Una larga carta del Padre Fundador, dirigida a una Hermana enferma. Una
hermosa meditación sobre el misterio de Pentecostés.
Vigilia de Pentecostés, 19 de mayo de 1923
Buena Hija del Señor:
"¡Gracia y paz a usted, a su óptima hermana y a Sor María, de parte de
Dios, nuestro Padre celestial, el Señor Redentor y Dios Nuestro Jesucristo y
del Espíritu Paráclito, Dios y santificador de las almas!
Deseo hacerle llegar una palabra para la dulce
solemnidad de Pentecostés.
"PENTECOSTÉS: palabra griega que
significa quincuagésimo. Era una fiesta solemnísima para los Hebreos, como lo
es solemnísima para los cristianos: dos fiestas, que si bien diversas entre
ellas, son análogas por la íntima relación que existe, en general, entre las
figuras del Antiguo Testamento y el cumplimiento de las mismas figuras en el
Nuevo Testamento. La coincidencia de los dos clamorosos advenimientos confirma
muy bien la conexión que existe entre ellos.
Para los Hebreos, Pentecostés era la fiesta de
la siega, (Éxodo 23,16), era la solemnidad de la mies (...) La tradición
hebraica daba a dicha fiesta tanta solemnidad y carácter de la más profunda
santidad, porque el pueblo hebreo entendía y quería con esta fiesta, agradecer
a Dios el haber dado en este día la ley sobre el monte Sinaí (...)
Como los hebreos solemnizaban la promulgación
de la ley mosaica, así los cristianos, solemnizamos la promulgación del
Evangelio, el establecimiento de la ley de Jesucristo y la fundación pública de
la santa Iglesia acaecida por la venida milagrosa del Espíritu Santo sobre los
Apóstoles (...)
Pero a usted, ¡oh Hija del Señor!, le será de
inefable consuelo espiritual, el leer devotamente en estos días, el capítulo 2
de los Hechos donde se narra la historia del Pentecostés cristiano, cincuenta
días después de la Resurrección del Señor.
Nuestro Pentecostés es una de las tres
principales fiestas del año: Pascua, Navidad, Pentecostés, y es tan superior al
Pentecostés de los Hebreos, cuanto la ley de gracia es superior a la ley
mosaica, y cuanto el cumplimiento de nuestros grandes misterios supera todo
aquello que era solamente figura.
¡Cuántas maravillas nos descubre la fe en este
misterio! La tercera persona de la Ssma. Trinidad ha descendido sobre los
hombres, para colmarlos de inmensa y divina liberalidad, de sus gracias más
abundantes y de dones celestiales. En este día de Pentecostés, Nuestro Señor da
la última mano a la gran obra que El miraba en todos sus Misterios. Es en este
día de Pentecostés que Jesús se ha formado un nuevo pueblo de adoradores.
Hoy, Dios ha mandado su Santo Espíritu sobre
la tierra para renovar la faz del mundo, para crear su Iglesia, 'conservadora
eterna de su sangre y Madre de santos', como la llama Manzoni en aquel himno
tan sublime que él dedica a Pentecostés.
Hoy, ya no es la proclamación de la ley de
justicia del Sinaí, sino de la ley de gracia, de caridad, de misericordia.
Pentecostés es el fin y la consumación de todo lo que Dios ha obrado y sufrido
por la humanidad.
¡Qué gran día es éste! No es ya la celebración
de un misterio pasado, como en otras fiestas, sino de un misterio de la santa
Iglesia de Jesucristo.
El Espíritu Santo descendió visiblemente sobre
la Iglesia naciente, un día domingo, en la gran fiesta de Pentecostés de los
Hebreos, a fin de que, en aquel mismo día, en el cual Dios había dado la
antigua ley sobre el Sinaí, ella fuese abolida por la nueva (...)
¡Oh, pidámosle a Nuestro Señor, que quiera
escribir de la misma manera su santa ley en nuestros corazones, con el dedo de
su diestra y estamparla tan profundamente que no se borre jamás!
San Lucas, hablando de la venida del Espíritu
Santo sobre los Apóstoles dice: 'se les aparecieron unas lenguas como de fuego,
las que, separándose, se fueron posando sobre cada uno de ellos; y quedaron
llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar idiomas distintos, en los
cuales el Espíritu les concedía expresarse' (Hechos 2,3-4).
De este fuego había ya evidentemente hablado
el Señor cuando dijo: 'He venido a traer fuego sobre la tierra, ¿y qué otra
cosa deseo sino que arda en todos los corazones?' (Lc 12,49).
