martes, 25 de agosto de 2015

Presencia y sencillez: Recordando al Hno. Orlando Boggio



             El recuerdo del Hno. Boggio me retrotrae a mi infancia, a mi historia y mis raíces; no solo porque las primeras imágenes que me vienen a la mente son verlo conversando con la gente grande o ayudando en misa, sino también porque somos hijos de la misma comunidad.

 
            Cuando éramos chicos, el Hno. Orlando pasaba mientras jugábamos o hacíamos gimnasia en el Ateneo Don Orione, nos regalaba una estampita, nos contaba algo de la vida de algún santo, alguna anécdota de Don Orione, etc; era para nosotros alguien que nos hablaba de Dios, que nos enseñaba a ser mejores personas y cristianos. Ya más grande, en la Acción Católica, el Hno. Boggio nos acompañaba y nos ayudaba a profundizar en la mística del grupo, de quien había sido presidente, muchas décadas atrás.
            Si tuviera que definir al Hno. Boggio en dos palabras, elegiría: sencillez y presencia. Con su perfil bajo, estaba siempre para escucharnos, darnos una consejo, alentarnos, etc.; muchas veces en silencio, pasando casi desapercibido, pero presente, siempre presente.
            Con la partida de Orlando, perdemos la “memoria viviente de Pompeya”, con su prodigiosa memoria, recordaba a todos los párrocos que pasaron, los hermanos, las actividades que se hacían, la vida del “asilo”, etc. Y lo más importante, nos ponía en contacto con las raíces y las épocas heroicas de la comunidad. Tocábamos con la punta de los dedos la historia de la comunidad, nos sentíamos en el Post escuela jugando con el P. Enrique Contardi, escuchando al P. Dutto dando la catequesis, o sentados en el cine parroquial. El pasado, se hacía presente, y nos calentaba el corazón.

Hno. Boggio con la estampita que le regalo Don Orione
 Entre sus recuerdos siempre estaba presente el paso de Don Orione por Pompeya, quien le había tocado la cabeza cuando era monaguillo y le había regalado una estampita de Don Bosco, la cual hoy se encuentra expuesta en la capilla del Colegio N.S. de la Divina Providencia.
            Una vez nos dijo que cuando trabajaba en el centro, rezaba el rosario mientras que viajaba en colectivo, algo que sin que él lo supiera, copie y me ayudo a crecer en la fe mariana. ¡Las palabras mueven, los ejemplos arrastran!
Su “pastoral de la estampita”, su visita a los enfermos, su don de gente y sus charlas han quedado grabadas en los corazones de la gente de Pompeya. Orlando hacia presente a Dios en nuestras vidas.
            Algo que no quiero olvidar, no pasar por alto, es que Orlando era Pompeya, conocía el barrio, su gente, sus historias, sus alegrías y sus tristezas. Sin olvidar que como el Papa Francisco, era un fanático del futbol.
            Los recuerdos de la niñez, con el tiempo fueron enriqueciéndose con las historias que contaban los mayores. Orlando había tenido un muy buen trabajo como empleado administrativo de la Shell, trabajo que dejo para ir a trabajar al depósito del Cottolengo en Pompeya. Su vida de consagrado e hijo de Don Orione comenzó allí; viviendo los consejos evangélicos y la entrega a Dios antes de hacer los votos.
            Unos meses antes de ingresar, se entero casi de casualidad que yo esta discerniendo mi vocación, y con su discreción propia, me prometió su oración. Cuando hice los votos, mi papá me hizo notar algo, Orlando estaba más contento que yo. “¡Bien, uno de Pompeya!” me dijo. A partir de ahí, Orlando no solo era quien me había hecho crecer en la fe, sino que era mi hermano de congregación. 


            Orlando fue también quien me enseño como ayudar en el altar, con él aprendí a ser monaguillo. Y nunca imagine, que con los años quien me había enseñado, sería quien me ayude cuando celebraba… que sensación rara, mezcla de indignidad y alegría. Como decía mi papá, Orlando estaba más feliz que yo…
            Al despedir al Hno. Boggio, primero, quiero darle gracias a Dios por todo lo que nos regalo en Orlando; y segundo, espero que se vida inspire a muchos jóvenes de dejar todo para seguir al Señor.
            Por eso, querido Orlando, ¡Gracias por tu sencillez, por tu presencia y por hablarnos de Dios! Ahora, que estas junto a tu querido Don Orione, reza por nosotros.

 P. Facundo Mela fdp


miércoles, 19 de agosto de 2015

".. sin perder coraje y adelante en el Señor..."



