Tenemos Congregaciones nuevas que cabalgan delante de
nosotros. Renovarse o morir, queridos sacerdotes, renovarse en el espíritu
religioso, o de lo contrario los despido. ¡Renovarse en todo! ¡Nosotros tenemos
que ser una fuerza! Una fuerza de apostolado, fuerza de educación cristiana,
fuerza doctrinal en las manos de la Iglesia.
Nosotros debemos ser una vida.
Nosotros queremos ser una fuerza en las manos de la Iglesia. O somos una
fuerza, una fuerza espiritual, o de lo contrario no tenemos razón de ser.
Nos han acusado en Roma que en Tortona nosotros
tenemos una fuerza y que, si avanza así, tendrá que ser cambiado el nombre de
Tortona por Orione. He contestado: ¡Así sea! No por mi pobre persona, sino por
ser una fuerza de bien para el pueblo.
Quien no quiera seguirme que se quite del medio; y si
no, salto por encima, prescindo de ustedes, y tan amigos.
Quiero que vean en estas palabras, si quieren un poco
fuertes, la fuerza de una juventud que no declina, porque es la fuerza de la fe
que no envejece nunca.
O rejuvenecerse y ser lo que debemos ser
religiosamente o mejor no ser.
Ustedes han tenido ante sus ojos cincuenta o sesenta
clérigos y han notado que allí hay una fuerza, hay un nervio. No quiero
permitir que esta fuerza se fosilice. La marcha hacia la perfección no puede
detenerse bajo ningún pretexto (...)
Los fundadores son
ustedes, yo no soy más que un hermano mayor, por la misericordia divina, llamado
antes en el orden del tiempo, pero quienes hacen que las casas caminen son
ustedes, los que dan el rostro a la Congregación son ustedes (...).
La Congregación por misericordia divina, fue promovida
por clérigos; por lo tanto, ruego a aquellos de ustedes que no quieran
seguirme, que cedan el paso. Les parecerá soberbia, pero entonces soberbia son
todas las cartas de san Pablo.
Cuando Don Sterpi dice que en ciertas cosas somos ya
viejos antes de nacer, dice algo terrible. ¿Qué tienen que aprender de nosotros
estos clérigos? ¡Renovarse o morir!
De ninguna manera quiero que muera la Congregación,
como tampoco quiero que la Iglesia en lugar de una fuerza, tenga un cadáver en
putrefacción (...) Es cuestión de vida o de muerte; queremos ser vida y no
muerte (...)
Es cuestión de tener vitalidad, de no tener pesos
muertos. Dicen que somos invasores, dicen que somos una fuerza. ¡Ojalá quisiera
Dios que fuésemos una fuerza espiritual, fuerza de santidad y de bien en medio
del pueblo! ¡Ojalá quisiera Dios que, en cualquier parte donde pusiese el pie
un hijo de la Divina Providencia, allí floreciese la vida cristiana!
Nosotros no queremos ni grados ni honores: nosotros
queremos a los pobres, nosotros queremos ser pobres, nosotros queremos estar
con los pobres. Y los pobres nos quieren bien. E incluso si se cerrasen las
iglesias, nos dejarán nuestros pobres, y entonces seremos nosotros quienes
podamos hacer todavía un poco de bien.
Los comunistas han venido a traernos los paquetes de
arroz para distribuirlos entre los refugiados, porque se fiaban de nosotros (...)
El pueblo sabe quien es amigo del pueblo, el pueblo
sabe que nosotros no somos enterradores y cuando decían que estábamos locos
hasta el punto de llevar a los clérigos con las carretillas y las palas en
procesión, no pretendimos hacer cosas raras, sencillamente queríamos llevar a
aquella gente de San Bernardino que en un tiempo había asaltado al obispado, la
llevábamos a la catedral, y cuando pedimos que el Obispo saliera al balcón,
buscábamos hacer un acto de reparación.
Si estamos con los pobres nos dejarán vivir y nos
respetarán, pero es necesario volver a la fuente y en cuanto se pueda hay que
deshacerse de los institutos ricos (...). Desháganse, porque aquellos jóvenes,
luego que los hagan constructores, si se los encuentra ni siquiera los
saludaran a ustedes.
En la reunión de ex alumnos ninguno se presento. Se
presentaron los viejos, los pobres que se los ayudo de mil maneras.
Nosotros estamos para los pobres, para los más pobres,
no lo olviden nunca, háganlo sangre de su sangre, vida de su vida, ésta es la
vida de la Congregación (...).
La Iglesia ha nacido con los pobres, el Evangelio es
para los pobres (también para los ricos, pero que son pobres de espíritu). Los
diáconos de la Iglesia se ocupaban de los pobres. Es necesario que volvamos a
los pobres y sobre todo debemos volver a lo que fue en otros tiempos. Pero ¿por
qué veranear en la montaña, o en el mar?
Queremos ser una fuerza en manos de la Iglesia, sin protagonismo,
pero debemos entrelazar el amor a Cristo, a las almas y el amor a los
pobres. Es el secreto éxito. Unamos
también el amor a la patria y también sin protagonismo, sin ostentación, sin
política. Cristo lloro sobre Jerusalén y Jerusalén es la patria moral de
Jesucristo.
Estas palabras mías son un poco fuertes, pero ustedes
tomen su sustancia y verán el anhelo que tengo de que la Congregación viva su
espíritu y no se fosilice, porque nosotros estamos ya decrépitos, nos hemos
desviado ya del espíritu primitivo.
Es necesario volvernos a poner en camino, es necesario
que hagamos algo más.
Debemos acercarnos al pueblo y a los humildes. El
porvenir es del pueblo y nosotros no debemos perder al pueblo.