martes, 28 de enero de 2014

El Papa Francisco llama, encuentra y confiesa un seminarista orionita




La extraordinaria aventura de Gleison de Paula Souza, un seminarista brasilero, a quien el Papa lo llamo y luego lo fue a ver.

Gleison de Paula Souza es un seminarista brasilero de la Obra Don Orione, que está en el segundo año de sus estudios de teología y vive en la casa de formación que la congregación posee en Monte Mario, Roma. Vivió una historia maravillosa que tiene por protagonista al Papa Francisco. Él mismo nos cuenta.

Le escribí una carta al Papa Francisco y se la di a una amiga para que se la entregue personalmente. Lo hizo luego de confesarse con el Papa Francisco, el domingo 19 a la tarde, durante la visita a la Parroquia “Sagrado Corazón de Jesús”, cerca de la estación de Termini. Me dijo que el Papa luego se la puso en el bolsillo.

Lunes 20 a la tarde, estaba estudiando. A las 15:56, suena mi celular. Era un número privado. Respondo.
Una voz repite varias veces: “¿Gleison? ¿Gleison? ¿Hablo con Gleison?”
Respondo: “Si, Santo Padre, soy Gleison”.
Continua: “Veo que me reconoces la voz. Mi voz ya es demasiado conocida”.
Estaba por desmayarme de la alegría y la emoción. Había escrito mi número de celular al final de la carta. La charla duro 7 minutos, como se ve en el celular.
El Papa hablo de aquello que le había escrito en la carta, donde le confiaba algunos sentimientos y situaciones personales respecto a mi camino vocacional. Tomo algunos puntos concretos, los comento y alentó con bondad. Recuerdo expresiones del tipo: “Animo, sin miedo, adelante con paciencia… El Señor está con vos, la Virgen está con vos, la Iglesia está con vos”. El final me dice: “veni a verme”.
Me vino de decirle: “Santo Padre, seria hermoso si Usted viniese a vernos a nuestra comunidad del Teológico”. “Eh, tengo que ver si es posible. Esa zona es un poco lejos”.
Me di cuenta que pensaba que nuestra casa seria cerca de la Universidad Salesiana, ya que le había escrito que estudiaba teología. Le explique que nuestra casa es cerca del Vaticano, está en Monte Mario. “Entonces es un poco más fácil. Te aviso en unos días”.
Nos saludamos. Mi alegría era inmensa.







Dos días después, el miércoles 22, el Papa mi llamo nuevamente, pero no tenía el celular conmigo, pero me dejo un mensaje en el contestador, diciendo: “Ei, Gleison, soy el Papa Francisco”

Me pase todo el día con el celular en la mano esperando otra llamado… que llego, pero un día después mientras estaba dando un examen escrito en la universidad. Le respondí en voz baja pidiéndole de esperar un momento que estaba saliendo del aula. En esta llamada me dijo: “No puedo ir a verte al seminario, pero si podes veni a verme a Santa Marta, el lunes a las 17”.

Le pedí si podían acompañarme dos hermanos en para esta ocasión y él me respondió: “Si, está bien, pero veni entonces a eso de las 16:30”.

Lunes 27 a las 16:15, junto con el superior, el P. Carlo Marin, y el padre espiritual, el P. Giacomo Defrancesco, nos presentamos en el ingreso al Vaticano al lado del aula Pablo IV y le dijimos a la guardia suiza que el Papa Francisco nos esperaba. Ya sabían nuestros nombres y así lo mismo en otros dos puestos de seguridad.

Ya dentro de Santa Marta, nos reciben y nos conducen a una pequeña sala con seis sillas iguales donde habremos esperado unos 5 minutos. Esperábamos que viniera un “monseñor” a llamarnos y nos llevase al Papa, pero por sorpresa, se abre la puerta y aparece el rostro del Santo Padre, que nos da la bienvenida y nos hace acomodad. Bromea con nosotros porque no sabíamos donde sentarnos de la emoción y nos dice: “Es mejor mirar a la cara a los enemigos”, y se comienza a sonreír. Nos sorprendió su túnica blanca con tres botones con la tela deshilachada, signo de su pobreza y simplicidad.

El superior de nuestra comunidad, el P. Carlo Marin, nos presento y le dio los saludos de la comunidad del Teológico. Él nos expreso el desagrado de no poder ir a nuestra casa por sus muchos compromisos. Luego el P. Carlos le dio los saludos del Superior General, el P. Flavio Peloso, diciéndole que si tuviese en el corazón alguna necesidad o situación a la cual hacerle llegar nuestra ayuda fraterna, podía contar con la congregación y que para nosotros es una alegría poder responder en el nombre de la Providencia a un pedido del Papa.






Luego de esto, el Papa comienza a elogiar a la congregación, diciendo que él la conoce bien y estima el trabajo de nuestros hermanos en Argentina: “Trabajan bien y son generosos. También las hermanas son muy buenas; había un hospital, una casa de ancianos, sin hermanas y fueron ellas”.

Recordó además que en Buenos Aires les hacia hacer una experiencia de voluntariado en el Cottolengo de Claypole de unos 15 días a los novicios jesuitas, antes de la profesión, y a los diáconos de la diócesis antes de la ordenación.

“El Cottolengo es una obra hermosa, pero su vocación es hermosa, dentro de aquel arco de santos piamonteses del ochocientos, … un laicismo feroz, un anticlericalismo feroz, una masonería feroz y luego surgieron Don Bosco, Cafasso, Don Orione, el Cottolengo, y también las mujeres, tantas santas mujeres”.

