A
días de visitar Itatí y su Santuario (el 29 de junio de 1937), Don Orione
escribía estas lineas sobre María. En ellas son una filial oración y un
verdadero proyecto de vida cristiana.
¡Ave, María, llena
de gracia, intercede por nosotros! Tú has querido servirte de nosotros,
miserables, llamándonos misericordiosamente al altísimo privilegio de servir a
Cristo en los pobres; has querido que fuéramos servidores, hermanos y padres de
los pobres, viviendo de gran fe y totalmente abandonados en la Divina
Providencia.
Nos
has dado hambre y sed de almas, ardentísima caridad: ¡almas, almas!
¿Qué
hubiéramos podido hacer nosotros sin ti? ¿Qué podríamos hacer si Tú no
estuvieras con nosotros? Por lo tanto, ¿a quién iremos, si no es a Ti?
¿No
eres Tú la meridiana luz de caridad? ¿No eres la fuente viva de aceite y de
bálsamo? ¿No es en Ti, bendita entre todas las mujeres, donde Dios ha reunido
toda la potencia, la bondad y la misericordia? Sí: "En Ti la misericordia,
en Ti la piedad, en Ti la magnificencia; en Ti se reúne todo lo que hay de
bondad en la criatura". ¡Sí, sí, santa Virgen mía! Tú lo tienes todo y
"Tú puedes todo lo que Tú quieres".
Por
lo tanto, desciende y ven a nosotros; corre, oh Madre, porque el tiempo es
breve. Ven e infúndenos una profunda vena de vida interior y de espiritualidad.
Haz que nuestro corazón arda de amor a Cristo y a Ti.
Haz
que veamos y sirvamos a tu divino Hijo en los hombres; que con humildad, en el
silencio y con anhelo incesante conformemos nuestra vida a la vida de Cristo;
que lo sirvamos con santa alegría y con gozo espiritual vivamos nuestra parte
de la herencia del Señor en el misterio de la Cruz. ¡Vivir, palpitar, morir a
los pies de la Cruz o en la Cruz con Cristo!
Da
a tus hijitos, Beatísima Madre, amor, amor; ese amor que no es terreno, que es
fuego de caridad y locura de la cruz.
Amor
y veneración al "dulce Cristo en la tierra"; amor y devoción a los
Obispos y a la Iglesia; amor a la Patria, así como Dios lo quiere; amor
purísimo a los niños, a los huérfanos y a los abandonados; amor al prójimo,
particularmente a los hermanos más pobres y que más sufren; amor a los
rechazados, a los que son considerados como restos, desechos de la sociedad;
amor a los trabajadores más humildes, a los enfermos, a los inhábiles, a los
abandonados, a los infelices, a los olvidados; amor y compasión por todos: los
más alejados, los más culpables, los más adversos, todos; y amor infinito a
Cristo.
Danos,
María, un ánimo grande, un corazón grande y magnánimo, que llegue a todos los
dolores y a todas las lágrimas. Haz que seamos verdaderamente como nos quieres:
los padres de los pobres.
Que
toda nuestra vida esté consagrada a dar Cristo al pueblo y el pueblo a la
Iglesia de Cristo; que ésta arda y resplandezca de Cristo y que se consuma en
Cristo, en una luminosa evangelización de los pobres. Que nuestra vida y
nuestra muerte sean un cántico dulcísimo de caridad y un holocausto al Señor.
¡Y
después... después, el santo Paraíso! Cerca tuyo, María, siempre con Jesús,
siempre contigo, sentados a tus pies, ¡oh Madre nuestra, en el Paraíso, en el
Paraíso!
Fe
y valor: ¡Ave María y adelante! Nuestra celestial Madre nos espera y nos quiere
en el Paraíso. Y será pronto.
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