martes, 30 de septiembre de 2014

Peregrinando al Santuario de Ntra Sra. de Lujan junto a Don Orione



El 21 de Junio de 1935, día de San Luis Gonzaga y por tanto de su onomástico, Don Orione fue a Lujan, por séptima vez, junto con los sacerdotes, seminaristas y aspirantes de la entonces casa de formación de Lanús (hoy, Villa Dominico).

Ese día hubo cantos, confesiones, misa en el altar lateral de S. Luis Gonzaga, visita al museo, desayuno y hasta una foto grupal. Sobre aquel día, se conserva el testimonio de un clérigo:


 “Lanús, 21de junio de 1935: Ésta vez el Sr. Director P. Orione fue propio todo nuestro. Lo esperaban en Victoria donde habían preparado una academia por el día de su onomástico  y en cambio, él decidió no ir, pero no hay mal que por bien no venga. Él que nos había prometido varias veces de llevarnos a Luján, no encontró mejor día que este. ¡Qué lindo día de San Luis! Pasados a los pies de la Virgen, en compañía de San Luis, en  compañía del amado padre!

Partimos de Lanús a las seis, con el camión del Cottolengo Argentino, bendecido por el señor Nuncio, el 11 de junio (1935). El día era lindo, pero el termómetro marcaba bajo cero, por lo cual debimos recurrir al método tradicional. Don Orione nos hizo abrigar bien; teníamos unas mantas militares, que a algunos les parecía algo extraño, pero que ellos mismos luego de un buen trayecto, decían: ¡Menos mal que tenemos las mantas! En fin el viaje fue divertido, no todas las calles son asfaltadas. Aquella llanura ilimitada, las tierras sin cultivar, hacían un verdadero contraste con él recuerdo de nuestros lugares. Subió con nosotros también nuestro director de noviciado, que dio a aquello que nosotros llamábamos paseo el aspecto de una santa peregrinación.



Todo el trayecto, de Lanús a Luján, que dista 80 km fue un alternar de rezos y cantos: Recitamos el rosario y las letanías  y luego, una cosa detrás del otro, llegamos a Luján rezando. Eran las 9 y media, nos confesamos y, a las 10 y medio, don Orione empezó la Sta. Misa al altar de San Luis; le hicimos corona respondiendo a la gloria, al credo, como se hace en Italia, recibimos la santa comunión que ofreció en honor de San Luis, para el padre de las nuestras almas. Cuando terminamos nos fuimos a tomar el desayuno, si se puede así decir. 

A las once fuimos a visitar el museo, uno de los más importantes de la república. Cuando salimos nos dispusimos para una foto de grupo. El padre Orione, en aquel día, todo un caballero, se puso en medio a nosotros; ¡Cosa que no pasa demasiado frecuente! Antes de alejarnos del Santuario, Don Orione nos llevo delante de San Luis y a los pies de la Virgen Santísima; rezamos por los benefactores, por nuestros superiores y todos nuestros cohermanos. Por último rezamos el ‘memorare’ de San Bernardo.  


¡Qué lindas horas en la casa de la Virgen! Estábamos cerca de nuestro amado Padre Don Orione y sentíamos en nuestras almas las gracias del señor. Permanecerá inolvidable este día y será un punto luminoso en la historia de esta casa de Lanús y una bendición para nosotros. Volvimos a casa, había un viento frío. Todavía las últimas horas de aquel día inolvidable las pasamos junto a nuestro padre que, antes de ir al puerto a recibir los misioneros y las misioneras llegaban de Italia, nos impartió la bendición eucarística”.








Fuente: Don Orione nella luce di Maria, 1092-1094




martes, 23 de septiembre de 2014

Raíces misioneras de Don Orione



             El 20 de octubre de 2013, la Familia de Don Orione comenzó a celebrar el Año Misionero Orionita, recordando la partida de los primero misioneros orionitas a Brasil. Un año en que nuestro recuerdo y reflexión se posarán su mirada no solo en el primer grupo de misioneros que partió hacia Brasil, sino que también en toda la epopeya misionera de Don Orione y sus hijos. Un tiempo de mirar la historia y el presente misionero de la Congregación, y así lanzar hacia al futuro.

