sábado, 31 de marzo de 2018

¡Cristo Resucitó! Abramos Nuestros Horizontes

Desde la Argentina, Don Orione escribe esta carta a sus religiosos y amigos con ocasión de la Pascua de 1935. Texto estupendo en cual la fe de Don Orione estalla en un canto de esperanza y seguridad para una humanidad agobiada y descreída que encuentra en Jesús la resurrección.

¡Cristo ha resucitado!
¡Resucitemos con El!
Abramos nuestros horizontes,
levantemos nuestro espíritu
a todo lo que representa una vida superior,
a todo lo que sea luz,
belleza, bondad, verdad y santidad!
¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡Cristo ha resucitado! Acudamos a El:
Sólo Él tiene regeneradoras palabras de vida eterna,
y esa ley de amor y libertad,
esperanza de crecimiento y salvación
para todos los hombre, y todos los pueblos.

Hermanos, los pueblos están cansados, desalentados;
sienten que la vida sin Dios
es efímera y vacía.
¿Estamos a las puertas de un gran renacimiento cristiano?
Cristo tiene compasión de las muchedumbres:
¡Cristo quiere resucitar,
quiere volver a ocupar su lugar:
Cristo avanza: el porvenir es de Cristo!


¡Cristo ha resucitado! Veo a Cristo que vuelve:
¡no, no es un fantasma!
¡Es El, el Maestro,
es Jesús que camina
sobre las aguas cenagosas
de este mundo turbulento y sobrecogedor.

¡El futuro es de Cristo!
¡Avanza, avanza, oh divino Resucitado!
La barca de este pobre mundo
hace agua por todas partes,
y se hunde sin Ti:
¡ven, Señor, ven!
¡Resucita en todos los corazones,
en todas las familias:
resucita, Cristo Jesús, resucita
en todas las regiones de la tierra!
¡Escucha el angustioso clamor
de las muchedumbres que te buscan:
mira, Señor, los pueblos que vienen a Ti.
Te pertenecen, Tú los has conquistado,
¡oh Jesús, Amor y Dios mío!


Extiende tus brazos sin fronteras,
oh Iglesia del Dios viviente,
y abraza a los pueblos
en tu luz salvadora.
¡Oh Iglesia verdaderamente católica,
Santa Madre Iglesia de Roma,
única verdadera Iglesia de Cristo,
nacida no para separar,
sino para unir y pacificar
a los hombres en Cristo!
¡Mil veces te bendigo y mil veces te amo!
¡Bebe mi amor y mi vida,
oh Madre de mi Fe y de mi alma!
¡Cómo quisiera hacer un bálsamo
con las lágrimas de mi sangre y de mi amor
para aliviar tus dolores
y derramarlo sobre las llagas de mis hermanos!


miércoles, 14 de marzo de 2018

Las últimas "Buenas Noches" de Don Orione



Ultimo saludo de Don Orione a sus seminaristas el 8 de Marzo de 1940, antes de partir a San Remo donde fue llamado a la casa del Padre.Para los Hijos de la Divina Providencia las “Ultimas buenas noches” de Don Orione, no solo son su testamento espiritual, sino el resumen de su vida.

         Vine a darles las buenas noches... Vine también a saludarlos porque Dios mediante, mañana me ausentará por algún tiempo: por poco, o mucho tiempo, o para siempre, como Dios quiera.
        Nadie sabe y siente más que yo que mi vida - aunque aparentemente y dada la edad, sea aún rozagante - depende de un hilo y que todos los momentos pueden ser los últimos, y que si algo debo  agradecer a Dios, mi agradecimiento puede ser solamente éste: "¡Misericordia Dei quia non sumus consumpti!"... Es pura misericordia del Señor el que esté aquí para hablarles. Por lo tanto, me veo delante y cerca de la muerte como nunca antes la había sentido...


