Declaro el P. Sparpaglione en el proceso de beatificación:
“Don Orione para atraer a las almas a la confesión sabía usar también de los medios más originales. Era párroco de Silvano Pietra, el P. Enrico Semino (muerto en 1926). Don Orione junto con Mons. Malfatti, rector del santuario de la Guardia de Génova, tenía una misión en esta parroquia.
La misión llegaba a su término y no prometía una abundante cosecha espiritual. Don Orione llamó al párroco y le rogó que convocara esa noche, que era una de las últimas, a diez sacerdotes dispuestos a confesar. Don Semino, el párroco, dudaba; no por la preocupación de la hospitalidad a conceder a tantos cohermanos, sino por temor de exponerse a una desilusión. Sin embargo, mandó a los pueblos cercanos a un grupo de muchachos en bicicleta para llamar a los diez sacerdotes solicitados por Don Orione.
Cuando todos estuvieron listos, Don Orione se puso sobre los hombros una capa más bien gastada, se cubrió la cabeza con un viejo sombrero y, saliendo por la puerta de la casa del párroco, hizo su ingreso en la iglesia, mientras el sacristán tocaba las campanas.
Cuando todos estuvieron listos, Don Orione se puso sobre los hombros una capa más bien gastada, se cubrió la cabeza con un viejo sombrero y, saliendo por la puerta de la casa del párroco, hizo su ingreso en la iglesia, mientras el sacristán tocaba las campanas.
Se sentó en un banco, comenzó un soliloquio sobre las propias miserias: “He aquí en que estado estoy... sin embargo no me faltaba nada... culpa mía que quise abandonar mi casa...” En suma recitaba la parte del hijo pródigo. La gente que se encontraba en la iglesia, curiosa al máximo, lo seguía con vivo interés. Alguno salió a dar la voz de alarma y todo el pueblo vino a llenar la iglesia.
Don Orione, cuando estuvo bien seguro que no faltaba nadie, se quitó la capa rasgada, subió al púlpito y a través de la parábola del hijo pródigo trató de modo eficacísimo el tema de la misericordia de Dios. Su prédica duró una hora y media. Los confesores tuvieron un trabajo enorme, todo el pueblo se confesó.
Don Orione, cuando estuvo bien seguro que no faltaba nadie, se quitó la capa rasgada, subió al púlpito y a través de la parábola del hijo pródigo trató de modo eficacísimo el tema de la misericordia de Dios. Su prédica duró una hora y media. Los confesores tuvieron un trabajo enorme, todo el pueblo se confesó.
El P. Malfatti como comentario decía: “Es difícil conmover y hacer llorar a los curas, pero esa noche también ellos lloraban”.
Del Libro “Florecillas de Don Orione” de Mons. Gemma, fdp
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