martes, 16 de febrero de 2016

La confesión con Don Bosco: “me sonrió como sólo él sabía hacerlo”



En ocasión del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, compartimos con nuestros lectores la confesión del joven Luis Orione con Don Bosco. Una experiencia de perdón, misericordia y paternidad.

En sus primeros meses en el Oratorio de Valdocco, en el joven Luis Orione maduró el vivo deseo de confesarse con Don Bosco y lo expresó a Don Berto, primer secretario del santo turinés, así lo recordaba: “…Yo deseaba vivamente confesarme con Don Bosco; me habían dicho que Don Bosco conocía los pecados y leía en las conciencias; yo, siendo del primer curso, no esperaba llegar a poder confesarme con él…
Esta primera confesión fue la primera ocasión de hablar cara a cara con Don Bosco, y Don Orione la considero siempre un don de Dios: “Entre otras, el señor me dio también esta gracia en mi juventud: me dio la gracia de conocer a Don Bosco, de poder confesarme con él”. 


Dicha confesión fue entre la fiesta de la Inmaculada y la Navidad de 1886. No sabiendo si se presentaría otra vez semejante oportunidad –a causa de la salud de Don Bosco y que él estaba en primer curso –se preparó con la máxima diligencia, como para un acto que no se repetiría más.
Buscó varios libros que tenían el examen de conciencia general; transcribió todos los pecados allí anotados, a excepción de “haber matado” y lleno por lo menos dos cuadernos de ocho o nueve hojas cada uno: “Me acusaba de todo a una sola pregunta conteste negativamente: ¿mataste? esto no escribí al lado”.
Se presentó casi temblando y con gran temor por sus pecados. “Cuando me encontré delante de él, tenía miedo de sacar mis cuadernos… por fin saque uno y, mientras se lo presentaba examinaba la mirada de Don Bosco y qué impresión le hacía. Después para no hacerle perder tiempo empecé a leer apurado; después volví la hoja y Don Bosco miraba todavía; volví otra hoja y Don Bosco me dijo: - Bien, bien; ¿tienes más todavía? -si conteste.- ¡Bien, deja aquí, dámelo! Lo tomo e hizo así y así (Don Orione repite el gesto), hizo cuatro pedazos; y también el segundo tuvo el mismo fin”.


Don Bosco siguió haciendo preguntas y aludió en seguida a una falta que por cierto estaba escrita en los cuadernos, pero que no fue leída. El joven Orione se quedo impresionado por la intuición del santo, de tal manera que cincuenta años después seguía repitiendo una misma exclamación: “¡Escudriñaba los corazones! ¡Escudriñaba los corazones! –continuaba Don Orione: “después me dijo tres cosas que todavía recuerdo como si fuera ahora, tres cosas que solamente Dios podía decírselas”.
Don Bosco después le hizo esta recomendación: arrepiéntete de esto y no vuelvas más atrás no debes pensar más en estas cosas, pequeñas o grandes que pudieron acontecer -agregando-¡se alegre! Don Orione concluye: “¡y me sonrió como sólo él sabía hacerlo!”


Convencido de haber tenido contacto con algo que superaba el mero conocimiento humano, el joven Luis Orione se levanto de aquella confesión, según su propio testimonio: “con el alma de una alegría tan grande, que no se si en mi vida pude experimentar otra igual”.