martes, 28 de octubre de 2014

Reportaje al P. Garuffi: La última visita de Don Orione a Lujan




            En 1937 fue la última visita de Don Orione al Santuario de Luján. Sobre dicha visita, contamos con el testimonio del (+) P. Alvaro Garuffi, en un reportaje hecho por el Sr. Ramón Meleros, en febrero de 1999 en la parroquia “Nuestra Señora de la Guardia” (Victoria, Pcia. de Buenos Aires).

 P. Garuffi: quiero contarle  algo sobre un viaje que hicimos a Luján junto a Don Orione.
Ramón Meleros: Adelante. Podemos seguir
P. G.: Íbamos a Luján y durante el viaje, nos cruzamos con un hombre. Don Orione dijo al chofer que se detuviera  y luego agregó: “¡Eh, buen hombre!, venga para acá. ¿Quién es usted?”
-“Yo soy italiano”. –Dijo el caminante.
“Pues ellos” –y nos señaló a nosotros- “son calabreses”. Luego agregó: “¿A dónde va? ¿Por qué hace una vida así?”
El era un linyera, un vagabundo.
“Soy linyera”, dijo, “ando de un lado para otro”.
“¿Y no conoce usted el Cottolengo?”
“Si, he sentido hablar de él pero...”
“Puede usted vivir allí”
Después de la oferta que le hizo, Don Orione insistió en que fuera al Cottolengo, y luego seguimos nuestro camino.

Esta fue la anécdota que ocurrió en el camino. Luego llegamos al Santuario de Luján. Cuando ya habíamos visitado el camarín de la Virgen y estábamos preparándonos para salir, dos señoras mayores nos vieron y empezaron a decir en voz alta: “¡Mirá es Don Bosco, es Don Bosco!” , y una de ellas después se dio cuenta del error y dijo: “No es Don Bosco, es Don Orione”.
Nosotros quedamos un poco confundidos porque no sabíamos que Don Orione pudiera ser ya tan conocido.
R.M.: Padre, ¿recuerda cuando ocurrió lo que me acaba de contar?
P. G.: creo que fue en 1937.
Después volvimos a Carlos Pellegrini y Don Orione nos mandó a los jardines de Palermo para que conociéramos algunas zonas lindas de Buenos Aires. “¡Vean que lindos jardines, llevan el nombre de la capital de Sicilia! Ustedes vayan tranquilos, porque a esta hora no hay tanta gente. 

 Los jardines nos gustaron a todos. Vimos las piletas y los lagos. Nos mandó que fuéramos ahí, para que viéramos en qué lugar nos encontrábamos. Era como hace un padre con sus hijos cuando piensa que sus hijos pueden estar aburridos o cansados. Siempre ejercía la paternidad. Siempre tenía en cuenta que nosotros llevábamos muy poco tiempo aquí, y que nuestra tierra estaba muy lejos. El sabía que estando “lejos” de la patria o de la casa y de la familia, se sufre mucho. Quizá tuviera presente al linyera que habíamos visto en el camino de Luján: Era un italiano, lejos de su casa, de su tierra y de su familia; y además era pobre y estaba solo. Don Orione le había invitado a vivir en la familia que él estaba formando en el Cottolengo.
Así era el corazón de Don Orione.

            El P. Garuffi, junto a otros siete misioneros, llego a la Argentina el 26 de abril de 1937, por lo cual este viaje a Luján debe ubicarse entre esa fecha y el 5 de agosto de 1937, vísperas de la partida de Don Orione a Italia. 





La Eucaristía


 Fragmento de una carta vibrante escrita a sus sacerdotes el 4 de enero de 1926


Si es verdad que el amor, o mejor, la caridad de Cristo nos apremia [2 Cor 5,14], ¿cómo no esforzarnos por hacerla ardiente y fecunda, recurriendo a Jesús, a la fuente viva y eterna de la misma Caridad, que es la Eucaristía?


            "Sin mí nada pueden hacer", dijo Jesús [Jn 15,5].

            ¡Necesitamos a Jesús! Y Todos los días. Y no fuera, sino dentro de nosotros, espiritual y sacramentalmente. El será nuestra vida, consuelo, y felicidad. Todo se basa en la Eucaristía: y no hay otro fundamento ni otra vida, ni para nosotros ni para nuestros queridos pobres. Sólo ante el altar del Dios de la humildad y el amor, aprenderemos a hacernos como niños [Mt 18,3] y pequeños para con nuestros hermanos y a amarlos como quiere el Señor.

            Sin jamás forzar a nadie, pero con la fuerza persuasiva del amor de Dios en el corazón y en los labios, con expresiones sentidas que tocan y convencen y transportan; y el Señor se encargará de transformarnos y transfigurarnos en El, a nosotros y a nuestros queridos pobres. El será vida, consuelo y felicidad nuestra, y de aquéllos que su mano conduce hasta nosotros.


            Sólo así llegaremos a ser un solo corazón con Jesús y con nuestros hermanos, los pobres de Jesús. No basta pensar en darles el pan material; antes del pan material tenemos que pensar en darles el pan de vida eterna, la Eucaristía.

            Para permanecer en el Señor [Jn 6,56; 15,9] es necesario que el Señor venga a nosotros con frecuencia, si es posible, todos los días.

            El cuerpo necesita alimentarse todos los días; y el alma ¿no necesita su Pan, del "pan vivo bajado del cielo", que es para nosotros "remedio de inmortalidad", como escribía san Ignacio? Nuestros  jóvenes serán honestos, si son piadosos y si reciben a menudo, y bien, los santos Sacramentos.

            "El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él", ha dicho Jesús.[Jn 6,56]
 


¿Qué mejor que permanecer nosotros en el Señor y el Señor en nosotros? ¡Animo, queridos míos, la Caridad de Cristo nos apremia! [2 Cor 5,14]

            ¡El mejor acto de caridad que se le puede hacer a un alma, es darle a Jesús! Y el consuelo más dulce para Jesús, es llevarle un alma.

Éste es su Reino.







martes, 21 de octubre de 2014

No para los justos, sino para los pecadores



Este texto está tomado de apuntes espirituales de 1917; en él se manifiestan los vigorosos rasgos del amplio espíritu apostólico de Don Orione.

El sacerdocio tiene por finalidad la salvación de las almas; y muy especialmente, debe buscar a las que se alejan de Dios y se pierden.

Yo les debo a ellas mis preferencias, no por ternura, claro, sino para sostenerlas paternalmente y ayudarles a volver. Y si es necesario, habré de dejar a las otras, las  que necesitan menos de mi asistencia.


Jesús no vino para los justos sino para los pecadores. 



Por tanto, presérvame,  Dios mío, de la funesta ilusión, del engaño diabólico de creer que como sacerdote tengo que ocuparme solamente de los que concurren a la iglesia y a los sacramentos, de las almas fieles y las mujeres piadosas.


Mi ministerio sería seguramente más fácil y agradable, pero yo no viviría del espíritu de caridad apostólica hacia las ovejas perdidas que brilla en todo el evangelio.


Sólo después de correr en pos de los pecadores hasta quedar agotado -y muerto tres veces-, sólo entonces podré permitirme descansar con los justos.


Que nunca olvide que el ministerio que se me ha confiado es ministerio de misericordia, y sepa tener yo para con mis hermanos pecadores un poco de esa caridad infatigable que tantas veces tuviste para con mi alma, oh Dios grande en misericordia.