En esta carta, el entonces Hno.
Juan Carminati nos trae un hermoso testimonio de la preocupación pastoral y el
amor por los enfermos dispersos en la zona rural. Los caminos, las dificultades
y las distancias no eran obstáculo para llevar el Jesús a los pobres. Así le
escribía a sus compañeros que estaban en Italia:
“Ahora si me permiten paso a contarles un poco de nuestra vida.
El otro día, lunes 25 del corriente, vinieron a llamar
un cura para un enfermo. Nos indicaron el lugar que era a unos 8 km de aquí,
después del almuerzo fui en compañía del P. Lorenzetti, él llevaba a Nuestro
Señor bajo el sobretodo y el subscripto manejaba el caballo; se iba en una
volanta. En los días anteriores, tuvimos mucha lluvia y se esperaba un viaje
medio escabroso, pero no fue así, en lugar de ser medio, fue del todo; porque
se comenzó a atravesar algunas calles de esta ciudad (?) todas alegadas con más
o menos medio metro de agua, entonces imagínense los 8 kms, en ciertos puntos
el caballo estaba con el agua hasta donde terminen las piernas, eso es hasta la
panza.
El otro día, lunes 25 del corriente, vinieron a
llamar un cura para un enfermo. Nos indicaron el lugar que era a unos 8 km de
aquí, después del almuerzo fui en compañía del P. Lorenzetti, él llevaba a
Nuestro Señor bajo el sobretodo y el subscripto manejaba el caballo; se iba en
una volanta. En los días anteriores, tuvimos mucha lluvia y se esperaba un
viaje medio escabroso, pero no fue así, en lugar de ser medio, fue del todo;
porque se comenzó a atravesar algunas calles de esta ciudad (?) todas alegadas
con más o menos medio metro de agua, entonces imagínense los 8 kms, en ciertos
puntos el caballo estaba con el agua hasta donde terminen las piernas, eso es
hasta la panza.
Más de las veces estuvo por caerse; si el Señor, a
quien teníamos con nosotros, no nos hubiese ayudado, ¡quién sabe qué terribles
hubieran sido los baños! Finalmente, a los 8 kms, llegamos, pero preguntando
por la enferma, nos respondieron que su rancho estaba detrás de algunos
arbustos que se veían cerca de un gran monte, fuimos con la volanta a los
arbustos y un poco más adentro, porque aquí muchas veces hacen sus viviendas en
medio del monte. Después de hacer 4 o 5 kms, miramos a derecha e izquierda y no
se veía nada de nada, resolvimos entonces volver para atrás y preguntar a
aquellos de los 8 km, si no indicaban mejor el rancho y preguntarles si tal vez
conocían a la enferma.
La respuesta no podía ser más sorprendente porque, con
la máxima indiferencia del mundo, nos respondieron que la pobre moribunda era
su madre, entonces le pedimos a un chico que viniera a acompañarnos y lo
permitieron. Nos internamos en el monte hasta donde habíamos llegado antes y
preguntamos al guía si la casa está todavía lejos, y nos responde que no estaba
lejos, pero solamente detrás de la punta del monte, o mejor delante, donde se
veía un espacio sin vegetación, se llego allí también, pero no se podía ver
nada, y entonces, siempre con el caballo al galope, en medio de tantos peligros
que nos ofrecen la vegetación de un tupido monte, atravesamos el espacio y
finalmente el guía nos dijo: “allaité la choza de chesy jasu”, allí lejos se
ve, nos dijo, el rancho de mi madre enferma. Nosotros dos miramos, pero el
rancho no se podía divisar por la distancia. Pero sin perder coraje y adelante
en el Señor. Finalmente después de 5 kms en dichos parajes se pudo distinguir
un rancho muy lejos y… llegamos.
El
sacerdote y el seminarista de Don Orione no miraron los sacrificios en pos de
hacer el bien a los pobres, yo le dijo a esa gente, mientras el Padre
Lorenzetti confesaba a la moribunda. Al terminar todo, retomamos el camino de
vuelta; le decía al P. Lorenzetii, en buen [dialecto] véneto, tengo que estar
preparado para bajar de la volanta en aquellos lugares donde el agua está muy
alta y acompañar al caballo con la mano, porque si se cae, ¡chau, perdemos
todo! Después, si se nos rompía una rueda a causa de los profundos pozos que
había… si nos hubiésemos resbalado… volvimos a las 7 ½ de la tarde, oscuridad,
agua, pozos peligrosos (y muchas otras cosas había en la zona y las cuales son
peligrosas). Pero trabajando para el Señor no se pierde jamás, porque Él ayuda
y protege como a los suyos con el Libro Sagrado. Ñandejara, como aquí llaman
al Señor, es muy bueno con todos, si después se habla de Tupasy, que es la
Virgen, es ella la bondad personificada”.
Fuente: Archivo Don Orione - Roma.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario