pero si fueron muchos de mis compañeros que habían salido antes de que las cosas se pusieran tan mal.

            La noticia definitiva nos la dio Don Sterpi algunos días después cuando nos llamó a Pedro y a mí para confirmarnos que no iríamos a la gregoriana y que nos quedaríamos en Tortona.  Y como preguntáramos qué íbamos a hacer nos agregó que en el Seminario había mucho trabajo y que nos preparáramos para hacerlo: -“Tu, Pedro, prepárate para hacer tareas de asistente de Escuela; y tu, Bussolini, irás a la Dante Aleghieri. Así terminó la Gregoriana para nosotros.

             La última vez  que vi a Don Orione fue en las charlas que nos daba. Yo tendría para contar un montón de cosas lindas referidas a las “Buenas noches”. La última vez que yo lo vi  debió ser tres días antes de su muerte, cuando él partió de Tortona. Sus “Buenas Noches” se habían hecho famosas desde su visita a Buenos Aires, por eso en cuanto yo me enteré que Don Orione se iba a ir a San Remo me fui caminando desde la Dante Alighieri, donde yo trabajaba como asistente. Cuando llegué, al Paterno –eran sólo unos diez minutos a pie,- Don Orione estaba saliendo de la pieza que estaba cerca de la capilla, que nosotros llamábamos “Enfermería”. El salía y al vernos en la antesala nos miró y nos dijo si queríamos algo. Le contestamos que sólo queríamos saludarle, que no era nada especial. Entonces nos dio la bendición y continuó su viaje, porque según nos agregó, - “...iba a saludar al señor Obispo porque después  partiría para San Remo”. Esa fue sin duda la última vez que lo vimos vivo, y digo “vivo” porque después, cuando lo trajeron para los funerales, lo volví a ver otras veces.

            Bueno, tendría, muchas otras cosas que contar principalmente aquellas que más se me grabaron en la memoria, por ejemplo cuando nos leía las notas semanales, o cuando nos daba las “buenas noches”. Pero creo que le hecho un resumen de lo más importante.

Muy bien, padre. Quisiera sin embargo hacerle una pregunta especial: Usted tuvo la oportunidad de estar cerca de Don Orione, justamente en los momentos que el volvió de la Argentina. ¿Recuerda si en alguna oportunidad le oyó hacer algún comentario referido a cómo le había ido durante tan larga estadía en este país?

Yo era un chico de 16 años, cuando esto ocurrió, porque entré en el noviciado cuando tenía 15 años, ya que en aquellos tiempos el código lo permitía. Profesé a los 16, pero aún así me parece que yo advertí que Don Orione, luego de su viaje por América, era mucho más comprensivo y abierto. Era otro mundo el que él había visto.  

Un favor más, padre Bussolini. Usted ha dicho que recuerda mucho: “las buenas noches”, ahora que está usted aquí en la Argentina y que ha grabado estos recuerdos, ¿no es cierto que ha sido fácil el ir desgranándolos? Pienso que ahora cuando usted vuelva a Italia podría seguir haciendo este sencillo trabajo y grabar todo aquello que usted considere que puede aportar alguna información más sobre la vida y la obra de Don Orione.

            Podría hacerse pero haría falta que alguien como usted me atrapase. Yo sólo, no me animo. Bueno, no le prometo nada pero le aseguro que lo que me ha dicho lo voy a tener en cuenta.



Estas cosas son importantes. Ya tenemos varios trabajos realizados, con personas que, como usted vivieron junto a Don Orione y escucharon con frecuencia sus palabras...

            Si es cierto. Creo que es importante recordar todo lo que uno puedo porque la persona de Don Orione es inagotable. Recuerdo que yo veía a Don Orione todos los martes y los jueves. Iba con mis amigos -a verle- después  de los almuerzos. El se quedaba gustoso con nosotros y nos miraba mientras jugábamos. No jugaba con nosotros pero compartía nuestro tiempo mirándonos. Nosotros siempre que estaba cerca nos sentíamos contentos simplemente por él estaba allí. Yo no sé como hacía para estar siempre presente cerca nuestro. En los últimos tiempos nos dábamos cuenta que él venía a darnos “las buenas noches”, porque le oíamos llegar. Sentíamos el ruido de sus pasos pesados cuando salía de la sacristía y lo escuchábamos acercarse. ¡Qué cosa linda!, él rezaba el Rosario casi en un susurro y nosotros le contestábamos. A decir verdad, ahora a la distancia, veo que nuestra vida era bastante sacrificada, tanto por el estudio como por el trabajo. Siempre teníamos trabajo  A veces en la construcción del Santuario, y otras veces en la atención de los laicos. Siempre nos las arreglábamos para trabajar. Pero no nos dábamos cuenta  de las muchas tareas en que estábamos comprometidos. Sí, era realmente una  vida de trabajo y esfuerzo...Pero nosotros, teniendo cerca a nuestro “papá” estábamos felices. Nosotros éramos felices.

