Tuve la gracia de conocer al P. Tomás Alonzo en mi parroquia natal allá en Pompeya. Su figura siempre me impactó, un sacerdote anciano de sotana negra, sentado en el confesionario o arreglando el jardín del atrio parroquial, pues ese había sido su antiguo oficio.
Él había sido un simple inmigrante que trabajaba de jardinero de los padres del Sagrado Corazón, cuando conoció a Don Orione durante el Congreso Eucarístico de 1934, mientras este daba una catequesis para la comunidad italiana en la iglesia de San Carlos.
Ese encuentro cambiaría la vida de Tomás quien dejará todo para seguir al Fundador.
Mi padre siempre lo admiró por su capacidad de trabajo. Se levantaba a las 4 de la mañana, rezaba, comía algo y salía con un camión del depósito de Pompeya a “buscar la Providencia para los pobres del Cottolengo”, por quienes desgastó su vida, como le había enseñado el Fundador.
Luego, al volver por la tarde a la parroquia, descansaba un poco y comenzaba a trabajar de nuevo arreglando el jardín del atrio parroquial. Nosotros éramos chicos y nos decía: “venga acá, ayúdeme”, pues pese a tener unos 80 años, se arrodillaba para trabajar y cuidar las plantas, “hay que sacar la gramilla”, decía mientras con un cuchillo removía la tierra y sacaba los yuyos. “Traiga la manguera”, “ayúdeme a pararme”, eran sus frases.
El P. Tomás contaba que siendo clérigo, había trabajado en los comienzos del Cottolengo de Claypole, y más específicamente, había manejado el arado durante la construcción de los caminos internos del mismo.
Era un hombre de trabajo, muy sencillo, que como el mismo contaba, había llegado a ser sacerdote gracias de Don Orione, estudiando en casa un poco, digamos a la orionita. Pero, lo que no tenía de ciencia, lo tenía de la sabiduría que le enseñó el trabajo.
Durante sus recorridas por Buenos Aires, visitaba bienhechores, empresarios, hombres de negocios, etc., a quienes les pedía “algo para los pobres del Cottolengo”. Muchos de los cuales se sentían impactados ante este sacerdote anciano de sotana gastada.
En sus recorridas, también sufrió el rechazo, los insultos y el maltrato, pero eso no lo asustaba, ni lo desanimaba, pues él tenía que continuar su misión, tenía que buscar “algo para los pobres del Cottolengo”.
Otra cosa que hacía, que podríamos llamar “picara”, era ir a dedo al Cottolengo, esperando que algún alma generosa, viendo a este sacerdote anciano de sotana negra, frenara y se ofreciera a llevarlo. Esto se convertía en una ocasión para hacer conocer el Cottolengo y buscar nuevos bienhechores.
Por otro lado, pese a codearse con gente de mucho dinero, supo vivir la pobreza de modo casi espartano, todo lo que recibía se lo entregaba al ecónomo provincial o al director del Cottolengo. Vestía ropa de Providencia, comía lo que había, nada era para él, todo era para los pobres. Su vivencia del voto de la pobreza, no necesitaba ninguna explicación, solo era necesario verlo.
Por otro lado, pese a codearse con gente de mucho dinero, supo vivir la pobreza de modo casi espartano, todo lo que recibía se lo entregaba al ecónomo provincial o al director del Cottolengo. Vestía ropa de Providencia, comía lo que había, nada era para él, todo era para los pobres. Su vivencia del voto de la pobreza, no necesitaba ninguna explicación, solo era necesario verlo.
Otra faceta de este gran hombre, fue su amor por la confesión. Pasaba horas sentado en el confesionario, y mientras que parecía que se dormía, repetía: “que más, que más”. Sus penitencias eras grandes, pero su sonrisa y su misericordia lo eran más.
Breviario en mano, rezando las horas y cuanta estampita encontrase, nos preguntaba: “¿estuvo en misa?”, si decimos que sí, nos mandaba a jugar, y si decíamos que no, decía: “entonces, vaya a escuchar misa”.
Si bien, tenía un carácter fuerte, y a veces era un tanto tosco y exigente, su corazón estaba lleno de amor a Dios, a la Iglesia, al Papa, y a los pobres del Cottolengo, como había aprendido con Don Orione.
Muchos religiosos y laicos, recuerdan que repetía y repetía hasta el cansancio lo vivido con Don Orione y la historia del Cottolengo de Claypole, “¿Usted sabe como compré el Cottolengo?”, etc. Historias que habían quedado marcadas a fuego en su corazón.
Todo era “Don Orione decía….”, “Don Orione nos enseñó…”, “tenemos que amar al Papa, porque Don Orione…”, etc., etc. Pues tenía una cosa bien clara, quería ser santo, porque eso era lo que le había enseñado Don Orione.
Por último, cuanto tenía unos 10 o 11 años, curioso como cualquier niño, le pregunté algo que quería saber, ¿Cómo era Don Orione?, pero mi pregunta era muy simple, yo solo quería saber sobre su aspecto físico, ¿era flaco, gordo, alto o bajo? Recuerdo que ante mi pregunta, su rostro se iluminó, sonrió y me dijo algo que quedo grabado en mi corazón: “Era un padre”.
Benjamin Mela, P. Tomas Alonzo y Facundo Mela |
“A Itatí van, el P. Vicenzo Errani, superior y párroco, el P. Juan Lorenzetti y un clérigo marquesano de 25 años, Alonzo Tomás, óptimo, que termina el noviciado el 18 e hizo los votos”.[1]
P. Facundo Mela fdp
Payatas (Filipinas) 28 de noviembre de 2011
Payatas (Filipinas) 28 de noviembre de 2011
[1] Carta a Don Sterpi. Buenos Aires, 22 de Enero de 1938. “A Itati vanno don Vincenzo Errani, Superiore e Parroco, don Giovanni Lorenzetti e un Chierico, Marchigiano, di 25 anni, Alonzo Tommaso, ottimo che termina il 18 il Noviziato e fece i voti”.