miércoles, 25 de marzo de 2015

¡Sean pobres de verdad!

             ¡Sean pobres de verdad! Antes de ayer al entrar aquí, encontré sobre esta mesita un tapete que he retirado, pero merecían que lo hubiera quemado, como hice con los sofás en Bra. Para hacerse santo, no se necesitan sofás, ni tapetes, ¡fuera, fuera!  Vayamos a la buena de Dios, vayamos a lo pobre, según el espíritu de Jesucristo que no tenía donde reclinar la cabeza. A Don Bosco, cuando iba a ver al Papa, tenían que prestarle una sotana decente. En Turín, está la sotana de Don Bosco, una, no hay más que una, aquella vieja que usaba mientras vivió, porque le amortajaron con otra, con una nueva. También ustedes buscad tener un solo hábito. Hace falta pobreza práctica. Algunos frailes, algunas monjas aman la pobreza pero a su modo, sin incomodidades.

Uno de mis clérigos quería ser misionero y andaba diciéndolo siempre, y me importunaba continuamente. Quería partir ya. Una mañana le vi llorando (como algunas monjas que llorisquean siempre); “¿qué te pasa?” le pregunté. “No tiene azúcar el café, está amargo”, “¿De veras? ¿Y quieres ser misionero? ¡Anda, anda! que para ser misionero se requiere otra cosa...”

Algunas se lamentan siempre... Pero no se lamentaba Jesús que nació pobre, y murió desnudo en la cruz. Pudo nacer en un palacio principesco; nació en un establo. ¿En un colchón de blandas plumas? No, en un establo. ¡Qué placer a imitación de Jesús, dormir sobre un colchón de paja, en un jergón... ¡Decís que está duro, que pincha! ¡Qué consuelo poder decir “estoy en el colchón de paja con Nuestro Señor”! ¿Tenes el frío? Nuestro Señor sufrió mucho. ¿No se calentaba en Belén con el aliento del asno? ¿Y no lo sufrió por nosotros? ¿Y no habéis padecido hambre vosotras? Yo si, por gracia de Dios.  Algunas cosas no pueden predicarse sino se han probado antes...

            Una vez prediqué durante la cuaresma en Sale, donde el arcipreste se asombró de que acudiera mucha gente. Una tarde, varios buenos sacerdotes, alrededor de la mesa con una buena botella delante, comentaban entre ellos. Creían que yo estaba dormido, porque había confesado, predicado y estaba muy cansado. Y se preguntaban: ¿Quién sabe por qué, éste que no ha estudiado, atrae más gente que nosotros, con estamos doctorados en Teología? Yo, que no dormía, abrí la puerta y les dije: “Les digo yo por qué; soy pobre, he pasado hambre, frío, fatiga; ustedes, por el contrario, son señores.  Si hubieran pasado por esas situaciones, encontrarían ciertas palabras que hacen el bien; el pueblo entiende que sentimos como él, que sufrimos como él, el pueblo capta el espíritu de Nuestro Señor”.
He visto en Venecia dos hermanas que, al verlas, no daríamos un centavo por ellas; pero por la caridad del Señor, mantienen a doscientos muchachos, y ¡qué muchachos! Verdaderos bandidos... Era un colegio laico donde enseñaron a estos muchachos a odiar a los sacerdotes, tanto que no querían saber nada de nosotros, hicieron una medio revolución, mancharon y rompieron todo... Bien, dos hermanas, dos pobres trabajadores, que en una sola jornada han limpiado y ordenado la cocina, la enfermería y la ropería... Les pregunté de donde sacaban fuerzas para hacer tanto.  Respondieron: “Comulgamos cada mañana”. ¿Comprenden? ¿Comprenden? Muchos comulgan por la mañana pero no les produce los mismos efectos.  


  Asistí en Como a un santo sacerdote a quien quería mucho, Don Luis Guanella, fundador de unas religiosas que hacen mucho bien y son ahora más de quinientas (él las llamaba las hermanas “Martorelle”). Yo le asistí en sus últimos momentos. Una vez le pregunté: “Don Luis, ¿qué ha hecho para conseguir tanto bien?”. (Tienen que saber que ha hecho mucho: ha fundado casas para enfermos, hospitales, asilos, orfanatos, y ahora un grupo de religiosas se dispone cruzar el mar y marchar a América. Allí hablan inglés, pero no les importa, ya lo aprenderán allí porque no lo saben). Yo le pregunté: “¿Qué ha hecho, Don Luis, para hacer tanto bien?”. Y me respondió: “Con la ayuda de Dios y con cinco efes”. “¿Cinco efes? Dígame el secreto de estas cinco efes”. Y él me las enumeró. Son éstas: Fé (fede), no puede hacerse el bien sin fe. Frío (freddo). ¿Sabes qué significa tiritar de frío? Hambre (fame). Sufrir hambre por amor de Dios. Fatiga (fatica). Que quiere decir sacrificarse, trabajar, cansarse, doblar el espinazo...



 Por tanto, he aquí las cinco efes: Fe (fede), frío (freddo), hambre (fame), fatiga (fatica) y humo (fumo). El Divino Maestro dijo: “Quien no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo”. Recordad aquel jovencito que dijo a Jesús: “¿Qué debo hacer para tener la vida eterna?”. “Vete, respondió Jesús, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres, y sígueme. Despójate de todo y serás perfecto”.
 
Si en su camino los conduce la Fé:
y los acompañan fraternalmente, ásperas fatigas,
soportan el hambre, y son amigos suyos
los pinchazos del frío, y como exige
el amor, desprecian las molestias, ofrecen a todos
garantía de grandes obras; así los antiguos
amantes de Cristo, fueron almas puras
en las que se asentaron la Fé, la Esperanza y el Amor.
Asumo la condición de profeta,
gritando fuerte al mundo, amigos míos:
Si la madera de esta planta se convirtiera en humo,
Una señal más grande tendría que manifestaros
que, al calor del sol, que nos alumbra,
ustedes cantarían: fiat voluntas Dei!


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