martes, 26 de agosto de 2014

Jóvenes orioninos: discípulos-misioneros, testigos alegres del Evangelio



Durante el encuentro de Pastoral Juvenil Orionita, la Hna. Mabel Spagnoulo compartia el perfil de joven orionita: discípulo y misionero, testigo alegre del evangelio. Un fragmento de su ponencia
  

“Discípulos-misioneros” orioninos

Papa Francisco en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium profundiza aún más el protagosimo de los cristianos poniendo juntos el ser “discípulos-misioneros”: “todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos “discípulos” y “misioneros”, sino que somos siempre “discípulos-misioneros”.[1]




Entonces, ¿a qué cosa los llama este protagonismo de discípulos-misioneros orioninos?

Los llama a ser discípulos-misioneros según un estilo específico, una identidad concreta, la de ser hijos e hijas de San Luis Orione. Vuestro lugar y el nuestro en la Iglesia, en el seguimiento de Jesús, tiene una clara identidad carismática.

¡Son discípulos-misioneros orioninos! ¡Discípulas-misioneras orioninas! Tienen un “nombre” pero también un “apellido” que los identifica y les da una cualidad!

En consecuencia, este discipulado y misionariedad tienen características que los hacen, no “anónimos”, sino “identificables”. Donde está un joven, una joven orionina, enseguida se hacen presentes los valores y las opciones que Don Orione ha hecho y haría en el hoy de las realidades donde están insertos: en el trabajo, en el estudio, en la familia, en la Iglesia, en la sociedad, cualquiera sea vuestra responsabilidad.

·         Donde hay un joven o una joven orioninos se respira la caridad, esa caridad universal que se hace pequeña con los pequeños, y que dona a todos el consuelo y la misericordia de Dios, que no tiene miedo de “tocar la carne de Cristo en el pobre”, con palabras del Papa Francisco.

·         Donde hay un joven orionino se instaura la cultura de la solidaridad, de la inclusión, de la compasión, porque “en el más miserable de los hombres brilla la imagen de Dios”.[2]

·         Donde hay un joven orionino, discípulo-misionero, se transmite la confianza en la Divina Providencia, y ustedes mismos se hacen “providencia”, se transforman en “bendición” para los demás, irradiando en vuestra vida y con vuestra vida los valores del Reino: la justicia, la verdad, la reconciliación, la paz, porque han hecho de Cristo y de su Evangelio el centro y el sentido de vuestra vida y de vuestras opciones.

·         Donde están los jóvenes orioninos está María, la madre, el modelo y el camino seguro que nos lleva a Jesús y a los hermanos. Con María son fuertes en la fe, se nutren de la Palabra del Hijo, se consolidan en la oración y en los sacramentos para ser luego testigos coherentes y fieles como Ella.

·         Donde está un joven, una joven orionina, se construye la Iglesia en la comunión, en la fraternidad, en las periferias del hombre y de las situaciones más dolorosas y necesitadas. Porque ser orionino, orionina, es estar activamente comprometido en la promoción humana y en la defensa de la dignidad de cada persona, es estar comprometidos con la vida frágil. Papa Francisco les dijo a ustedes, jóvenes: “Somos parte de la Iglesia; más aún, nos convertimos en constructores de la Iglesia y protagonistas de la historia... en la Iglesia de Jesús las piedras vivas somos nosotros, y Jesús nos pide que edifiquemos su Iglesia; cada uno de nosotros es una piedra viva, es un pedacito de la construcción…[3]

·         El joven discípulo-misionero está siempre en permanente camino de “seguimiento” del maestro del cual es “discípulo” y en permanente tensión evangelizadora y misionera, para anunciar y llevar a todos a Aquel que sigue. “El discípulo, fundamentado en la roca de la palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la buena noticia de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede no anunciar al mundo que sólo El nos salva”.[4]




“Testigos alegres del Evangelio”

Finalmente, el joven orionino discípulo y misionero es un “testigo alegre”. Jóvenes orioninos, protagonistas del gran “sueño” de Don Orione: discípulos-misioneros son, así, “alegres testigos del Evangelio”.

La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por El son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”.[5] Con estas bellísimas palabras inicia la Exhortación apostólica Evangelii gaudium.

La “alegría” es, por lo tanto, la nota distintiva del cristiano. Pero lo es en particular de los jóvenes. Los jóvenes son naturalmente alegres, optimistas, entusiastas, creativos... de no ser así habría que preocuparse.

La “alegría” que está en el corazón de quien ama y sigue a Jesús es ya, en sí misma, un instrumento de evangelización; la “sonrisa”, que es expresión de la alegría y de la serenidad del corazón, es un medio eficaz para testimoniar la fe. El Papa ha hablado últimamente de la “revolución de la ternura”, quiero agregar también que existe una “revolución de la alegría”, la “revolución de la sonrisa”. Somos portadores de aquella alegría que con frecuencia falta en nuestro mundo, alegría que con muchas veces se confunde con el estruendo de las discotecas, de la diversión banal, del poseer y del placer … Nosotros somos testigos de la alegría verdadera y perenne que promete Jesús a quien permanezca con El: “vuestro corazón se alegrará y nadie les podrá quitar esta alegría” (Jn 16,22-23). 


Lo dice bellísimamente el Documento de Aparecida: “la alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, reconocido como el Hijo de Dios encarnado y redentor, deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres heridos por las adversidades; deseamos que la alegría de la buena noticia del Reino de Dios, de Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todos cuantos yacen al borde del camino, pidiendo limosna y compasión. La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta, sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer, con nuestra palabra y obras, es nuestro gozo”.[6]

Seguramente sentimos ya dentro nuestro, el eco de la experiencia de Don Orione, sentimos su voz en nuestro corazón repitiéndonos hoy: “La perfecta alegría no puede existir sino en la perfecta dedicación de sí mismo a Dios y a los hombres, a todos los hombres, a los más miserables como a los más física o moralmente deformes, a los lejanos, a los más culpables, a los más adversos”.[7]

Si hemos dicho que no puede existir un cristiano, un joven cristiano, que no sea testigo de la alegría, podemos entonces decir que no puede existir un orionino, una orionina, un joven, una joven orionina triste; la alegría de Jesús, de su caridad y misericordia, de su salvación, es distintiva de nuestra identidad como hijos e hijas de San Luis Orione.

Don Orione ha sido testigo de esta alegría, de la alegría del Evangelio, y la ha transmitido y pedido siempre a sus hijos e hijas, a los alumnos, a los jóvenes, a los laicos, podríamos decir, hasta su último respiro, alegría incluso en las dificultades, en las contradicciones, en los sufrimientos, alegría invencible porque Jesús ha vencido toda tristeza y todo mal. 

Para leer la ponencia completa, visite:






[1] Papa Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, n. 120.  

[2] Don Orione envía su voz “grabada” a sus bienhechores y amigos de Italia, desde América, 1936, Scritti 80,170.

[3] Papa Francisco, discurso durante la vigilia de oración con los jóvenes, XXVIII JMJ, Copacabana, 27 julio 2013.

[4] Benedicto XVI, Discurso inaugural, V Conferencia general del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 13 mayo 2007.

[5] Papa Francisco, Evangelii gaiudium, n. 1.

[6] Documento de Aparecida, n. 29. 


[7] Don Orione, Scritti 63,227.  



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