El 32º Congreso Eucarístico
Internacional fue uno de los grandes hitos en la Iglesia de nuestro país. Las
tres primeras décadas del siglo XX significaron una etapa de cambios para el
catolicismo argentino, un proceso no falto de tensiones y conflictos, pero en
el cual se cimentaron los rasgos propios de la Iglesia Argentina.
El 9 de Octubre de 1934,
junto con la comitiva oficial, Don Orione volvía a estas tierras para ser
testigo de esta gran manifestación de gran fe. Pero esta vuelta tenía una
dimensión de cruz y exilio, puesto que no solo venia a visitar a sus
misioneros, sino también para alejarse de las calumnias y mentiras que lo
perseguían en su Italia natal.
En esos años, el
rápido desarrollo de la Pequeña Obra de la Divina Providencia, la gran cantidad
de vocaciones, la multiplicación de obras, algunos problemas financieros, junto
con celos y envidia de algunos sectores eclesiales, produjeron que Don Orione
fuera mal interpretado y calumniado. Por ello, su segunda visita a nuestro país
resultaba -también- una suerte de retiro misionero.
Don Orione participó de las
celebraciones centrales del Congreso Eucarístico, dio una conferencia para los
peregrinos de lengua italiana y fue testigo de un espectáculo grandioso que
quedaría marcado en su corazón: “El Congreso Eucarístico fue un milagro; más de
dos millones de fieles participantes sintieron que el Papa estaba acá (…) La grandiosa
celebración pública de fe, de amor, de adoración a Jesús Eucaristía en la
Argentina superó todos los Congresos Internacionales Eucarísticos (...) ¡Hemos
entrevisto y gustado por anticipado del Paraíso!...”.
Al concluir el Congreso, Don
Orione era conocido por toda Buenos Aires y su fama de santidad era aclamada
por el pueblo y el clero. En ese momento providencial nacía el Pequeño
Cottolengo Argentino, como él mismo lo expresaba por radio: “Al pie de la gran
Cruz del Congreso Eucarístico nació una humilde obra de caridad. Una obra que
fue bendecida por el Eminentísimo Cardenal Primado, por el Excmo. Señor Nuncio
de Su Santidad y por el Episcopado Argentino, que fue confortada por los votos
fervientes del pueblo. Es el Pequeño Cottolengo Argentino...”
El Congreso Eucarístico le
abrió a Don Orione las puertas del corazón del pueblo argentino y preparó el
camino para su obra de caridad y evangelización. Él, por su parte, supo leer
los signos de los tiempos y ver las necesidades de la época, aportando su
audacia apostólica y su dinámica de la caridad. Pero, principalmente, su
presencia y su ejemplo de santidad moderna.
Los caminos de la
Providencia no son los caminos que el
de los hombres. Don Orione llegó a nuestro país calumniado, pero encontró aquí
su segunda patria y un campo fértil para su obra.
P. Facundo Mela fdp
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