             Pero esta reflexión seria incompleta si solo miramos lo que hizo Don Orione en sus dos estadías latinoamericanas, o pensáramos solo en los misioneros que Don Orione envió o que partieron en distintas épocas. Creo que tenemos que ir un poco más atrás, buscar las raíces, el humus donde se formo o aquello que “encendió la chispa” de la vocación misionera de Don Orione.


            Por ello, el objetivo de este trabajo es buscar aquellas personas o eventos que pudieron inspirar a Don Orione, que lo llevaron a pensar en las misiones, que le ayudaron a mirar más allá de Italia y que fueron instrumentos de la Providencia. 





El oratorio salesiano

La efervescencia salesiana de la misión en la Patagonia. Los primeros salesianos llegaron a la Argentina en 1875 y a la Patagonia en 1879. DO estuvo en el oratorio salesiano de 1886 a 1888, así que fue testigo de la efervescencia, de las historias que contaban los misioneros, etc. Don Orione decía: “Oh días santos, días hermosos de mi vida, ¡oh días de inocencia? ¿Por qué no vuelven de nuevo? Entonces no se soñaba más que con mares a surcar y almas a salvar…; se rezaba y se rezaba tanto... se suplicaba a Jesús que nos hiciera rápidamente crecer, para poder rápidamente trabajar, y ¡correr a salvar en lejanas arenas a los hermanos lejanos!”.[1]



Gnata, compañero del oratorio, recordaba sus charlas con el joven Luis, entre tantos temas, las misiones era uno de los más importantes: Luis Orione estaba más serio, mas recogido, aquel año, y los recreos consistían en caminar bajo los pórticos con uno o dos compañeros, hablando de temas de estudio, de historia griega y romana y, frecuentemente, de las Misiones en la Patagonia y Tierra del Fuego”.[2]



Los misioneros en China

            DO conoció al menos dos misioneros: S. Luis Versiglia sdb y el P. Attilio Garre.

Luigi Versiglia, [3] quien había sido su compañero en Valdocco[4], llego a China en 1906, siendo la cabeza de la misión salesiana. Fue nombrado Obispo de Shiuchow (China), martirizado en Linchow (China) en Febrero de 1930.

 En una carta sobre las vocaciones escribía Don Orione: Y el nuevo obispo, salido de la diócesis de Tortona, Mons. Luis Versiglia de Oliva Gessì, Misionero en China, ¿quién era? Un pobre muchacho, mi querido compañero de escuela…”.[5] Y entre los testimonios salesianos, encontramos el del P. Alfonso Volontè: “Mi moderador en el estudio – repetía el P. Volonté era el Siervo de Dios Don Luis Orione, y mi vice-encargado, el futuro Obispo-mártir Mons. Luis Versiglia.”[6]

            El P. Attilio Garre, había sido un alumno suyo: “creció en Tortona, en la casa de la Divina Providencia”[7]. Don Orione sentía que la vocación misionera del P. Garre había nacido en Tortona: “cuando estaba con nosotros, sintió el deseo por las misiones y fue a China”.[8]

El Fundador hizo publicar una de las cartas de P. Garre[9] y lo invito a predicar en el triduo de la fiesta de la Santa Cruz, como también algunos retiros.[10]

El testimonio de estos misioneros, su ejemplo y su cercanía seguramente habrán movilizado el corazón de Don Orione.



La Virgen del Manto Azul

            En 1892, a poco de abrir oratorio “San Luis”, el joven seminarista Luis Orione vivió una de las experiencias más duras su vida, Mons. Bandi le ordenaba cerrarlo. Durante un discurso en defensa del Papa, el critica al rey de Italia. Esto llego a oídos del obispo, por personas mal intencionadas, y tuvo que pedirle un acto de obediencia.

