martes, 20 de agosto de 2013

Significado de la venida del corazón de Don Orione a la Argentina (Parte 1)

Charla dada por Mons. Adolfo Uriona explicando el significado de la venida del Corazon de Don Orione a la Argentina



INTRODUCCIÓN:



Quisiera que esta charla sirviera de iluminación para el trabajo que luego ustedes harán, proponiendo líneas de acción que orienten el obrar de nuestras comunidades a fin de recibir fructuosamente el CORAZÓN DE DON ORIONE.

  Creo que es bueno pensar juntos todas estas cosas a fin de que Venida del Corazón no resulte sólo un evento magnífico, de gran repercusión y brillo, quedando sólo en ello. Queremos que sea una especie de “kairós”, un “acontecimiento salvífico” en donde se vea reflejada la presencia y el actuar de Dios a través de uno de sus hijos que vivió, en “grado heroico”, las virtudes evangélicas.

 Además, me parece importante que no sea solamente un acontecimiento de orden espiritual puntual, sino que tenga su continuidad en el tiempo. Que la novedad de la presencia de la “reliquia de DON ORIONE” en la Provincia de Nuestra Señora de la Guardia sea un “acontecimiento” de gracia que dure siempre y que su estancia entre nosotros ayude, a todos los que lo vean, a encontrarse con el Corazón Misericordioso de DIOS PADRE.

 Recuerdo que, previo a la venida del corazón de DON ORIONE en 1984 nos preguntábamos cómo iba a impactar en la gente este hecho. Teníamos algunas perplejidades porque pensábamos que, como en América Latina no hay una familiaridad como en Europa respecto a las reliquias de los santos, la misma produjera en la gente algún rechazo. En esa época no se conocía como ahora, las reliquias de Roque González (aún no había sido canonizado) o las de Santa Teresa de Lisieux. 

La experiencia que tuvimos entonces fue la contraria. La llegada del corazón, el cual estuvo un año en nuestra patria, causó un impacto espiritual muy grande. En ese momento, yo lo viví estando como vicario en nuestro Seminario (Villa Tupasí), ayudando en el Cottolengo de San Miguel y en la parroquia de Victoria. 

En ambos lugares el templo estuvo repleto de gente que se acercó a ver el Corazón y también renovó su vida cristiana a través del sacramento de la Reconciliación.

             Veamos, entonces, algunas sencillas reflexiones que nos ayuden a prepararnos a recibirlo.



I.                            ACERCA DE LA RELIQUIA DE LOS SANTOS


 ¿Qué es una reliquia?

La palabra reliquia viene de restos; la reliquia de los santos son restos del cuerpo o de una vestimenta de quien fuera un “santo”, es decir, alguien que vivió en serio el Mensaje Evangélico y se jugó, de manera heroica, por él.

 La veneración a las reliquias comenzó a darse muy fuertemente con el culto a los mártires, durante el período de las persecuciones, en las catacumbas.

Las catacumbas eran cementerios donde eran enterrados los cristianos. En ese lugar se sentían más protegidos para celebrar la Eucaristía y también allí guardaban, celosamente, para la veneración de los fieles las reliquias de aquellos que habían sido martirizados.

Esta veneración de los restos se fue ampliando en la Iglesia a todos los que de, una manera u otra, se los consideró “santos”.



            ¿Qué podemos inferir de este culto?

 Por un lado la valoración del cuerpo humano.

El auténtico pensamiento teológico de la Iglesia nunca fue “espiritualista” o “angelista”, aunque si bien hubo corrientes de espiritualidad en los primeros tiempos que, por influencia del neoplatonismo (recordemos que para Platón el cuerpo era la cárcel del alma), tuvieron una cierta tendencia “dualista”, de contraposición entre el “cuerpo” y el “espíritu”. La “sana doctrina eclesial” basada en el pensamiento bíblico, sin embargo, siempre le dio el justo lugar a lo corpóreo.