Era el fuego de la caridad de Jesucristo, era
el fuego del apostolado que recibieron los Apóstoles y que luego esparcieron
por toda la tierra. Y este fuego apareció en forma de lenguas, para que los
apóstoles, con sus lenguas expandiesen el fuego de la divina caridad en todos
los corazones dóciles a la gracia (...)
Las lenguas de fuego eran también una figura
sensible del don de lenguas', en gracia del cual, los apóstoles pudieron
hacerse entender por las gentes de todas las naciones.
El árabe, el parto y el sirio, escucharon sus
sermones, dice Manzoni; pero ¿qué escucharon? La voz del Espíritu. Era por lo
tanto, el Espíritu Santo el que hablaba por la boca de los apóstoles.
Las lenguas de fuego distribuidas,
significaban la caridad, el fuego, la diversidad el lenguaje. Y todos fueron
llenos del Espíritu Santo...
El Divino Paráclito descendió sobre todas sus
potencias y facultades, colmó de luces celestiales sus inteligencias; les
fueron revelados los misterios más profundos, les dio fortaleza y valor
sobrehumano para que propagasen el Evangelio y diesen su sangre por la fe.
Ellos tuvieron una fe y un heroísmo apostólico. Les concedió dones interiores y
exteriores y una santidad singular, diría superior.
La elocuencia de San Pedro, bajo la
inspiración del Espíritu Santo, bastó para iluminar en la fe, amonestar,
persuadir y convertir, en aquella primera prédica, alrededor de tres mil
personas, las cuales fueron inmediatamente bautizadas (Hechos 2,41)(...)
La Misa del día de Pentecostés tiene la
hermosa secuencia del 'Ven Espíritu Santo'. En los siglos pasados, se sonaba en
la Iglesia una trompeta, como para imitar el ruido venido del cielo; y en otras
Iglesias se hacían caer pétalos rosados, para simbolizar las lenguas de fuego,
de ahí el nombre de 'Pascua rosada', que se dio a esta dulcísima solemnidad.
¡Oh, invoquemos nosotros también al Espíritu
Santo!, para que venga sobre y dentro de nosotros, y como hizo con los
apóstoles, nos transforme a nosotros, y como hizo con los apóstoles, nos
transforme a nosotros, miserables, por la efusión de sus dones, nos haga
humildes y fervorosos siervos, hijos y misioneros de la caridad.
Y como el misterio de Pentecostés continúa
siempre invisiblemente en la Iglesia, así descienda y viva siempre en nosotros,
la caridad habitual o gracia santificante. Es éste, el primero y más necesario
don del Espíritu Santo, que nosotros debemos implorar hoy y siempre.
Que El ilumine nuestra mente con el don de la
inteligencia; nos eleve con el don de sabiduría al conocimiento de las verdades
divinas. La ciencia que viene del Divino Paráclito, nos lleve a despreciar los
bienes y las bajezas de la tierra, por el conocimiento de Dios y nos dé aquel
'gusto interno', como escribe San Buenaventura, que llena el alma de suavidad
por la cual dice el salmista: 'gustad y ved, cuán dulce es el Señor' (Salmo
33,9) (...)
El Espíritu Santo es Fuente Divina de verdad,
caridad y felicidad interior.
¡Oh, descienda sobre nosotros el Espíritu
Santo! ¡Espíritu de verdad, de oración, de unión, de misericordia y de divina
caridad!
Y la Bienaventurada Virgen, que ciertamente se
encontraba en aquella selecta reunión de Jerusalén, recogida con los apóstoles,
los discípulos y las pías mujeres en oración, cuando alrededor de la hora
tercia (las nueve de la mañana), vino de repente del cielo aquel ruido casi
como un viento impetuoso y llenó toda la casa, donde se encontraban reunidos
con María, Madre tiernísima y capitana de nuestra naciente Congregación; nos
obtenga de Jesús todos los copiosos dones y frutos del Espíritu Santo, que nos
dilatan de caridad el corazón, como dilataron el corazón de San Felipe Neri y
nos conceda vivir encendidos de caridad para poder inflamar de divina caridad a
todas las almas.
Que este Espíritu del Señor, la conforte, ¡oh
Hija de la caridad de Jesús Crucificado!, en su enfermedad, le dé paciencia y
amor al sufrimiento, por amor de Jesús Crucificado y de María Ssma.
La bendigo junto con sus hermanas y parientes
y con la Hermana. Y Jesús nos bendiga a todos, nos asista y nos consuele, ahora
y siempre.
Devotísmo en Cristo
Don Orione
Fuente: "Don Orione a las Pequeñas Hermanas
Misioneras de la Caridad"