            Como un niño que corre a su madre, Luis puso las llaves del oratorio en manos de la Virgen, le escribió entre lágrimas una carta y se quedo dormido mientras rezaba. Ese día soñó con una Señora con un gran manto azul que cobijaba gente de todas las razas y colores.

“La Virgen estaba vestida con una túnica cándida, ceñida la cintura con una faja celesta. Protegía el Oratorio y me miraba con gran consolación y amor, y yo la miraba y comenzaba a consolarme del todo.

Y he aquí, que el hermoso manto, de un hermoso azul, comenzó a extenderse (…) desaparecieron las casas que estaban frente al jardín, y en su lugar, he aquí llanuras inmensas, colinas, montañas… Eran todos muchachos. El manto se extendía, ya no se distinguían los extremos. El cielo también desapareció, en su lugar, solo se veía el manto azul de la Virgen. He aquí que, bajo el manto, aparecen claramente muchas, muchas cabezas, todas de muchachos, que jugaban y se divertían. Eran muchachos de distintos colores: de color blanco, de color negro, de color cobre, que iban perdiéndose en la inmensidad de la llanura”.[11]




Muchos años después de este sueño profético, en una carta a Mons. Bandi, le pedirá su bendición para ir a Brasil y recordando aquel sueño, le compartió lo que el Señor le mostró: las misiones.

“Ahora, desde hace unos meses, recordando que no estaba más la cerca [que rodeaba el oratorio] y que eran de muchos colores, comprendí que son las misiones, y lo comprendí en un momento de oración, como si fuese un luz inesperada que N. Señor me mandaba, jamás antes lo había pensado”.[12]



Invitaciones a Brasil

El joven P. Luis Orione fue director espiritual de la Beata Madre Teresa Michel,[13] fundadora de las Pequeñas Hermanas de la Divina Providencia, quien había mandado sus primeras religiosas a Brasil en 1900.

La estima y la vivencia de los mismos ideales de caridad de ambos fundadores piamonteses, llevo a la Madre Michel a invitar e insistirle, a Don Orione y sus hijos para que fuesen al Brasil.



Esta invitación encendió el corazón misionero de Don Orione quien le respondía a la Madre Michel en 1905: “… si Dios me da la gracia, estoy dispuesto a ir al Brasil cuando sea necesario para la gloria de Dios. No sé la lengua, no sé nada, pero la caridad habla una sola y todas las lenguas, y si Jesús me da esa Santa Caridad, podré hacer todo lo que esté en los designios de su Divina Providencia y Divina Misericordia”.[14] Ese mismo año, la Madre Michel le escribía a Don Orione: “Y Usted, Rev. Padre, ¿Cuándo irá a América?”.[15]

Junto a la invitación de la Madre Michel, no debemos perder de vista el viaje del P. Vittorio Gatti, sacerdote agregado de la Congregación, quien acompaño a la Madre a Brasil, y permaneció unos dos meses y le ayudo solucionar algunos problemas allí. Podemos suponer que esta visita hizo que Don Orione siguiese pensando en la apertura de una misión allí.

Por último, Mons. Silverio Gomes Pimenta, obispo de Mariana, invita a Don Orione en su diócesis en 1907. El proyecto era a abrir una misión y trabajar con los pobres, los negros e indios, entonces discriminados.



Conclusión

Estas mediaciones que ayudaron a Don Orione a descubrir que Dios le pedía ir más allá de Italia, transformarse en un corazón sin fronteras. Su docilidad al Espíritu no solo llevo a las misiones, sino que también bendijo su Obra multiplicando sus hijos, pues surgieron vocaciones de los lugares de misión. Así su Obra, de origen italiano poco a poco se volvió más universal, internacional.

            Sería ingenuo pensar que Don Orione pensó en las misiones ex nihilo, o que el Espíritu Santo lo inspiró de un modo “puramente espiritual”. En los caminos de la Divina Providencia, lo humano y lo divino se unen, y el santo es aquel que logra dilucidar por donde van.





[1] Scritti 61, 46.

