Como profeta y hombre de
Dios, Don Orione supo leer los “signos de los tiempos”, percibiendo los cambios
sociales que se producían: la revolución industrial, el nacimiento de nuevas
ideologías, las migraciones, el crecimiento de las ciudades, los cambios
culturales, etc.
Juan Pablo II destacaba la actitud y el modo de
actuar de Don Orione frente a los nuevos cambios que se avecinaba: “Sintiéndose llamado por el
Espíritu para reportar a Cristo al pueblo y el pueblo a Cristo, en un período
histórico muy difícil de grandes cambios sociales y culturales, en el cual
tanta gente era atraída por ideologías materialistas contrarias al Evangelio,
Don Orione fue inspirado por un profundo sentido de Iglesia” (Juan Pablo II, Carta para el 50°
aniversario de la muerte de Don Orione)
Juntos con estas nuevas realidades y
cambios sociales, el avance de la democracia fue visto con miedo y rechazo en
muchos sectores de la Iglesia de la época. Don Orione, por el contrario, tuvo
una posición de apertura y esperanza ante ella.
En unos apuntes de 1905, escribía:
“Vivimos
en un período de transición de la humanidad. A nuestro alrededor se está
produciendo una transformación radical de la sociedad, en el gobierno de los
pueblos, en las relaciones de la vida humana.
Todas estas mutaciones pueden
resumirse en una palabra: ha llegado la hora de la democracia, de la soberanía
de los poderes populares. Aquí no es el lugar para examinar la razón filosófica
de esta revolución o redención como se la quiera llamar, nos basta de
establecer y aceptar el hecho que no se puede poner más en discusión, y de
expresar la convicción que esto no obra de la casualidad o del demonio, sino
que todo esto se cumple por designio de la Divina Providencia. El Evangelio es la semilla de redención de
los pueblos.
Todo
el que tenga los ojos abiertos reconocerá que ha terminado el tiempo de los
gobiernos paternales y que, si en algunas partes del mundo incivilizado luchan
por su existencia, esto dura muy poco. América no tiene más rey. Hasta ahora,
la Iglesia trató con las dinastías. De aquí en más deberá tratar con los
pueblos, sin admitir intermediarios. Los pueblos la conocen”.
Y unos
días después, les escribía a los habitantes de Tortona:
“La
democracia avanza con nuevas necesidades y con nuevos peligros. No nos
asustemos, mis amigos, seamos, por favor, gente de fe amplia y amplia de nuevas
ayudas, si queremos ser la gente de nuestro tiempo. La democracia avanza, recibamosla amigablemente, encaminemosla en su álveo, ¡cristianicemosla en sus
fuentes, que son la juventud! ...”
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