La extraordinaria aventura de
Gleison de Paula Souza, un seminarista brasilero, a quien el Papa lo llamo y
luego lo fue a ver.
Gleison de Paula Souza es un seminarista brasilero de la Obra Don
Orione, que está en el segundo año de sus estudios de teología y vive en la
casa de formación que la congregación posee en Monte Mario, Roma. Vivió una
historia maravillosa que tiene por protagonista al Papa Francisco. Él mismo nos
cuenta.
Le escribí una carta al Papa Francisco y se la
di a una amiga para que se la entregue personalmente. Lo hizo luego de
confesarse con el Papa Francisco, el domingo 19 a la tarde, durante la visita a
la Parroquia “Sagrado Corazón de Jesús”, cerca de la estación de Termini. Me dijo que el Papa luego se la
puso en el bolsillo.
Lunes 20 a la tarde, estaba estudiando. A las 15:56,
suena mi celular. Era un número privado. Respondo.
Una voz repite varias veces: “¿Gleison? ¿Gleison? ¿Hablo con Gleison?”
Respondo: “Si,
Santo Padre, soy Gleison”.
Continua: “Veo
que me reconoces la voz. Mi voz ya es demasiado conocida”.
Estaba por desmayarme de la alegría y la
emoción. Había escrito mi número de celular al final de la carta. La charla
duro 7 minutos, como se ve en el celular.
El Papa hablo de aquello que le había escrito
en la carta, donde le confiaba algunos sentimientos y situaciones personales
respecto a mi camino vocacional. Tomo algunos puntos concretos, los comento y
alentó con bondad. Recuerdo expresiones del tipo: “Animo, sin miedo, adelante con paciencia… El Señor está con vos, la
Virgen está con vos, la Iglesia está con vos”. El final me dice: “veni a verme”.
Me vino de decirle: “Santo Padre, seria hermoso si Usted viniese a vernos a nuestra
comunidad del Teológico”. “Eh, tengo que ver si es posible. Esa zona es un poco
lejos”.
Me di cuenta que pensaba que nuestra casa seria
cerca de la Universidad Salesiana, ya que le había escrito que estudiaba
teología. Le explique que nuestra casa es cerca del Vaticano, está en Monte
Mario. “Entonces es un poco más fácil. Te
aviso en unos días”.
Nos saludamos. Mi alegría era inmensa.
Dos días después, el
miércoles 22, el
Papa mi llamo nuevamente, pero no tenía el celular conmigo, pero me dejo un
mensaje en el contestador, diciendo: “Ei,
Gleison, soy el Papa Francisco”
Me pase todo el día con el celular en la mano
esperando otra llamado… que llego, pero un día después mientras estaba dando un
examen escrito en la universidad. Le respondí en voz baja pidiéndole de esperar
un momento que estaba saliendo del aula. En esta llamada me dijo: “No puedo ir a verte al seminario, pero si
podes veni a verme a Santa Marta, el lunes a las 17”.
Le pedí si podían acompañarme dos hermanos en
para esta ocasión y él me respondió: “Si,
está bien, pero veni entonces a eso de las 16:30”.
Lunes 27 a las 16:15, junto con el superior, el P. Carlo
Marin, y el padre espiritual, el P. Giacomo Defrancesco, nos presentamos en el
ingreso al Vaticano al lado del aula Pablo IV y le dijimos a la guardia suiza
que el Papa Francisco nos esperaba. Ya sabían nuestros nombres y así lo mismo
en otros dos puestos de seguridad.
Ya dentro de Santa Marta, nos reciben y nos
conducen a una pequeña sala con seis sillas iguales donde habremos esperado
unos 5 minutos. Esperábamos que viniera un “monseñor” a llamarnos y nos llevase
al Papa, pero por sorpresa, se abre la puerta y aparece el rostro del Santo
Padre, que nos da la bienvenida y nos hace acomodad. Bromea con nosotros porque
no sabíamos donde sentarnos de la emoción y nos dice: “Es mejor mirar a la cara a los enemigos”, y se comienza a sonreír.
