De unos apuntes escritos en enero de 1939
Abramos a las multitudes un mundo
nuevo y divino, adaptémonos con caritativa dulzura a la comprensión de los
pequeños, de los pobres, de los humildes.
Queramos ser almas ardientes de fe y
de caridad.
Queramos ser santos vivos para los
demás, muertos a nosotros mismos.
Cada una de nuestras palabras debe
ser un soplo de cielo abierto: todos deben sentir la llama que arde en nuestro
corazón y la luz de nuestro incendio interior; encontrar en nosotros a Dios y a
Cristo.
Nuestra devoción no debe dejar fríos
y aburridos porque debe ser verdaderamente toda viva y plena de Cristo.
Seguir los pasos de Jesús hasta el
Calvario, y luego subir con Él a la Cruz o a los pies de la Cruz morir de amor
con Él y por Él.
Tener sed de martirio. Servir en los
hombres al Hijo del Hombre.
Para conquistar a Dios y aferrar a
los otros, es necesario antes, vivir una vida intensa de Dios en nosotros
mismos, tener dentro de nosotros una fe dominante, un ideal grande que sea
llama que arde y resplandece –renunciar a nosotros mismos por los demás– que
nuestra vida arda en una idea y en un amor sagrado más fuerte.
El que obedezca a dos patrones –a los
sentidos y al espíritu– nunca podrá encontrar el secreto de conquistar a las
almas.
Debemos decir palabras y crear obras
que sobrevivan a nosotros.
Mortificarnos en silencio y
secretamente.
Sigue tu vocación y mantiene con
fidelidad tus votos.
Honrémonos de hacer los más humildes
servicios domésticos.
Debemos ser santos, pero hacernos
tales santos que nuestra santidad no pertenezca solamente la culto de los
fieles, ni esté sólo en la Iglesia, sino que trascienda y arroje sobre la
sociedad tanto esplendor de luz, tanta vida de amor a Dios y a los hombres para
llegar a ser, más que los santos de la Iglesia, los santos del Pueblo y de la
salvación social.
Debemos ser una profundísima vena de
espiritualidad mística que penetre todos los estratos sociales: espíritus
contemplativos y activos «siervos de Cristo y de los pobres».
No se entreguen a la vanidad de las
letras no se dejen envanecer por las cosas del mundo.
Comunicarse con los hermanos sólo
para edificarlos, comunicarse con los otros sólo para difundir la bondad del
Señor.
1.
amar en todos a Cristo;
2.
servir a Cristo en los pobres;
3.
renovar en nosotros a Cristo;
4.
y todo restaurarlo en Cristo
salvar siempre, salvar a todos,
salvar a costa de cualquier
sacrificio
con pasión redentora y con holocausto
redentor.
Grandes almas y corazones grandes y
magnánimos, fuertes y libres conciencias cristianas que sientan su misión de
verdad, de fe, de elevadas esperanzas, de amor santo a Dios y a los hombres, y
que en la luz de una fe grande, grande, justamente «de aquélla» en la Divina
Providencia y caminen, sin mancha y sin miedo, por el fuego y por el agua y aún
entre el fango de tanta hipocresía, de tanta perversidad y libertinaje.
Llevemos con nosotros y muy dentro de
nosotros el divino tesoro de aquella Caridad que es Dios, y aun debiendo estar
entre la gente, conservemos en el corazón aquel celeste silencio que ningún
rumor del mundo puede romper y la celda inviolable del humilde conocimiento de
nosotros mismos, donde el alma habla con los ángeles y con Cristo Señor.
El tiempo que ha pasado, no lo
tenemos más: el tiempo futuro no estamos seguros de poseerlo: entonces sólo
este punto del tiempo presente tenemos, y no más.
En torno nuestro no faltarán los
escándalos y falsos pudores de los escribas y de los fariseos, ni las
insinuaciones malvadas, ni las calumnias y persecuciones.
Pero, oh Hijos míos, no debemos tener
tiempo para «volver la cabeza y mirar el arado» nuestra misión de caridad nos
estimula y nos apremia tanto cuanto el amor del prójimo nos enciende y el fuego
divino y ardiente de Cristo nos consume.
Nosotros somos los embriagados de la
caridad y los locos de la Cruz de Cristo Crucificado. Sobre todo con una vida
humilde, santa, plena de bien, enseñar a los pequeños y a los pobres, a seguir
la vía de Dios.
Vivir en una esfera luminosa,
arrobados de luz y divino amor a Cristo y a los pobres, y de celeste rocío como
la alondra que vuela, cantando, bajo el sol. Que nuestra mesa sea como el
antiguo ágape cristiano.
¡Almas y almas! Tener un gran corazón
y la divina locura de las almas.
En
camino con Don Orione,
419-423.
Bellisimas palabras...gracias P. Facundo por compartirlas...
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