             En esta carta, el entonces Hno. Juan Carminati nos trae un hermoso testimonio de la preocupación pastoral y el amor por los enfermos dispersos en la zona rural. Los caminos, las dificultades y las distancias no eran obstáculo para llevar el Jesús a los pobres. Así le escribía a sus compañeros que estaban en Italia:


            “Ahora si me permiten paso a contarles un poco de nuestra vida. 

El otro día, lunes 25 del corriente, vinieron a llamar un cura para un enfermo. Nos indicaron el lugar que era a unos 8 km de aquí, después del almuerzo fui en compañía del P. Lorenzetti, él llevaba a Nuestro Señor bajo el sobretodo y el subscripto manejaba el caballo; se iba en una volanta. En los días anteriores, tuvimos mucha lluvia y se esperaba un viaje medio escabroso, pero no fue así, en lugar de ser medio, fue del todo; porque se comenzó a atravesar algunas calles de esta ciudad (?) todas alegadas con más o menos medio metro de agua, entonces imagínense los 8 kms, en ciertos puntos el caballo estaba con el agua hasta donde terminen las piernas, eso es hasta la panza.
  El otro día, lunes 25 del corriente, vinieron a llamar un cura para un enfermo. Nos indicaron el lugar que era a unos 8 km de aquí, después del almuerzo fui en compañía del P. Lorenzetti, él llevaba a Nuestro Señor bajo el sobretodo y el subscripto manejaba el caballo; se iba en una volanta. En los días anteriores, tuvimos mucha lluvia y se esperaba un viaje medio escabroso, pero no fue así, en lugar de ser medio, fue del todo; porque se comenzó a atravesar algunas calles de esta ciudad (?) todas alegadas con más o menos medio metro de agua, entonces imagínense los 8 kms, en ciertos puntos el caballo estaba con el agua hasta donde terminen las piernas, eso es hasta la panza. 

Más de las veces estuvo por caerse; si el Señor, a quien teníamos con nosotros, no nos hubiese ayudado, ¡quién sabe qué terribles hubieran sido los baños! Finalmente, a los 8 kms, llegamos, pero preguntando por la enferma, nos respondieron que su rancho estaba detrás de algunos arbustos que se veían cerca de un gran monte, fuimos con la volanta a los arbustos y un poco más adentro, porque aquí muchas veces hacen sus viviendas en medio del monte. Después de hacer 4 o 5 kms, miramos a derecha e izquierda y no se veía nada de nada, resolvimos entonces volver para atrás y preguntar a aquellos de los 8 km, si no indicaban mejor el rancho y preguntarles si tal vez conocían a la enferma. 

La respuesta no podía ser más sorprendente porque, con la máxima indiferencia del mundo, nos respondieron que la pobre moribunda era su madre, entonces le pedimos a un chico que viniera a acompañarnos y lo permitieron. Nos internamos en el monte hasta donde habíamos llegado antes y preguntamos al guía si la casa está todavía lejos, y nos responde que no estaba lejos, pero solamente detrás de la punta del monte, o mejor delante, donde se veía un espacio sin vegetación, se llego allí también, pero no se podía ver nada, y entonces, siempre con el caballo al galope, en medio de tantos peligros que nos ofrecen la vegetación de un tupido monte, atravesamos el espacio y finalmente el guía nos dijo: “allaité la choza de chesy jasu”, allí lejos se ve, nos dijo, el rancho de mi madre enferma. Nosotros dos miramos, pero el rancho no se podía divisar por la distancia. Pero sin perder coraje y adelante en el Señor. Finalmente después de 5 kms en dichos parajes se pudo distinguir un rancho muy lejos y… llegamos. 


 El sacerdote y el seminarista de Don Orione no miraron los sacrificios en pos de hacer el bien a los pobres, yo le dijo a esa gente, mientras el Padre Lorenzetti confesaba a la moribunda. Al terminar todo, retomamos el camino de vuelta; le decía al P. Lorenzetii, en buen [dialecto] véneto, tengo que estar preparado para bajar de la volanta en aquellos lugares donde el agua está muy alta y acompañar al caballo con la mano, porque si se cae, ¡chau, perdemos todo! Después, si se nos rompía una rueda a causa de los profundos pozos que había… si nos hubiésemos resbalado… volvimos a las 7 ½ de la tarde, oscuridad, agua, pozos peligrosos (y muchas otras cosas había en la zona y las cuales son peligrosas). Pero trabajando para el Señor no se pierde jamás, porque Él ayuda y protege como a los suyos con el Libro Sagrado. Ñandejara, como aquí llaman al Señor, es muy bueno con todos, si después se habla de Tupasy, que es la Virgen, es ella la bondad personificada”.


Fuente: Archivo Don Orione - Roma.