            Recuerdo una vez las fiestas de Nuestra Señora de la Guardia. Cuando empezaban a llegar los peregrinos, Don  Orione ya estaba esperándonos en el santuario. Se subía a una silla o a una mesa para hacerse más alto y verlos a ellos, o para que ellos le vieran a él. Entonces les daba la bienvenida, los entusiasmaba más de lo que ellos  ya lo estaban. Aumentaba su alegría, la alegría que Ya anidaba en sus corazones. Eran los peregrinos que venían de Génova o de donde fuera y entonces los acompañaba  hacia el santuario. Luego con ellos subía la escalera que llevaba a la imagen grande de la Virgen. En el altar había un  entusiasmo bárbaro.

            El, allí esperaba a los peregrinos. 

Fiesta de San José Benito Cottolengo 1978 - Mons.Aramburu y P Bussolini


            Recuerdo también cuando en Cuaresma, rezaba el “vía crucis”.  Él era el que leía y nos acompañaba y le acompañábamos en toda la ceremonia. Solía leer él, pero a veces era uno de nosotros. Todo esto ocurría en el santuario de Tortona. Nosotros éramos muchos. Algunos se quedaban detrás del Paterno y otros iban a San Bernaredino que son unos quince o veinte minutos a “patitas para que os quiero”.

            Por la mañana teníamos que levantarnos quince o veinte minutos antes que el resto de la comunidad. A las cuatro y media en verano y a las cinco y media en invierno. El horario de verano iba de abril a octubre y el invierno desde noviembre hasta marzo. Éramos jóvenes, muy jóvenes, pero igualmente sentíamos el frio.

Recuerdo que Don Orione muchas veces se ponía en la puerta del Paterno para ver cómo estábamos abrigados. Íbamos con mantas y botines de militar, porque usábamos los que los militares habían dejado, ya fuera porque no les servían o porque estaban muy usados. Éramos pobres, pero nos abrigábamos bien. Y él estaba ahí cuidándonos y mirándonos a todos, viéndonos salir “a patita” hacia San Bernardino.

            Vi como una vez cuando salíamos hacia San Bernardino, uno de nosotros no tenía un buen abrigo. El (Don Orione) se sacó el suyo para dárselo a mi compañero. El compañero quiso decir no, pero él hizo “Shissss” y le obligó a que se lo quedase. Esto está también escrito en la vida de Don Orione.

Y si, cuántas cosas. Pero “las buenas noches” eran el momento más lindo del día. El nos decía  lo que había hecho durante el día y lo que pensaba hacer al  día siguiente. Era como un programa. A veces empezaba diciendo: “Bueno, los que están ahí anotando. Anoten bien lo que voy a decir, y que no lo olviden.”

            Nosotros creíamos que él no sabía que dos religiosos solían anotar lo que él decía, pero Don Orione sabía que estaban y tomaban notas. Gracias a ellos muchas cosas importantes que Don Orione dijo, han podido conservarse. 

             Recuerdo que así comenzó un día:   “... Y se convirtió”, luego bajó la cabeza y volvió a decir “...Y se convirtió”.  No nos dimos cuenta en el momento qué nos quería decir con esas palabras, pero después las entendimos. Hacía tiempo que estaba rezando por un masón. Cuando Don Orione volvía una vez de Génova, un masón le había entregado el triángulo y los emblemas de la masonería. Muchas veces él nos hacía rezar a todos sin decirnos el motivo. Simplemente solía decir: “por una intención particular”. En tiempos de Cuaresma nos hacía rezar un “Dios te salve Reina...” a la Virgen. Nos hacía levantar las manos para que nos lograra del Señor más cruces, más dificultades y también para que nos diera fuerzas para poder sobrellevarlas.  Don Orione siempre hacía así y nosotros no pensábamos que pudiera hacerse de otra manera, y yo te confieso, Melero, que yo lo hacía y levantaba las manos, pero yo  nunca  le pedía  que me diera más cruces. Yo le decía:” Señor dame la fuerza necesaria para sobrellevar las cruces que ya tengo”. Yo pensaba en los “latines” y los “griegos y compañía”, que ya tenía suficientes cruces.  Hay que ver, él que ya tenía tantas cruces, todavía pedía más. Es cosa bárbara. El ser santo es cosa incomprensible. Ser santo es muy difícil. Hay que ser fuerte de verdad...






Nota: Aquí terminó la entrevista. El Padre Bussolini, no agregó nada más y se quedó pensando unos momentos  en las cosas que había recordado.  Yo le noté al final, sinceramente emocionado   (25 de  septiembre de 1998. Casa Provincial)