En la familia de los ermitaños de Don Orione se destaca
por la luz de santidad, fray Ave María, de quien comenzó el proceso de beatificación.
Quedó ciego a la edad de doce años y en el encuentro con
Don Orione encontró la fuerza no sólo para aceptar la cruel desgracia, sino
también para santificarse y volverse, en el ermitorio de San Alberto, punto de
segura referencia para tantas almas en busca de luz.
Entre los episodios más célebres de la vida del humilde
fraile ciego, está el del denominado milagro del agua en el pozo de la abadía de San Alberto. El
hecho es interesante porque los dos santos protagonistas se daban uno al otro
la culpa de lo sucedido. Narra Don Orione:
“Cuántas veces les he hablado del hecho estrepitoso de
Plácido y Mauro discípulos de San Benito... Nosotros no necesitamos salir de
nuestra casa, si deseamos ver cómo Dios premia la obediencia.
Un año, hacía ya meses que yo iba magnificando a los
clérigos de esta casa el eremitorio, sus bosques de castaños, los frailes
ciegos y no ciegos, las pinturas y los frescos de santos que hay en San
Alberto; y muchos de los que me escuchan lo recordarán. Y todos estaban entusiasmados
por el hecho de pasar allá un período de vacaciones. Allí había un sacerdote
muy culto.
Cuando se debía partir desde Tortona para San Alberto
(treinta km. a pie, a través de las colinas), me llega uno enviado por el P. Draghi (rector y párroco), a decirme que no había más agua en el pozo. Había
sido alarmado por ese sacerdote culto, el cual me sugería no mandar a los
clérigos porque -me decía- ¿si tú mandas cincuenta o sesenta clérigos cómo
harán para lavarse, y tener agua en la cocina? Esto atentaría también contra la
higiene...
Miren que él era y es muy higienista. ¿Pero cómo hacía
yo para desautorizarme delante de mis clérigos? ¿Qué les podía decir después de
haber hablado tanto de los bosques, los pájaros, los frailes y la quietud del
ermitorio? ¿Qué pensarían? Podrían decir: “Eh, promete tantas cosas Don
Orione...”.
Ese sacerdote pataleaba; no pataleaba el P. Draghi, pues
no es capaz de patalear. Éste tenía también los pequeños huertos, allá
arriba y le interesaban... Era profesor
de gastronomía y vegetariano; y durante la guerra sembró tantas cebollas y plantó
repollos y achicorias en las retaguardias del frente. Y entonces le dije al joven
que me habían enviado: “Vuelva, porque no necesitaremos ir con los bueyes y el
barril a sacar agua de otro lado. Dígale a Fray Ave María que vaya a la boca
del pozo y recite tres Padres Nuestros y Dios bendecirá la obediencia”.
Éste va arriba, llega y anuncia que los clérigos
mandados por Don Orione estaban ya en camino. Imagínense a ese sacerdote:
“¡Pero están locos! ¡Pero qué hacen!”.
Entre tanto Fray Ave María, obediente, va a la boca del
pozo y con gran devoción dice los tres Padres Nuestros, y luego baja el balde,
y todos están allí para ver... Ante la sorpresa de todos, también de aquellos
que habían sacado del pozo la “nita”, o sea solamente lodo del fondo, barro,
sube un hermoso balde de agua límpida, fresquísima, riquísima. Y entonces
fueron inmediatamente a llamar a ese sacerdote el cual, para asegurarse del
prodigio y convencerse, dado que desconfiaba, hizo extraer unos veintiséis
baldes de agua para regar sus huertos, sus ensaladitas...
Y entre tanto se oían ya los gritos de los postulantes y
los monaguillos que cantaban y que llegaban casi a la carrera, en grupos,
deteniéndose sólo a comer moras y a dar ciertas sacudidas a las plantas.
Llegaron los clérigos y hubo abundancia de agua para
todos, durante el mes en que se quedaron allá; pero el día siguiente de su
partida, el agua faltó imprevistamente; y esto también como prueba del
prodigio, del prodigio operado por la obediencia humilde de fray Ave María”.
Así lo narraba Don Orione.
Por su parte el pío ermitaño atribuía la gracia a la fe
de Don Orione y a la protección de San Alberto que amaba verse rodeado por
tantos futuros sacerdotes y a la oración de todo el personal religioso presente
en el ermitorio. Minimizaba, en humildad sincera y caridad fraterna, la propia
parte. Y confirmaba que el agua no faltó nunca durante la permanencia de los
clérigos, que usaban mucha. “Cuando se fueron los clérigos, el posó se secó”.
Fuente: "Florecillas de Don Orione"