“El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas”. (Mt 13,31-32).
A fines de Abril
de 1935, para ser más precisos un día 28, se colocaba la Piedra Fundamental del
Cottolengo de Claypole. Como la pequeña semilla de la parábola, confiado “en la Divina Providencia y en
el corazón magnánimo de los Argentinos”,[1] se sembraba la caridad a
las afueras de la ciudad de Buenos Aires, en una lejana zona rural.
A simple vista esta iniciativa era
una verdadera locura. Una casa de caridad en medio del campo, cerca de una
estación de trenes perdida, donde vivían sólo unas pocas familias, donde “terminaba
la civilización”.
Los destinatarios de la misma eran
las personas con discapacidad, en ese entonces totalmente marginadas, ocultas,
abandonadas y olvidadas.
Don Orione, en cambio, como
hombre de Dios, miro con ojos de fe ese lugar. Mientras muchos veían la nada,
él vio nacer una ciudad de la caridad, un hogar para los desamparados.
Esa Piedra Fundamental era una
semilla, un germen de esperanza. Por ello, el “padre de los pobres”, decía del
Cottolengo:
Él es, por ahora, como un pequeño grano de mostaza, al
cual bastará la bendición del Señor para llegar a ser un día en un árbol
corpulento, sobre cuyas ramas se posarán los pajarillos. (Math. cap. 13)
Los pajarillos, en este caso, son los pobres más
abandonados, nuestros hermanos y nuestros amos.[2]
En junio de ese mismo año Don
Orione tomaba posesión una casa ubicada en el centro de la Ciudad de Buenos
Aires, más específicamente en Carlos Pellegrini 1441. Allí instaló la Sede
Central del Cottolengo Argentino.
Y un histórico 2 de julio de 1935
el Cottolengo Argentino abría por primera vez sus puertas a los pobres,
iniciando así una historia de servicio, ternura, sacrificio y entrega en su Sede
de Avellaneda.
Al año siguiente, el 21 de mayo
de 1936, se inauguraba el Cottolengo de Claypole, comenzando a lo grande: seis
pabellones y una iglesia. Esta ceremonia contó con la presencia de numerosas
autoridades civiles, militares y eclesiásticas.
Así, en poco más de un año, el Pequeño
Cottolengo ya tenía dos sucursales y una sede central. Pero estos no eran más
que los primeros pasos; pues este árbol de caridad siguió creciendo,
ampliándose, recibiendo más y más “pajaritos” pobres, abandonados, descartados.
El corazón inquieto de Don Orione
siguió sembrando semillas de caridad, haciendo contactos, pensando en los rechazados
que nadie recibía. Incluso, pocos meses antes de morir, tuvo un hermoso sueño: una
casa construida para ser un prostíbulo se volvería casa de caridad; un
frustrado infierno transformado en hogar para mujeres en la zona de San Miguel.
Tras su muerte, sus hijos e hijas,
fieles a este legado de amor, continuaron cuidando muchas semillas de las que Don
Orione sembró pero no llegó a ver brotar.
Pero esto no fue suficiente. No
alcanzaba con cuidar la herencia, había que hacerla crecer, multiplicarse,
fructificar. Había que dar nuevos pasos, seguir “sembrando el Cottolengo”; así nacieron
los Cottolengos de Tucumán, Córdoba, San Francisco, Presidencia Roque Sáenz
Peña, Gral. Lagos e Itatí, etc. Como también Hogarcitos, Escuelas Especiales y
Centros de Día.
Estas ramas fueron dando nuevos
frutos de caridad. Así, en torno a los Cottolengos nacieron capillas que
devinieron en parroquias; colegios, casas de formación; y lo más importante, la
misma Iglesia. Los Cottolengos formaron comunidades de fe dentro y fuera de sus
puertas. Así se concretó la parábola del Señor, que Don Orione parafraseó.
Hoy, la
Familia Religiosa en Argentina lleva adelante 16 Cottolengos y Hogares y 6
Escuelas de Educación Especial que brindan un hogar para más 1.500 personas con
discapacidad. Todo fruto de una pequeña semilla de caridad, sembrada por Don
Orione, un lejano abril de 1935.