Luego nos compartió el recuerdo de la ordenación episcopal de Mons. Uriona en la iglesia del Cottolengo de Claypole, y la presencia de Mons. Mykycej y recordaba también a tantos otros hermanos llamándolos por el nombre, como el P. Baldussi, el P. Bussolini (“Fue un provincial de hierro, pero amado por todos”).

Notábamos su espontaneidad y su alegría cuando hablaba de la Argentina. En ese momento juntos, no podíamos pronunciar ni al menos una palabra, sea por la emoción, sea porque no conozco mucho de nuestras casas y hermanos de la Argentina.

Me pregunto el nombre de los consejeros y luego hablo del encuentro con los superiores mayores y la importancia de alentar la vida religiosa e seguir adelante.

Después el P. Giacomo e el P. Carlo salieron para dejarle al Santo Padre hablar conmigo. El tiempo voló, en realidad estuve con él más de 35 minutos. En este tiempo, hablamos del contenido de la carta que le había escrito, me alentó y me dio paternalmente muchos buenos consejos. Su palabra era una continua invitación a la misericordia de Dios. Le pedí si me podía confesar y ante su respuesta positiva le abrí nuevamente mi corazón. Él no me dio respuestas, me dio la libertad de reflexionar diciéndome que estaba conmigo.

Me emociona el hecho que él se preocupo de saber que siento, pienso y espero. Sentí que Dios me amaba a través de las palabras del Papa Francisco.




Después el Papa fue a llamar a los hermanos y le presentamos las cartas y saludos de todos y nuestro proyecto comunitario. Él miraba y escuchaba con interés. Bendijo nuestros objetos de devoción y luego nos dio también una bendición especial y le pedimos de poderla hacer extensiva a nuestros hermanos, amigos y todos aquellos que sabían o sentirán hablar de este encuentro.

Nos hicimos una foto juntos y nos acompaño hasta la salida luego de habernos dado un afectuoso e inolvidable abrazo, y después nos dijo: “Recen por me”.

Nos evangelizo no con las palabras sino con su presencia acogedora, su simplicidad, sus gestos y su ternura. ¡Gracias Santidad!

Gleison.



martes, 14 de enero de 2014

Y como testigos los Ángeles Custodios


El día 19 de abril de 1912, Don Orione, después de alrededor  de dos meses de la aceptación de sus dimisiones al cargo de vicario general de Messina, fue admitido en audiencia privada por el Santo Padre Pío X.

Se trató de una audiencia sumamente importante, en la cual Don Orione informó en detalle al Papa de los hechos de Messina, de esos tres largos años transcurridos lejos de la dirección de su familia religiosa en cumplimiento de la voluntad del Vicario de Cristo. El coloquio con el Papa, que conocía muy bien los sufrimientos que había padecido su enviado, debió ser de suma consolación para éste último, el cual, estimulado por tanta bondad paterna, se lanzó hasta a solicitarle al Papa la gracia grande de emitir su profesión religiosa definitiva en sus manos. La obtuvo...
 En este punto nuestra tarea está facilitada al máximo en cuanto Don Orione, lleno aún de alegría santa por el acontecimiento, lo refirió, en una memorable carta, a sus religiosos y bienhechores, trazando de tal modo una página autobiográfica de rara eficacia. Escuchemos:

“En aquellos santos momentos entonces, viendo tanta confianza, tanta paterna y divina caridad del santo Padre hacia la Pequeña Obra, yo osé solicitarle una grandísima gracia.

Y el Santo Padre me dijo, sonriendo: “Escuchemos un poco que es esta grandísima gracia”. Entonces le expuse humildemente como, siendo el fin principal y fundamental de nuestro instituto el de dirigir todos nuestros pensamientos y nuestras acciones al incremento y a la gloria de la Iglesia; a difundir y radicar en nuestros corazones en primer lugar, luego en los corazones de los pequeños el amor al Vicario de Jesucristo, le rogaba, pues debía hacer los votos religiosos perpetuos, dignarse, en su caridad, de recibirlos en sus manos, al ser y desear ser este instituto todo amor y toda cosa del Papa.



Y el Santo Padre, con cuanta consolación de mi alma no podré expresarlo nunca, me dijo de inmediato y con mucho gusto que sí. Se lo agradecí, y la audiencia continuó. Mas, cuando estaba por terminar, le pregunté a Su Santidad cuándo le parecía que yo debía volver para los santos votos. Y entonces nuestro santo Padre me respondió: “también de inmediato”.

¡Dios mío! Qué momento fue ese! Me arrojé de rodillas delante del Santo Padre; le estreché y besé los pies benditos: extraje del bolsillo una libretita que los pequeños hijos de la Divina Providencia conocerán, y que yo ya había llevado conmigo, presintiendo la gracia; la abrí allá donde está la fórmula de los santos votos y donde, adelante, había puesto ya un signo.

Pero en ese momento tan solemne y santo, recordé que serían necesarios dos testigos, según las normas canónicas, y los testigos faltaban pues la audiencia era privada. Entonces levanté los ojos hacia el Santo Padre y osé decirle: “Padre Santo, como Su Santidad sabe, serían necesarios dos testigos, a menos que Su Santidad se digne a dispensarlo”. Y el Papa, mirándome dulcísimamente y con una sonrisa celeste en los labios, me dijo: “¡De testigos harán mi ángel custodio y el tuyo!”