[2] POSTULAZIONE PICCOLA OPERA DELLA DIVINA PROVVIDENZA, 372.

[3] Mons. Luigi Versiglia (Oliva Gessi, 5 Junio de 1873 – Linchow, 25 de Febrero de 1930). Fue martirizado junto al P. Callisto Caravario. En 2000, el Papa Juan Pablo II los canonizo a ambos.

[4] Cita de una carta impresa y enviada a diferentes destinatarios. Tortona, 20 de Septiembre de 1920. Scritti 93,036; 108,067 y 115,290.

[5] Tortona, 20 de septiembre de 1920. Scritti 115,289 - 108,066 - 93,035 (Archivo Don Orione en Roma).

[6] Bollettino Salesiano, LXXXI, 23, 1° de Diciembre de 1957. (ed. italiana)

[7] Carta sin fecha. . Scritti 83, 104; 83,204; 70, 208 y 70, 219. Varias veces escribirá sobre el P. Garre. Scritti 98, 023c y 98, 034.

[8] Revista “l’Opera della Divina Provvidenza”. 19 de Febrero de 1913. . Scritti 71, 204 y 71,175.

[9] Carta al P. Sterpi. Roma, 29 de Junio de 1913.

[10] Reunioni p.253, 21 de Julio de 1932, por la tarde.

[11] Parola 3, 146. Roma, 2 de julio de 1928 por la tarde.

[12] Carta a Mons. Igino Bandi, 11 de enero de 1908.. Scritti 45,38 y 45,59.

[13] Beata Teresa Michel Grillo (Spinetta Marengo, Italia, 1855 – Alessandria, 1944) Fundadora de las Pequeñas Hermanas de la Divina Providencia. Fue beatificada por Juan Pablo II en Turín el 24 de mayo de 1998.

[14] Carta a la Madre Teresa Michel. Roma, 5 de octubre de 1905. Scritti 103,3


[15] POSTULAZIONE PICCOLA OPERA DELLA DIVINA PROVVIDENZA, Don Luigi Orione e la Piccola Opera della Divina Provvidenza. Documenti e testimonianze. IV. 1903-1908; Roma, Ed. Piccola Opera della Divina Provvidenza, 1989, 610.

martes, 9 de septiembre de 2014

Los beneficios del silencio



¡Almas y almas!
Victoria, cerca de Buenos Aires,
14 de febrero de 1922.


La primera vez que vine a la Argentina –era la primera quincena del mes de noviembre pasado–, viajaba en el “Deseado”, un vapor inglés. 

Una mañana, en alta mar, estábamos sentados a la mesa, cuando de repente se oyó un silbato agudísimo y el vapor se detuvo. Todos nos miramos sorprendidos y un poco asustados. ¿Qué pasaba? ¿Había algún peligro? El asombro aumentó cuando vimos que todo el personal se cuadraba en el mismo lugar en que cada uno estaba, todos en un gran silencio. ¿Qué pasaba? Era el aniversario del fin de la guerra europea, la hora en que se había firmado el armisticio. Invitaron a todos a ponerse de pie, a detenerse, a recogerse y meditar silenciosamente. Yo era el único sacerdote y estaba entre muchos anglicanos. Me paré, me hice la señal de la cruz y mi silencio fue una oración por todos y por la paz del mundo.

 No sé decir cuánto bien me hizo ese cuarto de hora de detención en la carrera de la vida y de meditativo silencio. De ahí me nació el pensamiento de escribir una carta sobre el silencio. De ahí saqué la idea de disponer de una hora de absoluto silencio al día, media hora a la mañana y media hora a la tarde. Si Dios me da la gracia, quiero en adelante educar mi espíritu con más dedicación en la escuela del silencio y dar a mi vida, cada día y cada año, la palabra, el alivio y el sostén en Cristo del silencio: “in silentio et in spe erit fortitudo mea”.