Nos sorprendió su túnica blanca con tres botones con la tela deshilachada, signo de su pobreza y simplicidad.
El superior de nuestra comunidad, el P. Carlo
Marin, nos presento y le dio los saludos de la comunidad del Teológico. Él nos
expreso el desagrado de no poder ir a nuestra casa por sus muchos compromisos.
Luego el P. Carlos le dio los saludos del Superior General, el P. Flavio
Peloso, diciéndole que si tuviese en el corazón alguna necesidad o situación a
la cual hacerle llegar nuestra ayuda fraterna, podía contar con la congregación
y que para nosotros es una alegría poder responder en el nombre de la
Providencia a un pedido del Papa.
Luego de esto, el Papa comienza a elogiar a la
congregación, diciendo que él la conoce bien y estima el trabajo de nuestros
hermanos en Argentina: “Trabajan bien y
son generosos. También las hermanas son muy buenas; había un hospital, una casa
de ancianos, sin hermanas y fueron ellas”.
Recordó además que en Buenos Aires les hacia
hacer una experiencia de voluntariado en el Cottolengo de Claypole de unos 15
días a los novicios jesuitas, antes de la profesión, y a los diáconos de la diócesis
antes de la ordenación.
“El Cottolengo es una
obra hermosa, pero su vocación es hermosa, dentro de aquel arco de santos
piamonteses del ochocientos, … un laicismo feroz, un anticlericalismo feroz,
una masonería feroz y luego surgieron Don Bosco, Cafasso, Don Orione, el
Cottolengo, y también las mujeres, tantas santas mujeres”.
Luego nos compartió el recuerdo de la
ordenación episcopal de Mons. Uriona en la iglesia del Cottolengo de Claypole,
y la presencia de Mons. Mykycej y recordaba también a tantos otros hermanos
llamándolos por el nombre, como el P. Baldussi, el P. Bussolini (“Fue un provincial de hierro, pero amado por
todos”).
Notábamos su espontaneidad y su alegría cuando
hablaba de la Argentina. En ese momento juntos, no podíamos pronunciar ni al
menos una palabra, sea por la emoción, sea porque no conozco mucho de nuestras
casas y hermanos de la Argentina.
Me pregunto el nombre de los consejeros y luego
hablo del encuentro con los superiores mayores y la importancia de alentar la
vida religiosa e seguir adelante.
Después el P. Giacomo e el P. Carlo salieron
para dejarle al Santo Padre hablar conmigo. El tiempo voló, en realidad estuve
con él más de 35 minutos. En este tiempo, hablamos del contenido de la carta
que le había escrito, me alentó y me dio paternalmente muchos buenos consejos.
Su palabra era una continua invitación a la misericordia de Dios. Le pedí si me
podía confesar y ante su respuesta positiva le abrí nuevamente mi corazón. Él
no me dio respuestas, me dio la libertad de reflexionar diciéndome que estaba
conmigo.
Me emociona el hecho que él se preocupo de
saber que siento, pienso y espero. Sentí que Dios me amaba a través de las
palabras del Papa Francisco.
Después el Papa fue a llamar a los hermanos y
le presentamos las cartas y saludos de todos y nuestro proyecto comunitario. Él
miraba y escuchaba con interés. Bendijo nuestros objetos de devoción y luego
nos dio también una bendición especial y le pedimos de poderla hacer extensiva
a nuestros hermanos, amigos y todos aquellos que sabían o sentirán hablar de
este encuentro.
Nos hicimos una foto juntos y nos acompaño
hasta la salida luego de habernos dado un afectuoso e inolvidable abrazo, y
después nos dijo: “Recen por me”.
Nos evangelizo no con las palabras sino con su
presencia acogedora, su simplicidad, sus gestos y su ternura. ¡Gracias
Santidad!
Gleison.