martes, 5 de noviembre de 2013

El Joven Luis: Guerra a los ociosos



Tardecita de un día soleado.

Mientras los trabajos de campo no han concluido aún, comienza a advertirse por las calles del pueblo el típico hormigueo de la jornada que declina: carros que pasan, campesinos que empujan a las bestias, amas de casa cargadas que caminan rápido y se dirigen a casa, niños que se asoman de todas partes, voces que se responden. Es la imagen de la laboriosidad de esa gente fuerte y ruda.


Pero en la plaza, cerca de la farmacia, hay una reunión de holgazanes que disfrutan, charlando de todo un poco, sentados en cómodas sillas, ignorando, parece, ese movimiento que los rodea y que contrasta mucho con su aire de haraganes. Está el médico del pueblo, el farmacéutico -el estado mayor, se diría- y el arcipreste. ¿Es posible que no adviertan la discordancia de esa actitud ociosa, de ese matar el tiempo sin hacer nada, mientras alrededor es una fiesta de trabajo y actividad? La gente murmura, mirando despechada... Y sigue de largo, mirando a hurtadillas.

 Mas he aquí que imprevistamente de no se sabe cual calle, aparece un muchachito todo fuego. No está allí por casualidad. Se ve bien que tiene una meta precisa. Los ojos relampaguean y el rostro salpica chispas de inteligencia. Tiene en la mano una enorme rama llena de hojas: parece un trofeo de victoria.


Apenas llega delante del grupo de haraganes pone en obra su plan, quizás desde hacía cuanto tiempo concebido y estudiado en los detalles. Dirige a la tierra la rama cuyas hojas se transforman en una buena escoba y luego a correr por la calle polvorienta, pasando y pasando delante de esos señores. Una nube de polvo. Alguna imprecación concitada. Pero el muchachito ya escapó. La reunión se disuelve con propósitos de justa venganza...


Han comprendido. Es él: Luis Orione.


Fuente: "Florecillas de Don Orione" de Mons. Gemma fdp



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