 El culto a las reliquias de los mártires es la valoración del cuerpo de alguien que alcanzó  santidad de una manera eminente, dando la vida por Cristo. Se hicieron “semejantes” a Él puesto que, al igual que Él, derramaron su sangre por Amor.



Las Verdades de Fe que fundamentan este culto son las siguientes:



a.      LA DOCTRINA DE LA CREACIÓN: (Cfr. Gen 1-2)

 A medida que Dios va creando el mundo material se va admirando de su propia obra y, el texto bíblico expresa este beneplácito diciendo: “Y Dios vio que esto era bueno” (Gen 1, 4; 10; 12; 18; 21; 25;). Y, por fin., al crear al hombre, hecho “a su imagen y semejanza”, expresa con más énfasis: “Dios vio que era muy bueno” (Gen 1,31).

 La valoración del cuerpo está en esta línea de la “admiración de Dios” y, esa “bondad original”, si bien fue dañada y desdibujada por el pecado original, no fue destruida totalmente.


          b. LA DOCTRINA DE LA ENCARNACIÓN:

 En el Prólogo de su Evangelio S. Juan nos dice:     ”Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”  (Jn 1,14)

 Y en su primera carta:   “En esto reconocerán al que está inspirado por Dios: todo el que confiesa a Jesucristo manifestado en la carne, procede de Dios” (1Jn 4,2)

 El cuerpo del hombre adquiere una categoría especial porque el Hijo de Dios toma nuestra condición humana y eso lo dice, muy pero muy fuerte, San Juan. Él tuvo que luchar contra una de las primeras herejías que se dieron en los comienzos de la Iglesia: la herejía de Cerinto.

Éste decía que Jesús, el Hijo de Dios, no había asumido un cuerpo realmente, sino una “apariencia de cuerpo”. No podía concebir cómo el Hijo de Dios, el “Absoluto”, el “Impasible”, el “Trascendente”, quisiera asumir la condición de debilidad de un cuerpo humano, sujeto a las condiciones de esta tierra.

Por eso San Juan expresa con tanta fuerza en su Evangelio: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14) y, en su primera carta establece un claro criterio de discernimiento: “en esto reconocerán al que está enviado por Dios. Todo el que confiesa a Jesucristo manifestado en la carne procede de Dios” (1Jn 4,2).

Al asumir un cuerpo el Hijo de Dios asume todo lo que la carne tiene de debilidad, excepto el pecado y su consecuencia, la corrupción.

Y esto lo percibió muy claramente nuestro Padre Fundador; el cual dedicó la última etapa de su existencia a recoger, amparar, consolar y proteger a aquellos débiles en la carne: los discapacitados del Cottolengo, con la firme convicción de que:



“En el más miserable de los hombres brilla la imagen de Dios”.



            c. LA DOCTRINA DE LA RESURRECCIÓN:

             En la primera Carta a los Corintios San Pablo se expresa así:

 “Si se anuncia que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes afirman que los muertos no resucitan? ¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó! . Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes...

Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos. Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección”  (1 Cor 15, 12-14; 19-22)

El hombre está llamado a la resurrección. La muerte, que es la separación del alma y del cuerpo, es una situación anormal. El hombre entra en lo que se llama “el estado intermedio”, donde el alma espiritual, luego de ser juzgada, “está a la espera de la resurrección final”. Esta situación es transitoria; el alma, “individuada” por el cuerpo en su vida terrenal, anhela unirse nuevamente con él para gozar así de la Visión Beatífica.

La situación del hombre es la unidad, por eso, el alma separada del cuerpo espera anhelante la resurrección al final de los tiempos. Nuestro cuerpo, frágil, débil, corrupto, está llamado a la resurrección. Ella, se dará a través de un cuerpo glorioso, transformado, “el mismo pero no igual”.

