El
recuerdo del Hno. Boggio me retrotrae a mi infancia, a mi historia y mis
raíces; no solo porque las primeras imágenes que me vienen a la mente son verlo
conversando con la gente grande o ayudando en misa, sino también porque somos
hijos de la misma comunidad.
Cuando
éramos chicos, el Hno. Orlando pasaba mientras jugábamos o hacíamos gimnasia en
el Ateneo Don Orione, nos regalaba una estampita, nos contaba algo de la vida
de algún santo, alguna anécdota de Don Orione, etc; era para nosotros alguien
que nos hablaba de Dios, que nos enseñaba a ser mejores personas y cristianos. Ya
más grande, en la Acción Católica, el Hno. Boggio nos acompañaba y nos ayudaba
a profundizar en la mística del grupo, de quien había sido presidente, muchas décadas atrás.
Si
tuviera que definir al Hno. Boggio en dos palabras, elegiría: sencillez y
presencia. Con su perfil bajo, estaba siempre para escucharnos, darnos una
consejo, alentarnos, etc.; muchas veces en silencio, pasando casi
desapercibido, pero presente, siempre presente.
Con
la partida de Orlando, perdemos la “memoria viviente de Pompeya”, con su prodigiosa
memoria, recordaba a todos los párrocos que pasaron, los hermanos, las
actividades que se hacían, la vida del “asilo”, etc. Y lo más importante, nos
ponía en contacto con las raíces y las épocas heroicas de la comunidad. Tocábamos
con la punta de los dedos la historia de la comunidad, nos sentíamos en el Post
escuela jugando con el P. Enrique Contardi, escuchando al P. Dutto dando la
catequesis, o sentados en el cine parroquial. El pasado, se hacía presente, y
nos calentaba el corazón.
Hno. Boggio con la estampita que le regalo Don Orione |
Entre sus recuerdos siempre
estaba presente el paso de Don Orione por Pompeya, quien le había tocado la
cabeza cuando era monaguillo y le había regalado una estampita de Don Bosco, la
cual hoy se encuentra expuesta en la capilla del Colegio N.S. de la Divina
Providencia.
Una
vez nos dijo que cuando trabajaba en el centro, rezaba el rosario mientras que
viajaba en colectivo, algo que sin que él lo supiera, copie y me ayudo a crecer
en la fe mariana. ¡Las palabras mueven, los ejemplos arrastran!
Su “pastoral de la estampita”,
su visita a los enfermos, su don de gente y sus charlas han quedado grabadas en
los corazones de la gente de Pompeya. Orlando hacia presente a Dios en nuestras
vidas.
Algo
que no quiero olvidar, no pasar por alto, es que Orlando era Pompeya, conocía
el barrio, su gente, sus historias, sus alegrías y sus tristezas. Sin olvidar
que como el Papa Francisco, era un fanático del futbol.
Los
recuerdos de la niñez, con el tiempo fueron enriqueciéndose con las historias
que contaban los mayores. Orlando había tenido un muy buen trabajo como
empleado administrativo de la Shell, trabajo que dejo para ir a trabajar al
depósito del Cottolengo en Pompeya. Su vida de consagrado e hijo de Don Orione
comenzó allí; viviendo los consejos evangélicos y la entrega a Dios antes de
hacer los votos.
Unos
meses antes de ingresar, se entero casi de casualidad que yo esta discerniendo mi
vocación, y con su discreción propia, me prometió su oración. Cuando hice los
votos, mi papá me hizo notar algo, Orlando estaba más contento que yo. “¡Bien,
uno de Pompeya!” me dijo. A partir de ahí, Orlando no solo era quien me
había hecho crecer en la fe, sino que era mi hermano de congregación.
Orlando
fue también quien me enseño como ayudar en el altar, con él aprendí a ser
monaguillo. Y nunca imagine, que con los años quien me había enseñado, sería
quien me ayude cuando celebraba… que sensación rara, mezcla de indignidad y
alegría. Como decía mi papá, Orlando estaba más feliz que yo…
Al
despedir al Hno. Boggio, primero, quiero darle gracias a Dios por todo lo que
nos regalo en Orlando; y segundo, espero que se vida inspire a muchos jóvenes
de dejar todo para seguir al Señor.
Por
eso, querido Orlando, ¡Gracias por tu sencillez, por tu presencia y por
hablarnos de Dios! Ahora, que estas junto a tu querido Don Orione, reza por
nosotros.
P. Facundo Mela fdp