domingo, 23 de diciembre de 2018

¡Niño Jesús, Jesús Amor, danos tu dulce bendición!


Tortona, 8 de diciembre de 1922
Fiesta de la Inmaculada

Queridísimos hermanos míos de la Divina Providencia:
¡En el Nombre bendito de Dios!
De regreso a Italia, con la mente y el corazón que me parecen más iluminados y dilatados por la caridad de Nuestro Señor Jesucristo Crucificado, y mientras ya me apresto a volver a cruzar el océano, si así quiere la bondad de Dios, llego a ustedes, queridísimos hermanos míos, como hermano y padre que los ama en el Señor, para hacerles los augurios más afectuosos y los votos más santos con la alegría de las próximas fiestas natalicias. Son votos y augurios que expreso todos los días con el alma, con esta alma que vive tanto de su vida, de sus alegrías y de sus dolores, y que todos los días reza en el altar del Señor, pero que con más fervor aun rogará por ustedes la Noche beatísima de Navidad. 


¡Cuánto hubiera querido escribirles a cada uno por separado en esta ocasión! Pero ustedes mismos comprenderán que me hubiera sido imposible. Por lo que, abrazándolos a todos espiritualmente, me resulta gracia suavísima escribirles a todos juntos, con ese dulce afecto de hermano y de padre en Cristo, que sólo Dios conoce.
Les diré que hasta me parece muy hermoso tenerlos aquí a todos delante y en el corazón, todos en el altar, reunidos en esta dulce Navidad alrededor de Jesús Niño, y decirles a todos la misma palabra de caridad, que tan suavemente nos une; de esa caridad que tiene tan largos brazos que no ve ni montes ni mares, ni límites ni barreras de nacionalidad, sino que nos aglutina a todos - como dice la Escritura que sucedió con los corazones de Jonás y de David- y hace de todos nosotros un solo corazón y un alma sola, por la vida y por la muerte y más allá, porque en la caridad se sirve de Dios y el hombre se eterniza.
¿Hay acaso gozo más sentido, consuelo más elevado y espiritual, vida más sublime, paz y felicidad mayor, que la santa caridad del Señor y Dios Nuestro Jesucristo? ¡Qué dulce es amarnos en Jesucristo!
Pero en estos días de Navidad, en los cuales las almas cristianas sienten los puros gozos de la fe y de la caridad de Jesús y la mística poesía que exhala del Pesebre, al que llegan peregrinando los pobres, los simples, los pastores, y sobre el cual vuelan y festejan los ángeles, en medio de la luz y del canto del Gloria, y anuncian la paz de Dios a los hombres de buen voluntad; en estas gozosas solemnidades no solo mando augurios de todo bien, de toda consolación celestial, a todos y a cada uno de ustedes, hermanos e hijos míos y corona mía, sino que mientras formulo los más fervientes votos por ustedes, pongo a los pies de Dios una gran oración, que es amor de caridad: la misma oración que Cristo elevó por sus discípulos y apóstoles antes de dejarlos: “Padre Santo, cuídalos, el Nombre que tú me diste, para que sean uno, como nosotros” (Jn. 17, 11). 


Haz, oh Señor, que seamos una sola cosa con ti, que todos estemos siempre con ti, en tu adorable Corazón.
Niño Jesús, Jesús Amor, danos tu dulce bendición. Amén.

Don Luis Orione


martes, 21 de agosto de 2018

Catecismo y Caridad



Publicado en la revista "L'Opera della Divina Provvidenza"; en este escrito de  juventud -tenía 26 años- Don Orione se refiere con entusiasmo al anuncio de la verdad cristiana y al testimonio de la caridad.



La Obra de la Divina Providencia [la congregación] comenzó hace siete años, un día de cuaresma en que yo me puse a enseñarle un poco de Catecismo a un niño que se había escapado de la iglesia y estaba llorando.

Así, ese niño fue más bueno y más cristiano, y hoy que está en el servicio militar, sigue recordando con gusto aquel día tormentoso y feliz al mismo tiempo.

            Y detrás de ése, ¡cuántos otros niños fueron más buenos y más cristianos, por el Catecismo y la gracia de Dios!

            Ah, la eficacia del Catecismo. Hijos míos ¿saben ustedes qué es y qué importancia tiene el Catecismo? Jesús transformó totalmente la sociedad: en las ideas, las costumbres, las leyes, en todo.



            ¿Con qué medio visible? Con uno muy sencillo. Escuchen. Un día llamó en su seguimiento a doce pobres pescadores y, después de haber escrito durante tres años el Catecismo en sus mentes y corazones, les dijo: "Vayan e instruyan a todos los pueblos; y enséñenles lo que yo les he enseñado a ustedes, y que sus sucesores hagan lo mismo hasta el fin de los tiempos".

            Y ellos lo hicieron, y el mundo se convirtió al cristianismo.

            ¿Y qué es lo que hace la Iglesia, hoy? Le entrega a los misioneros  una Cruz y un pequeño libro, el Catecismo, y los envía en medio de los bárbaros y salvajes, y éstos entran de a miles en las pacíficas carpas de la Iglesia.

            Así, con la gracia de Dios y con el Catecismo el mundo se convirtió, y se sigue convirtiendo.

            Así como el Cristianismo nació y se arraigó gracias a la predicación simple y pura del evangelio, o sea con el catecismo, así ahora lo tenemos que conservar y reavivar entre los pueblos.