Por ejemplo, los apóstoles y María Magdalena que habían visto a Jesús hasta el momento de la sepultura luego no lo reconocieron. El cuerpo del resucitado tiene una característica muy especial. ¿Cómo va a suceder eso?, no lo sabemos;  sí debemos estar convencidos firmemente que, la esencia de nuestra fe, es la resurrección.

Por ello Pablo continua diciéndoles así a los Corintios:

 “Alguien preguntará: ¿cómo resucitan los muertos? ¿Con qué clase de cuerpo?. Tu pregunta no tiene sentido. Lo que siembras no llega a tener vida, si antes no muere... Lo mismo pasa con la resurrección de los muertos: se siembran cuerpos corruptibles y resucitarán incorruptibles; se siembran cuerpos humillados y resucitarán gloriosos; se siembran cuerpos débiles y resucitarán llenos de fuerza, se siembran cuerpos puramente naturales y resucitarán cuerpos espirituales”  (1 Cor 15, 35-36; 42-44)

 El destino de nuestra vida es la resurrección: gozar de la visión de Dios con este cuerpo transfigurado. Las reliquias de los santos tienen la función de recordarnos esta verdad. Ellos alcanzaron a Dios y lo que nos queda es un recuerdo de ese cuerpo que alcanzó la santidad como anticipo, diríamos, de la resurrección. 



 

d.      LA RELIQUIA DE UN SANTO Y SU RELACIÓN CON LA LITURGIA:


Cuando se consagra un altar, en su base se pone la reliquia de un santo, si son mártires mejor aún. El altar es donde se realiza la Eucaristía, que es  banquete y sacrificio, el cúlmen de la vida cristiana.

Los santos alcanzaron esa plenitud del amor de Dios participando del sacrificio eucarístico.


Las reliquias están relacionadas entonces con la liturgia, la cual no es algo sólo de esta tierra sino que está conectada con la liturgia celestial.

            Leamos pausadamente este hermoso texto de la Lumen Gentium Nº 49 del Concilio Vaticano IIº:

 “Así, pues, hasta cuando el Señor venga revestido de majestad y acompañado de todos sus ángeles (cf. Mt., 25,3) y destruida la muerte le sean sometidas todas las cosas (cf. 1 Cor., 15,26-27), algunos entre sus discípulos peregrinan en la  tierra otros, ya difuntos, se purifican, mientras otros son  glorificados contemplando claramente al mismo Dios, Uno y  Trino, tal cual es; mas todos, aunque en grado y formas distintas, estamos unidos en fraterna caridad y cantamos el  mismo himno de gloria a nuestro Dios.

Porque todos los que son de Cristo y tienen su Espíritu crecen juntos y en El se unen entre sí, formando una sola Iglesia (cf. Ef., 4,16). Así que la unión de los peregrinos con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo, de ninguna  manera se interrumpe; antes bien, según la constante fe de la Iglesia, se fortalece con la comunicación de los bienes  espirituales.

Por lo mismo que los bienaventurados están más íntimamente unidos a Cristo, consolidan más eficazmente a toda  la Iglesia en la santidad, ennoblecen el culto que ella misma ofrece a Dios en la tierra y contribuyen de múltiples maneras a su más dilatada edificación (cf. 1 Cor., 12,12-27).

Porque ellos llegaron ya a la patria y gozan "de la  presencia del Señor" (cf. 2 Cor., 5,8); por El, con El y en El  no cesan de interceder por nosotros ante el Padre, presentando por medio del único Mediador de Dios y de los hombres, Cristo Jesús ( 1 Tim., 2,5), los méritos que en la tierra alcanzaron; sirviendo al Señor en todas las cosas y completando en su propia carne, en favor del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia  lo que falta a las tribulaciones de Cristo (cf. Col., 1,24).  Su fraterna solicitud ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad” (L.G., 49)

(continua la semana que viene) 


2 comentarios:

  1. Es muy lindo lo que escribio!! le molesta si copio para trasmitir que es una reliquia?!
    saludos!

    Analia Laise
    ORIONINAS
    HNAs. DE DON ORIONE

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