Que Carolina Feltri, madre de Luis
Orione, fuese una madre cristiana en el total sentido de la palabra, no se pone
en duda.
“He tenido una madre -dirá el mismo
Don Orione más tarde- que no sabía ni leer ni escribir, pero estaba tan llena
de sentido común que, cuando más envejezco, más me doy cuenta de qué mujer era.
Entonces ella iba con frecuencia a comulgar y rezaba por nosotros y por mi
padre, que no había perdido la fe pero, como había sido educado en la milicia y
había quedado huérfano de niño, no era católico practicante. Cuando mi madre volvía
de la iglesia nos decía:
“He tomado la comunión, o, mejor,
he recibido al Señor; y he rezado primero por ustedes y luego por mí”.
¡Oh el amor de una madre que se
quita el pan de la boca para dárselo a los hijos y no se viste para vestir a
los hijos y muere por darle la vida a ellos! Cuántas madres han muerto por
ésto! Nos decía, entonces, mi madre:
“He rezado por ustedes, he recibido
al Señor por ustedes y luego por mí...” (D.O. I, 60).
Todas las biografías recuerdan con
gusto el primer encuentro de Carolina Feltri con aquel que sería su esposo,
Victorio Orione. Este había nacido en Tortona el 3 de diciembre de 1825. Había
transcurrido en los cuarteles el período más hermoso de su juventud, que
correspondía a uno de los períodos más activos de nuestra historia patria,
desde 1845 a
1854.
Victorio Orione, soldado, en 1848
se encontró de paso por Pontecurone... Pero dejemos que nos narre el episodio
el mismo Don Orione:
“Era el año 1848 y pasaban por
Pontecurone, mi pueblo, los soldados que iban a la guerra. Una tropa se detuvo
en el lugar y algunos militares fueron a comer en la hostería en donde mi madre
trabajaba como camarera. Al ver a esa niña que servía la mesa con desenvoltura,
algunos de esos soldados se permitieron decirle algunas palabras un poco
atrevidas... Ella le dio un bofetón al que tenía más cerca y callada siguió con
su trabajo...
Le dijeron después que el
infortunado se llamaba Vittori D'Urión (Victorio Orione). Mi padre hizo luego
ocho años de soldado. Al volver a Tortona, fue a Pontecurone a ver si esa
camarera era todavía soltera, pensando entre sí: “¡Esa jóven debe tener la
cabeza en su lugar!” (D.O. I, 4).
Y fue su esposa.
El matrimonio fue celebrado el 11
de febrero de 1858, en la Iglesia colegial de Santa Maria Assunta en Pontecurone.
El tenía treinta y tres años, ella veinticinco.
Se ha hecho notar con sorpresa que
el mismo día, casi a la misma hora, en Lourdes, un pueblo desconocido de los
Pirineos franceses, la Virgen santa se le aparecía a Bernardita Soubirous, para
dar comienzo a ese fenómeno que no necesita ulteriores explicaciones: ¡Lourdes!
¡Coincidencia también ésta!
Entre tanto es un gusto notar que
ya sea allá en Lourdes como aquí en Pontecurone, la pedagogía del Señor Dios,
así como emerge de toda la historia de la salvación, es siempre igual a sí
misma: la elección de pequeñísimos instrumentos para cumplir grandes cosas...
Allá una muy humilde niña analfabeta y enferma, aquí dos jóvenes pobres sin
otra riqueza que su honestidad...
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