            Quieren enviarme a San Remo porque piensan que allá, esos aires, ese clima, ese sol, ese reposo pueden traer alguna mejoría ala poca vida que me queda. ¡Pero no quiero vivir entre palmas! Y si pudiera expresar un deseo diría que no quiero vivir y morir entre palmas sino entre los pobres que son Jesucristo!
           Por lo tanto hubiera estado mal irme de aquí sin decirles nada; mi corazón rechaza esta idea y quizás también os hubiera hecho mal. Vine a saludarlos, lamentando no poder asistir, pasado mañana, a la primera misa de su hermano que mañana, será ordenado. Pero – como se lo dije a él a solas y luego a los otros, cuando vinieron a verme – aunque no este presente con el cuerpo lo estaré, de una manera superior, ¡con todo mi espíritu! Y mañana será el primero que llevaré al altar, junto a aquel otro hermano su que será ordenado mañana en Roma. Es el primer yugoslavo: Kisilak, a quien hoy escribí y se prepara para partir dentro de veinte días para las Misiones. Partirá el 28, si consigue para entonces el pasaporte... ¡Qué cosa hermosa ascender al altar, recibir la bendición del Papa, correr a saludar a los suyos y luego, si el pasaporte está listo, irse, partir para las Misiones! Y espero que junto con él partan otros, entre los cuales algunos polacos a quienes les he hecho un pedido: que fueran a ocuparse de sus hermanos.
            ¡Tanto amo a los polacos! Los amo desde muchacho, siempre los amé. Cuando estaba en el Oratorio de Turín nos llevaban de paseo y nos decían: “Allá vive un General polaco que vino a ofrecer su sangre por Italia”. Yo, cada vez que pasaba, miraba hacia la ventana y elevaba el corazón al Señor y rezaba por aquel general. Sentía un amor particular por él, que había ofrecido su vida por nuestra querida Italia. Comencé a recoger polacos cuando Polonia era todavía esclava de tres imperios: los alemanes, el Imperio Austro-Húngaro y los rusos. No esperé que Polonia fuera libre para abrir nuestras casas a los polacos. Y nunca sentí tanto amor a los polacos como lo siento ahora, nunca sentí tanto dolor como en aquellos días, en que la pobre Polonia fue bárbaramente desmembrada; nunca sentí tanta pena como cuando Italia no hizo nada por Polonia, mientras centenares, millares de polacos sacrificaron su vida por la independencia de Italia. ¡Y ustedes, queridos clérigos italianos, recuerden estas palabras y amen a los polacos! ¡Amen siempre a estos pobres hermanos! No pretendan que no tengan defectos para poder amarlos; ¡no existe nadie sin defectos! ¡Amen a los que lloran, a los que sufre! Dice la Sagrada Escritura: “Irás más gustoso a la casa del dolor y del llanto que a la del regocijo y del triunfo” (Qoh. 7,2)
            Vine, pues, a darles las buenas noche. ¡Podría muy bien ser la última!... ¡Pero nada debe resultarnos más grato que cumplir, en nosotros, la voluntad del Señor! También ustedes deben desear vivir siempre en la presencia del Señor, deben desear siempre la voluntad de Dios. ¡Nada debe resultarles más grato que cumplir la voluntad de Dios! Este es el recuerdo que nos dejó en la última audiencia Pío X, nuestro Papa, el Papa que nos dio la primera casa en roma, en Monte Mario. Es el Papa que está por ser elevado a los honores de los altares, es el Papa que recibió en sus manos mis votos perpetuos: (...) ¡los votos perpetuos de quien, indignamente, es el Fundador de esta obra, otorgándole, al mismo tiempo, todas las facultades para hacer ordenar a sus clérigos! Todo esto se lo digo para alentarlos, para que amen aún más a la Santa Iglesia.
            Queridos hijos, vine a darles las buenas noches: ¡podría ser la última! Les pido que sean y vivan siempre humildes y pequeños a los pies de la Iglesia, como niños, con plena adhesión de mente, de corazón y de obras, con abandono total a los pies de los Obispos de la Iglesia. Y no les digo del Papa, porque cuando se dice de los Obispos, se dice “a fortiori” del Papa, que es el Obispo de los obispos, el dulce Cristo en la tierra.
            Traten de amar siempre al Señor, caminen por el sendero del Señor, no deseen nada más que vivir de acuerdo a las leyes de Dios, según su vocación, cumpliendo no sólo aquello que es la ley de Dios, los Mandamientos de Dios, sino también los consejos de perfección, los votos religiosos, con los cuales se han ligado a la Iglesia y a la Congregación.
            ¡La primera gran Madre es María Santísima!
            ¡La segunda madre es la Santa Iglesia!
            ¡La tercera, pequeña pero también gran madre es nuestra Congregación!
          ¡Pertenezcan totalmente a María Santísima, pertenezcan a la Iglesia por completo! Amen mucho al Señor; sean devotísimos de la Virgen; eviten a cualquier costo, a costa de cualquier sacrificio, el pecado, todos los pecados. ¡La muerte antes que el pecado!, decía Domingo Savio. En estas palabras del más amado discípulo de Don Bosco, está encerrado cuanto el Señor quiere de mí y de ustedes...
            ¡Adiós, entonces, queridos hijos! (Se detiene un instante, inclina la cabeza y, apoyándose en la balaustrada, llora conmovido). Recen por mí y yo los llevaré a todos al altar y rezaré por ustedes...
            Buenas noches.

Don Orione antes de de subir al tren que los llevaría a San Remo el 9 de Marzo de 1940