¡Ave, oh María, llena de gracia,
intercede por nosotros!
Recuerda, Virgen Madre de Dios,
mientras estás en presencia del Señor, de hablarle e implorar por esta humilde
Congregación tuya, que es la Pequeña Obra de la Divina Providencia, nacida a
los pies del Crucifijo, en la gran semana del Consummatum est.[1]
Tú lo sabes, oh Virgen Santa, que
esta pobre Obra es Obra tuya: Tú la has querido, y has querido servirte de
nosotros, miserables, llamándonos misericordiosamente al altísimo privilegio de
servir a Cristo en los pobres; nos has querido siervos, hermanos y padres de
los pobres, vivientes de fe grande y totalmente abandonados a la Divina Providencia.
Y nos has dado hambre y sed de
almas, de ardientísima caridad: ¡Almas! ¡Almas!
Y esto en los días que más
recordaban al desangrado y consumido Cordero, en los sacros días que recuerdan
cuando nos has generado en Cristo, sobre el Calvario.
¿Qué hubiésemos podido nosotros, sin
Ti? ¿Y qué podríamos, si Tú no estuvieses con nosotros?
Entonces, di: ¿a quién iremos
nosotros, si no es a Ti? Y ¿no eres Tú la meridiana antorcha de caridad? ¿No
eres la fuente viva de aceite y bálsamo, la celeste Fundadora y Madre nuestra?
¿Tal vez no es en Ti, oh Bendita entre todas las mujeres, en la que Dios ha
reunido toda la potencia, la bondad y la misericordia?
¡Oh sí: en Ti misericordia, en Ti
piedad, en Ti magnificencia, ¡en Ti se reúne lo que en criatura hay de bondad!
Sí, sí, ¡oh Santa Virgen mía! Todo
lo tienes Tú, y todo lo puedes Tú, ¡lo que Tú quieras!
Nel nome della Divina Provvidenza,
155.
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