No en vano un santo sacerdote y gran filósofo cristiano pronunció al morir estas altísimas palabras: Sufrir, callar, gozar. Y San Ignacio de Loyola, así como todos los maestros de espíritu y los fundadores de Ordenes religiosas, aun de vida activa, recomiendan tanto el recogimiento y el silencio, especialmente a la mañana y un cierto tiempo por la tarde. En el silencio Dios habla al alma, en el silencio y en la oración maduran los propósitos más eficaces y se forman los grandes santos.

Dios es la luz universal, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, y Jesucristo es Dios y nuestro divino maestro, pero para entender sus lecciones y para vivir iluminados interiormente por la luz de Dios, como dice San Agustín en su libro “De Magistro”, debemos hacer silencio.

Sólo podremos sentir de veras la luz y la voz del Maestro, que mora en nuestro interior y las palabras de vida eterna que El tiene, si sabemos estar silenciosos. En el capítulo VIII del Apocalipsis se lee que cuando el Ángel “rompió el séptimo sello, se hizo en el cielo un silencio de cerca de media hora”. Creo que el texto sagrado revela un hecho muy significativo en el cielo de las almas.

El silencio abre las fuerzas del alma, hace trabajar nuestro espíritu más que años de lectura, pone en movimiento todo nuestro interior y esclarece el alma y el cuerpo. Las horas de silencio son, en gran parte, una oración, una oración que da a esas horas y a toda la vida una gran fuerza moral y toda su fecundidad.


¡Cuántos gérmenes de nuestro espíritu hace fructificar el silencio! ¡Cuántas verdades hace brillar en el ánimo con un esplendor suave y al mismo tiempo vivísimo! ¡El empleo del atardecer, el silencio del atardecer, las horas del atardecer! Recuerdo algunos años pasados con Don Bosco y los silencios de la mañana y del atardecer. Y ciertas horas de silencio pasadas en San Alberto, hace veinte años y el año pasado. ¡O beata solicitud, o sola beatitud! ¡Cuánta paz, cuanta vida, cuánto Dios en aquella paz, en aquellos silencios de esa bendita soledad! El silencio trabaja. Hay que hacerlo trabajar, por lo tanto, preparándole su trabajo también a la tarde.

Esta es una importante cuestión práctica para la verdadera vida religiosa. He hablado de lo que se puede llamar la consagración de las primeras horas de la mañana a Dios, con la oración y el silencio; hablo ahora de la consagración del atardecer.  A esta hora hay que recoger el cuerpo, el espíritu, el corazón, gastados, disipados fuera de sí mismos; hay que recoger nuestra vida dispersa y retemplar las fuerzas en sus verdaderas fuentes del reposo, del silencio, de la oración.

El silencio es reposo moral; la Sagrada Escritura llega a decir: “El sabio adquirirá la sabiduría durante el reposo”. Es necesario, ciertamente, el reposo; pero el reposo es hermano del silencio. El reposo moral es silencio y el silencio religioso es, para el espíritu, oración, adoración y unión con Dios. La oración es la vida del alma, y para el espíritu y el alma el reposo es la oración. La oración es la vida del alma, vida espiritual, vida intelectual y buena, que se recoge y se vuelve a templar en la fuente, que es Dios. El reposo moral e intelectual es un tiempo de comunión con Dios y con las almas, y de gozo en esta comunión.

Al atardecer, nos sentimos naturalmente impulsados a levantar la mirada y el espíritu hacia el cielo: recogemos y llevamos a los pies de Dios lo que hemos sembrado durante el día. Debemos hacer hablar al silencio.


Consagremos en gran manera el atardecer, así como lo hacemos con la mañana. Consagremos el reposo, el silencio del atardecer al conocimiento de nosotros mismos, al amor de Dios y de las almas con la oración; pongamos nuestra alma en comunión con Dios. Que éste sea un silencio reparador que retribuya a Dios y redoble la fuerza y la fecundidad del trabajo para el día siguiente. Soledad severa, silencio, completamente solos frente a Dios.

El atardecer nos abre el corazón a las esperanzas del cielo, nos ayuda naturalmente a recogernos en Dios y nos lleva al atardecer de la vida...

Don Orione