Discurso de despedida de Don Orione al dejar Argentina
El 30 de julio de 1937, una semana
antes de su partida, Don Orione se despedía del pueblo argentino desde
el micrófono de “Radio Ultra”. En su discurso, expresaba todo su cariño y
admiración por nuestra tierra, y decía, con palabras proféticas: “… Dios
mediante, volveré a ella vivo o muerto”. Algunos extractos del texto:
Amados Argentinos
Ha llegado para mí la hora de las
despedidas, esa hora que suele ser melancólica, pero que no es triste para el
cristiano que se siente sometido, en todo momento, a una voluntad amorosa como
es la de Dios a quien amamos.
Voy a partir de la Argentina después de
una permanencia que debía ser breve y que Dios Nuestro Señor, con señales
visibles de su Providencia, ha querido prolongar por tres, años, desde su
milagroso Congreso Eucarístico.
Y, en esta hora propicia para la efusión
del corazón, quiero aprovechar el amable ofrecimiento de “RADIO ULTRA” para
hablar una vez más a todos ustedes, amados Argentinos: aunque invisibles
corporalmente, siento desde aquí que sus almas y la mía palpitan en una misma
fraternidad cristiana, y que con muchas de ellas se ha establecido una muy
honda comunión de ideales sobrenaturales, de esas uniones que forman una
amistad superior a todas las contingencias, una amistad que Dios confirmará
eternamente en el Cielo.
Pues bien, a todos quiero decirles y
confirmarles que en la Argentina he hallado para siempre mi segunda patria, y
que, Dios mediante, volveré a ella vivo o muerto, pues quiero que mis cenizas
descansen en el Pequeño Cottolengo Argentino de Claypole, regadas por las
oraciones de tantas almas que, gracias a su inagotable caridad, encontrarán
allí, en los brazos humildes pero afectuosos de mis amados Hijos, los
Religiosos de la Divina Providencia, el asilo de su orfandad, el remedio de su
dolencia, el consuelo de su aflicción, el alimento de su indigencia, y, sobre
todo, la dignificación cristiana y el amor Evangélico, único capaz de arrancar
de la desesperación a los náufragos de la vida, que se sienten objeto de
desprecios por parte de la sociedad paganizada de nuestros días.
Trae esta obra todo su espíritu de la
Caridad de Cristo; y nunca la hubiera comenzado, sin el deseo y la plena
bendición de su Eminencia Revma. el Sr. Cardenal Arzobispo, del Excmo. Sr.
Nuncio Apostólico y del Excmo. Sr. Arzobispo de la Plata. Por esto Dios ha
estado siempre conmigo, no obstante mis grandes miserias. Yo no tengo otro
deseo que vivir y morir humildemente a los pies de la Santa Iglesia de Cristo:
Ella es mi gran amor.
El Señor ama a todas sus criaturas sin
excepción, pero su Providencia no pudo dejar de amar especialmente a los que
sufren tribulaciones de alguna manera, después que Jesús se presentó como su
modelo y su Capitán, sometiéndose El mismo a la pobreza, al abandono, al dolor
y hasta al martirio de la Cruz.
Por lo cual el ojo de la Divina
Providencia mira con predilección una obra de este género, y el Pequeño
Cottolengo Argentino tendrá siempre abierta su puerta a toda clase de miseria
moral y material.
Separados luego en tantas otras familias,
acogerá en su seno como hermanos, a los ciegos, a los sordomudos, a los
retardados, a los incapaces: cojos, epilépticos, ancianos e inválidos para el
trabajo, enfermos crónicos, niños y niñas de corta edad; jovencitas en la edad
de peligros morales; a todos aquellos, en una palabra, que por una u otra causa
necesiten de asistencia o de auxilio, y no puedan ser recibidos en hospitales o
asilos, y que verdaderamente se hallen abandonados; sean de cualquier
nacionalidad o religión, sean también sin religión alguna: ¡Dios es Padre de
todos!
En el “Cottolengo” no deberá quedar sitio
vacío; y en su puerta no se preguntará a quien la cruce si tiene un nombre,
sino si tiene algún dolor (…) El Cottolengo es una familia construida sobre la
Fe y que vive de los frutos de una caridad inextinguible.
Por eso en él se vive alegremente: se ora,
se trabaja en la medida de las fuerzas de cada uno, se ama a Dios y se ama y se
sirve a Cristo en los pobres, en santa y perfecta alegría, porque ellos no son
huéspedes, no son asilados: son los patrones, y nosotros somos sus servidores.
Por eso ellos están contentos, y el Señor también, y continuamente brota de
allá y se eleva al Cielo una sinfonía de oraciones, de gratitud por los
bienhechores, de trabajo, de cánticos y de caridad (…)
Nada es más agradable al Señor que la
confianza en El. Y nosotros querríamos poseer una Fe, un ánimo intrépido, una
confianza tan grande como el Corazón de Jesús.
Antes de embarcarme de regreso a mi
dilecta e inolvidable Italia, hoy desde este micrófono, desde el cual tengo el
honor de dirigir mi palabra al gran Pueblo Argentino, pongo en sus manos,
después de Dios, esta su obra, este Cottolengo que, como todas las obras
argentinas, ha de llegar a ser grande, grande como vuestro corazón. Y todo sea
a honor y gloria de Dios, y siempre Deo Gratias! (…)
Nobilísimos Argentinos, que forman esta
gran Nación, admirable por sus bríos, sus riquezas, sus progresos y más aún por
sus obras sociales de caridad y de educación, yo guardaré imborrables recuerdos
de gratitud, de admiración por ustedes, por sus Autoridades Eclesiásticas y
Civiles, todos en mi corazón ante Dios en el Altar... ¡Rogad por mí!
Rueguen que pueda pronto regresar a esta
mi segunda Patria como lo deseo ardientemente y, con esta esperanza, no les
digo “adiós”, sino “hasta pronto”, si Dios quiere.
Amados Argentinos ¡Gracias por todo! Jamás
los olvidaré. ¡Dios sabrá recompensar la caridad de ustedes! ¡Dios bendiga a
todos, todos, todos!
Y la Virgen de Luján os proteja siempre:
defienda y haga potente, grande y gloriosa la Nación Argentina.
Fuente: Revista
Don Orione,
noviembre-diciembre 1937, p. 6.