            ¡Oren, hijos míos! Con la oración de ustedes la doctrina de Jesús volverá a entrar en las familias y las escuelas, como  primer elemento de educación moral, como la enseñanza más necesaria y la base de todo lo demás.

            ¡Padres y madres, recen! Nuestra juventud, principalmente en las ciudades, se está desviando de manera preocupante, ¡pero Dios escuchará la voz de ustedes y tendrá piedad de tantos pobres ilusos! ¡Tendrá piedad de las lágrimas de la Iglesia que, como una nueva Raquel, llora desconsolada la masacre de tantos hijos desviados y miserablemente arrastrados por la impiedad! Hijos de la  Providencia, esparcidos en tantos pueblos, ¿no podrían durante las vacaciones ayudar a los párrocos en la tarea catequística?

            ¿Quieren atraer a la Iglesia el mayor número posible de niños, entusiasmarlos y hacer todo lo posible por instruir en la suavísima doctrina de Jesús las almas de sus compañeros?

            ¿Quieren conocer el secreto para ganarse el afecto de los niños y lograr que los sigan en masa?

El gran secreto es éste: ¡revístanse de la caridad de Jesucristo!

            Para implantar y mantener viva la obra del Catecismo basta una sola cosa: la caridad viviente de Jesucristo.

Si los eligen para el alto privilegio de ayudar al párroco en la enseñanza del Catecismo, pidan al Señor que les dé una gran caridad. Esa caridad paciente y benigna, humilde, amable, que todo lo sufre, todo lo espera, todo lo soporta, y nunca desfallece. [1 Cor 13, 7]

            Llenos de esta caridad, salgan a buscar a los niños que, especialmente los domingos, andan por calles y plazas, y con esa caridad conquistenlos. No se cansen jamás, pasen por alto los defectos, sepan soportarlo y comprenderlo todo.



            Sonrían, tengan una palabra afectuosa y amable para con todos, sin hacer diferencias; hijos míos, háganse todo para todos [1Cor 9,22] para llevar todas las almas a Jesús. Estén dispuestos a dar la vida por un alma ¡mil vidas por una sola alma! Queridos hijos, con la dulzura de Jesús ganarán y conquistarán todos los niños de su pueblo.

            La caridad de Nuestro Señor Crucificado: ¡éste es el secreto, oh almas de mis hijos y de mis hermanos, el arte de atraer y tocar los corazones, y de convertir, iluminar y educar a los niños, esperanza del mañana y delicia del Corazón de Dios!

            ¡Caridad viviente! ¡caridad grande! ¡caridad, siempre! ¡Con caridad lo lograremos todo; sin caridad, nada!

            ¡Ven, caridad santa e inefable de Jesús, triunfa y conquista  los corazones de todos, y enciende  ardientemente mi pobre alma!







martes, 5 de junio de 2018

El café de Don Orione


Don Orione supo hacer del café un momento de confidencia, misericordia y concordia familiar. Así nos cuenta una nota del Boletín de la Congregación:

¡Era proverbial el café de Don Orione!... Era una de las pocas concesiones que Don Orione permitía a su paladar, ya porque le resultaba grandemente eficaz en sus agotamientos físicos y cardíacos y también porque, como él ingenuamente confesaba, le gustaba mucho. A sus visitantes los obsequiaba con una taza de café y hasta a sus queridos hombres que confesaban y comulgaban la noche de la solemnidad de Nuestra Señora de la Guardia en Tortona, los premiaba con una taza de café, que él personalmente les servía y rendía sumamente agradable y sabroso con sus interesantes, alegres y santas conversaciones. ¡En Tortona era famoso el CAFÉ DE DON ORIONE!




Pues bien, estando Don Orione en Buenos Aires, un día se le presenta en la casa de la calle Carlos Pellegrini 1441, una señora que, preocupada le expone como toda la familia estaba amargada y convulsionada por odios y rencillas recíprocas... Se recoge un momento Don Orione, como solía hacerlo cuando era consultado sobre algún tema, y dice a la señora:



- “Vea, señora, haga así. Mañana es la fiesta de... (y le dijo la solemnidad religiosa que ocurría), aproveche Ud. Para invitar a sus parientes distanciados por las divergencias consabidas; prepáreles un buen almuerzo y, al final sírvales un buen café... Yo mañana encomendaré el asunto a Nuestro Señor en la Santa Misa y... ya verá !

- Pero, Don Orione, ¿no será que se vayan a pelear al encontrarse y no resulte el remedio peor que la enfermedad ?...

- Hágame caso, señora, prepáreles un buen café; a mí también me gusta mucho el café, y verá que todo se arreglará!


Así lo hizo la señora, no sin algún recelo. Acudieron los invitados, se sentaron a la misma mesa, pasó el tiempo de la comida en un ambiente de frialdad decepcionantes... Apenas se conversaba de algún argumento indiferente. Llega el momento del café. ¡Se sirve a todos un cafecito exquisito! alguien comenta su bondad, otro dice un chiste, todos intervienen, se anima la conversación de una manera imprevista e inexplicable!... Hasta que todos se sienten conmovidos, emocionados, se piden disculpas recíprocamente, se abrazan, se besan... y retorna la paz y la caridad más sincera en todos!...



Después de catorce años, aquella señora todavía recuerda y bendice “EL CAFÉ DE DON ORIONE”.



Fuente: Boletín “Pequeña Obra de la Divina Providencia” (Argentina), octubre de 1949.